jueves, diciembre 27, 2007

Agradecimientos por dos gentiles menciones

Por orden de aparición, quisiera dar las gracias por dos generosas menciones que esta semana ha recibido un texto navideño que recientemente escribí.

La primera mención fue la de Mariana. Ahora que me pongo a pensar, mi artículo bien podría considerarse como un dialogo con algunas inquietudes que hace algunas semanas ella nos compartió en su bitácora.

La segunda mención fue la de Marta Salazar. En su bitácora Alemania: Economía, Sociedad y Derecho, con el rigor que la caracteriza, ella incluso complementa el tema de la depresión navideña con interesantes datos estadísticos aportados por una encuesta del Instituto de Demoscopía Emnid del 2001.

jueves, diciembre 20, 2007

La felicidad plástica

Este artículo lo había publicado anteriormente en la revista Cañasanta (Canadá) y en La Lupe. Pero al momento de escribir estas líneas ambos portales estaban suspendidos, así que dicho texto decidí finalmente publicarlo en Carta Náutica (fuente: Ludomecum)


Una entrevista de la BBC nos hizo conocer al profesor Tal Ben-Shaler, cuyas clases de Psicología Positiva son las más populares entre los alumnos de la Universidad de Harvard porque les enseña cómo ser felices.

Según Ben-Shaler este curso «se centra en la felicidad, la autoestima y la motivación» y les da a los estudiantes «herramientas para conseguir el éxito y encarar la vida con más alegría».

De dicha entrevista desprendo algunas ideas principales de este académico: cambia tu visión del mundo y tus estados de ánimo e incrementaras tus niveles de felicidad; no te enfoques en lo negativo sino en lo positivo.

Ben-Shaler dice que «la principal lección para mis alumnos es que
la felicidad está en nuestro estado de ánimo» y no niega que las circunstancias externas son importantes porque «a una mujer que vive en Darfur, Sudán, se le haría difícil alcanzar la felicidad, pero más allá de las condiciones y las libertades básicas, la felicidad hay que encontrarla en nuestro propio estado de ánimo». Por la repetición de ciertas frases, bien podríamos afirmar que toda la idea de felicidad de este profesor se funda en el estado de ánimo.

Digamos que soy un buen alumno de Ben-Shaler y aplicaré su filosofía como la he entendido. Debo primero enfocarme en lo positivo para cambiar mi visión de las cosas, sentirme bien y, así, ser feliz y finalmente lograr el éxito. Estas ideas son muy interesantes y también ciertas, el problema es que tengo el mal hábito de siempre ponerme de abogado del diablo.

Si la felicidad depende sólo del estado de ánimo, no me sorprende que muchos piensen que ésta se reduce sólo a momentos tan breves y deslumbrantes como los fuegos artificiales.

A veces podríamos no sentirnos nada bien, y cambiar nuestra visión del mundo sería casi imposible porque la realidad que podría rodearnos sería tan negativa que no tendría ningún aspecto positivo donde enfocarnos. Es verdad que autoestima y motivación son importantes, pero estás serán muy frágiles si sólo se basan en un buen estado de ánimo. No se preocupen, no soy pesimista, sigan leyendo…

No niego que las teorías de Ben-Shaler son interesantes y encierran muchas verdades, pero parecieran sugerirnos que en el fondo la felicidad se reduce a sentirnos bien, a sólo enfocarnos en lo positivo de la vida y cosas similares, algo que sonaría a chiste cruel a la misma mujer de Darfur citada como ejemplo por él mismo.

Sí creo que la felicidad existe; pero también,
que ésta no se reduce a efímeros momentos ni tiene como condición imprescindible un buen estado de ánimo. Sé que muchos pensarán que estoy loco pues ¿cómo podríamos ser felices sin sentirnos bien? Todo depende de qué entendamos por felicidad, de la que desarrollaré conceptos con los que me siento más seguro, aunque no sean perfectos, pues tampoco pretendo crear una nueva filosofía, y entiendo que cada quien tiene derecho a imaginar la felicidad que más guste.

La felicidad no la asocio tanto a esos momentos fugaces de tanta excitación que sentimos el pecho henchido a reventar. Claro, quién no gusta de esas situaciones placenteras cuando por ejemplo se concretan ciertos sueños, pero ¿al punto de estar tan
embriagados de dicha que después no podamos concentrarnos en nuestras obligaciones cotidianas o terminemos envaneciéndose, lo que sería hasta contraproducente? Claro, es muy legítimo alegrarse y todos no somos iguales: algunos son más calmados y otros, tan emotivos que los momentos tristes o felices los sienten con mayor intensidad que el resto, algo que podría serles perjudicial para la salud por ser ya muy sensibles o por su edad avanzada.

Sin tampoco ser extremistas, en las buenas o en las malas siempre lo mejor es estar sereno y evitar esos
estados alterados de conciencia, aun cuando nos hagan ver todo de color de rosa, y es que si la extremada tristeza nos hace ver las cosas más oscuras de lo que son, la extremada alegría tampoco es que nos haga demasiado objetivos, quizás por eso la sabiduría popular nos enseña que los extremos son malos…

Por eso tal vez la felicidad me parece más reposada, más una certeza del sentido que tienen las cosas que hacemos, tengan o no éstas los reconocimientos o resultados esperados; felicidad que así entendida podría ser más duradera y carente de esa angustia de perderla por esos azares de la vida, como el desempleo, una frustración amorosa, un mal negocio, etcétera… Y aquí diré algo que sonará incoherente para algunos:
quizás podamos ser felices sin que siempre tengamos que sentirnos bien. Es decir, no está mal sentirse bien pero no es el único síntoma para medir la felicidad. Me explico, podemos sentirnos muy bien por ejemplo consumiendo drogas o teniendo una vida promiscua, pero estando en el fondo muy vacíos, solos e infelices, paradoja que me sugiere que tal vez la felicidad no consista sólo en sentirse bien, sino sobre todo en hallarle sentido incluso a las adversidades y sacrificios aunque nos sintamos pésimos…

Incluso si creyéramos que la felicidad no son breves momentos sino un eterno sentirnos bien, bien podríamos caer en una ficción, porque malos momentos los tienen hasta aquellos con todo lo presuntamente necesario para jamás sufrir… También podríamos asociar erradamente felicidad con riqueza, que indudablemente ayuda mucho, pero si somos pobres ¿estaremos entonces condenados a la infelicidad porque no hay muchos
motivos tangibles para sentirnos bien? Y ojo: no digo que el dinero no ayude, pero tampoco garantiza nada…

Como ya dije, más que meros
sentimientos, la felicidad me parece más reposada, equilibrada y asociada con el sentido encontrado en las cosas que hacemos, pero esa tranquilidad no es el letargo del opio; no es evadir la realidad como avestruz que esconde la cabeza en un hoyo sin importarle que el mundo estalle en mil pedazos; no es negar las inevitables tristezas de la vida, sino hallarles a éstas un sentido.

Tranquilos: ya dije que no soy un pesimista, pero creo que me dejaré entender mejor filosofando menos y siendo más concreto.

A veces por más que queramos es difícil enfocarnos sólo en el lado positivo de la vida, porque quizás éste no exista por situaciones demasiado adversas (y no necesariamente porque estemos en un campo de concentración nazi sino en situaciones más
ordinarias como el desempleo), pero incluso así, a lo que siempre podemos aspirar es a hallar un por qué y un sentido a esas contrariedades.

Por ejemplo, la hipotética mujer de Darfur mencionada por aquel profesor de Harverd. Ella quizás pudiera estar padeciendo la amenaza de una limpieza étnica (al menos eso sé de esa región por algunas noticias), pero bien podría tener un hijo en los brazos que le dé sentido a su lucha por vivir. No niega la realidad pero tal vez sueña con ver a su bebé crecido, casado y rodeado de hijos; tal vez entiende que esas adversidades bien podrían servirle para fortalecer su coraje y, así, superar desafíos mayores, pues las situaciones difíciles pueden ser curiosamente verdaderas instancias de crecimiento personal, donde bien podríamos desarrollar capacidades que de otra manera se hubieran obstruido y que nos serían útiles incluso para lograr metas con las que probablemente antes no hubiéramos ni soñado. Es más, esta mujer de Darfur tendría razón más que suficiente para seguir queriendo vivir con la certeza de que las cosas siempre ocurren por algo, de que siempre subyace un porqué a descubrir aun tras situaciones tan crueles que excedan incluso los límites de la razón; certeza que finalmente es una forma de conservar la Fe en la vida…

Y esto me lleva a otro punto, el solo hecho de saber que nada ocurre por caótica casualidad sino
que todo siempre responde a un porqué, bien podría hacernos enfocar positivamente hasta los peores problemas, y esto no es caer en un ingenuo optimismo ni negar alguna cruda realidad, sino contrariamente nos exige afinar la capacidad de comprensión… Créanme: dos personas con los mismos problemas los enfocarán de manera diferente si una cree que todo es azar caótico y la otra, que todo tiene siempre un porqué, y esto último es mucho más que sentirse bien, es encontrarle sentido incluso a la vida más difícil, algo que permite vislumbrar oportunidades aun en las peores crisis…

Bajo esta lógica, nadie niega que dicha mujer de Darfur sentirá miedo y sufrirá, pero paradójicamente también podría estar tranquila, si sabe que hasta las vidas más complicadas siempre tienen un sentido, un porqué, y eso es mucho más de lo que podrían pedir muchas divas del Cine que terminaron suicidándose por su gran vacío existencial, aun cuando tenían todo para ser felices: dinero, belleza, éxito…

Y esto me lleva a otro punto,
la felicidad no es tanto un sentimiento de bienestar como la certeza de que todo en la vida tiene un sentido aunque a veces no lo encontremos por ningún lado, pero teniendo la certeza de que existe; sentido cuyo desafío es casualmente descubrirlo, razón más que suficiente para seguir viviendo. Nadie le esta pidiendo a esa mujer de Darfur que tenga un buen estado ánimo pero siempre puede aspirar a ese sentido vital, y eso es mucho más de lo que consiguen muchas estrellas Hollywood con todo el dinero del mundo. Allí tenemos a la célebre Marilyn Monroe, encontrada muerta en su habitación con un frasco vacío de pastillas para dormir. Claro, las teorías conspirativas dicen que habría sido asesinada por las altas esferas del poder, pues sabía demasiado, pero no es novedad para nadie que feliz no era la hermosa rubia…

Otro error bien podría ser
confundir felicidad con éxito entendido como ahora: trofeos, reconocimientos, primeras planas, flashes de fotografías. Si eso es felicidad y éxito excluiríamos a muchos, incluso contentos con su anonimato, con razones suficientes para sentirse felices y exitosos sin encajar en esos estándares de supuesta felicidad. Eso explicaría la presión que muchos jóvenes japoneses deben sentir tan prematuramente para concretar tales ideales de éxito, desde que algunos de ellos suelen organizar suicidios colectivos, tras contactarse en ciertos sitios de la Red, fenómenos muy preocupantes porque más que casos aislados ya parecen verdaderas tendencias, a juzgar por las noticias…

Incluso recuerdo cierto pasaje de la película
Bowling for Columbine (2002). Allí Michael Moore entrevistaba a un joven de esa localidad, donde unos adolescentes perpetraron allí una masacre (1999). Aquella entrevista me sugirió que aquellos precoces criminales seguro crecieron en un entorno donde debían sacar altas calificaciones o ser grandes deportistas o muy populares, y si no serían de por vida unos perdedores (unos loosers) y ya no tendrían nada a qué aspirar. Todos sabemos que eso es falso, pero para un adolescente, con poca madurez y muy sensible, estas presiones son muy dramáticas. Entonces, comprendiendo que nunca llenarían las expectativas de padres y maestros y de la sociedad en general, aquellos jóvenes lunáticos de Columbine bien habrían buscado ser valorados de otras formas más siniestras. Esto no justifica en nada lo que hicieron pero bien podría ser una aproximación al problema: tal vez si algunas personas descubren que jamás serán valoradas según los criterios impuestos por la sociedad, no necesariamente los mejores o más justos, entonces el reconocimiento bien podrían buscarlo por caminos errados y quizás hasta terribles… Claro, con un acto criminal sólo se gana el rechazo, pero ¿acaso eso no sea para algunos un recurso desesperado para lograr una atención que nunca hubieran logrado de otra forma? Estos jóvenes que masacraron a sus compañeros en Columbine bien pudieron concluir, llevados por una alienación de niveles patológicos: «Si nunca seremos los más populares ni con las chicas ni en los estudios ni en los deportes, entonces seremos los mejores Serial Killers…». Entiendo que esta afirmación pueda parecer controvertida, reductiva y hasta chocante, pero no pretende ser más que una de tantas aproximaciones a un problema mucho más complejo, como ya dije, y nos hace preguntarnos si acaso no debiéramos plantearnos una felicidad más auténtica y sólida, que no obligue por ejemplo a una adolescente a conseguir aceptación volviéndose anoréxica o tiñéndose el cabello de rubio para entrar, muchas veces sin éxito, en cánones de belleza ficticios, estrechos y tal vez condicionados por intereses económicos. Una amiga narraba en su blog como ciertas tiendas por departamentos vendían tallas cada vez más pequeñas de ciertas prendas femeninas, algo que volvería a muchas jóvenes potenciales clientas de muchos gimnasios, y sólo para poder usar lo que está de moda: si esas no son presiones no sé qué más podrían serlo; presiones a las que son más vulnerables los jóvenes en sociedades cuyas concepciones de éxito son tan angostas como el consumismo o la belleza; presiones con las que frecuentemente no tienen madurez y criterios para lidiar, de allí que sean tan importantes temas aparentemente muy etéreos como la auténtica felicidad, algo que empezaría con un cambio de la cultura contemporánea, porque si la felicidad radica en ser bello, adinerado y consumista, pues la gran mayoría de jóvenes se sentirán excluidos, y no es que por ello terminen siendo Serial Killers, pero hay otras válvulas de escape que no por ser menos espectaculares son menos nocivas: el éxtasis, el alcohol, las opciones políticas radicalizadas y hasta subversivas, según cada realidad socioeconómica…

No se trata de ponernos dramáticos, sino de precisar que quizás muchas de estas tragedias mencionadas se evitarían si aspiráramos a una felicidad que no por más realista sería menos atractiva. Una felicidad entendida pobremente afectaría incluso a sus aparentemente favorecidos, volviéndolos adictos a un éxito que finalmente les sería tan efímero como la juventud, la belleza o un cuarto de hora de fama; éxito con cuyo declive no sabrían cómo lidiar por el vacío que sentirían y que sería muy similar al síndrome de abstinencia de un fármaco dependiente: no olvidemos lo adictos que suelen volverse ciertos artistas a los aplausos…

Quizás el secreto de la verdadera felicidad resida en entender que en la vida pocas cosas son realmente imprescindibles (la familia, los hijos, una vocación, un ideal) y que lo demás va y viene; pocas cosas pero más estables, duraderas y seguras, y de allí que podamos vivir más tranquilos sabiendo que esa felicidad no será deslumbrante, aunque sí atractiva y más sólida.

Como repito por enésima vez, no es que sea un pesimista, pero hay algunos conceptos de felicidad que me parecen demasiado plásticos para mi gusto…


Fuentes:

Cfr:
En Harvard se aprende a ser feliz
BBC de Londres
27 de abril de 2006

miércoles, diciembre 19, 2007

Nueva edición de Narrativas

Ya salió la edición número 8 de Narrativas, revista a cargo de la académica mexicana Magda Díaz Morales y del escritor español Carlos Manzano. En esta ocasión nos encontramos con un interesante especial dedicado al escritor Enrique Vilas-Matas, pero también con las habituales secciones de Ensayo, Reseña, Relato, Enrevista y Novedades Editoriales. Como siempre, muy recomendables las 137 páginas de esta publicación. Me alegró reconocer entre las firmas a Carmen Fernández Etreros, quien ha colaborado con el cuento El Reloj de Arena.

lunes, diciembre 10, 2007

La Navidad ¿embellece o sólo ilumina?

¿Por qué la Navidad puede deprimir? (la fuente es Navidad Latina)


Últimamente estuve navegando por la Red y me sorprendió encontrarme con no pocos portales con un marcado sesgo anti-navideño (aunque no viene al caso entrar en detalles). Me sorprendió además descubrir la cantidad de personas que la Navidad las incomodaba o las disgustaba y lo único que querían era aislare y esperar a que estas fiestas pasaran lo más rápido posible, así que me pregunté por qué no dedicarles un texto, por qué no intentar comprenderlas…

Para tales efectos tratemos de ponernos en el lugar de ellas. Imaginemos cuáles razones podríamos tener para rechazar la Navidad: quizás por lo forzado de aparentar sentimientos exactamente opuestos a los que tenemos porque este año nos ha ido mal y no tenemos ánimos ni de celebrar ni de verle la cara a nadie; quizás por los publicistas que con sus propagandas ejercen un verdadero chantaje emocional para crearnos una serie de necesidades antes inexistentes o para recordarnos nuevamente cuántos regalos no podremos comprarles a nuestros hijos; quizás por la melancolía que por estas épocas más que nunca se acentúa por seres queridos ausentes sea por la distancia o por la muerte.

En fin, con ánimo no de ponernos dramáticos sino de entender, ¿qué podríamos decirles a esas personas que por razones diversas sienten animadversión o tristeza por la Navidad?

II

Es innegable que la Navidad podría acentuar más que ninguna otra fiesta emociones muy encontradas: alegría pero también nostalgia; unión pero también soledad; satisfacción pero también frustración. Como quiera que sea: lo cierto es que la Navidad a nadie deja indiferente…

De acuerdo, me dirán, ejemplos ya tenemos a estas alturas de por qué algunos podrían sentirse deprimidos en Navidad. Pero ¿por qué incluso a ellos la Navidad no podría representarles aunque sea algo de alivio? ¿Por qué más bien parece agudizarles la tristeza? Es decir, alguien por motivos diversos y comprensibles podría estar pasándola mal, pero en Navidad es cuando siente a su estado más agravado todavía. Claro, me insistirán, si por ejemplo estamos solos, la Navidad únicamente acentuaría más nuestra situación al compararla con la de otras familias felices y unidas… Pero vayamos más allá…

Para comenzar, incluso el caso de un presunto odio contra la Navidad no es necesariamente negativo, pues finalmente hasta para odiar algo debe importarnos mucho… Y cuanto más odiamos algo más nos importa, lo que bien explicaría ese refrán de que del odio al amor sólo hay un paso…

Y hablo de un presunto odio porque no creo que existan personas que odien la Navidad. Lo que se odia muchas veces es no a la Navidad en sí misma sino a sus falsas versiones o a sus caricaturas.

Paradójicamente, bajo el supuesto odio a la Navidad podría subyacer la frustración por el contraste entre muchas navidades pre-fabricadas y nuestro anhelo de una auténtica Navidad, esto es: creemos que la Navidad es una cosa y los demás creen que es otra cosa, y de allí asumimos que estas fiestas son una farsa y las terminamos u odiando o sintiéndonos o bien amargados, por no compartir las alegrías navideñas, o bien algo tontos, por fingir sentimientos que no nos nacen por motivos diversos.

No obstante, me arriesgaría a afirmar que ni el más escéptico o disgustado con la vida odiaría su imagen ideal de lo que debería ser la Navidad; imagen que él defiende en su corazón justamente rechazando a esas otras navidades impostoras… En resumen, aun en casos extremos, se odia no a la Navidad en sí misma sino a sus pobres versiones

Sin embargo, hasta la más pálida de las representaciones de la Navidad es por lo menos un eco muy lejano de nuestra Navidad ideal. Tiene siempre resonancias en nosotros y podría incomodarnos por más agnósticos o frívolos o materialistas que seamos… Sí, la Navidad puede incomodarnos e interpelarnos, incluso a través de sus manifestaciones más apagadas, algo no necesariamente malo, y ya explicaré por qué…

III

Frecuentemente tenemos muchos conflictos que ordinariamente aprendemos a sobrellevar pero que podrían sentirse especialmente intensos en la Navidad. Pero ¿por qué? ¿Por qué que la Navidad podría entristecer o aburrir incluso a personas que tienen todo para ser felices y que no adolecen por ejemplo de soledad pues están cerca de sus seres queridos?

Discúlpenme el cliché al responder que la Navidad es como una luz muy intensa. Pero las luces no embellecen sino únicamente iluminan, aclaran, evidencian mucho más a aquellas realidades ya existentes aunque ordinariamente ocultas por las sombras de la rutina. En suma, iluminar y embellecer no son precisamente sinónimos. Esto no significa que la Navidad no tenga capacidad de embellecer incluso hasta a las vidas más desoladas, pero sobre eso ahondaré después…

La luz cuando ilumina y aclara, embellecerá más si una realidad antes de ser iluminada ya en sí misma era bella

La luz cuando ilumina y aclara, afeará más si una realidad antes de ser iluminada ya en sí misma era fea

En otras palabras, repito, la luz en sí misma ni embellece ni afea, sólo ilumina y aclara la belleza o la fealdad ya previamente existente en una realidad recién iluminada.

Y la Navidad entendida como una luz a las realidades no nos las embellece sino sólo nos las sincera, y justamente para embellecérnoslas pero de una manera verdadera…

Y en este punto muchas preguntas podrían surgir. ¿Cómo la luz podría embellecer más verdaderamente a una realidad sincerándola? Si nuestra vida es un desastre, ¿entonces la Navidad entendida como luz lo único que haría sería enrostrárnosla más y justamente por habérnosla sincerado? ¿Es que acaso la luz no sería la metáfora más precisa para describir la Navidad? Sigan leyendo y vayamos por partes.

Si la luz embelleciera realidades en sí mismas feas pero sin sincerarlas, no sería ni luz ni estaría realmente iluminando; sólo sería un espejismo que a dichas realidades feas probablemente sólo las estaría maquillando u omitiendo

La Navidad es una luz que hasta a las realidades más feas las embellece justamente porque al sincerarlas les otorga un mayor sentido…


Ninguna vida es totalmente mala ni totalmente buena. Claro, hay vidas con más virtudes y otras con más miserias. Sin embargo: hasta la presuntamente más virtuosa de las vidas siempre tiene algunas miserias; hasta la presuntamente más miserable de las vidas siempre tiene algunas virtudes. Y nuestras vidas comunes y corrientes frecuentemente tienen un equilibrio entre miserias y virtudes, pues no somos perfectos…

Y la Navidad en nuestra vida ilumina más que nunca nuestros defectos como nuestras virtudes; defectos y virtudes ya previamente existentes aunque ordinariamente opacados por la monotonía.

De allí que la Navidad nos confronta con nuestras mayores virtudes y con nuestros mayores defectos. De allí además que la Navidad nos hace contrastar a nuestras mayores virtudes con nuestros mayores defectos.

Por ejemplo, la verdadera Navidad a una familia le ilumina todas sus bendiciones (la unión, el afecto, las riquezas materiales y espirituales) pero también todas sus miserias (rencores, mezquindades, egoísmos, heridas abiertas). Y este contraste en sí mismo no es malo siempre que se recuerden en estas fiestas una de sus dimensiones más olvidadas, la de la reconciliación. Y será la reconciliación la que embellecerá este contraste otorgándole un mayor sentido para resolverlo. En este punto estará más clara la siguiente afirmación: la luz de la Navidad hasta a las realidades más feas las embellecerá sincerándolas, cuando les otorgue un mayor sentido gracias a la reconciliación…

No obstante, aun cuando la Navidad ilumine este panorama balanceado de rasgos positivos y negativos, esto bien podría no explicar todavía del todo por qué algunos sienten un rechazo tan extremo contra esta celebración. Y es que dicho rechazo podría deberse a que se presentan cualesquiera de los siguientes casos: primero, en nuestra vida los únicos aspectos iluminados que observamos son los desagradables (pero sin saber cómo a esta situación podemos reconciliarla y otorgarle un sentido); segundo, en nuestra vida los aspectos iluminados que observamos son tanto los desagradables como los agradables aunque ese contraste podría contrariarnos por generarnos remordimiento al ver qué tan mal estamos y qué tanto deberíamos cambiar (pero sin saber tampoco cómo a esta situación podemos también reconciliarla y otorgarle un sentido). Y por eso, como ya indiqué, la Navidad puede incomodarnos e interpelaros, algo no malo en sí mismo si no olvidamos la dimensión de la reconciliación….

IV


Felizmente todavía existimos aquéllos que nos gusta la Navidad, lo cual es magnífico, pero habría que preguntarnos por qué nos gusta…

Si de lo que disfrutamos es sólo de una construcción cultural de la Navidad, eso está mal porque en esta celebración todo lo reducimos a Papa Noel, a los regalos, al champagne, al pavo horneado, al arbolito, a las luces…

Si de lo que disfrutamos es sólo de una Navidad parcialmente auténtica, eso es regular porque en esta celebración todo lo vemos de color de rosa y podríamos por tanto caer en un ingenuo optimismo donde en la Navidad nos enfocamos sólo en algunas de sus dimensiones más hermosas (lo que es perfecto). Pero olvidamos a una de las dimensiones más incomodas de estas celebraciones; la dimensión de la reconciliación (aunque lo de incomodo es un decir, porque la reconciliación también puede ser muy hermosa, por lo ya explicado).

Si de lo que disfrutamos es de una Navidad íntegramente auténtica, eso sí está bien porque esta festividad iluminará en nuestras vidas a sus ángulos positivos, para potenciarlos, y a los negativos, para superarlos y cambiarlos. Y todo gracias a la reconciliación…

Bajo esa óptica, nuestros aspectos negativos en Navidad no nos incomodarán porque podremos confrontarlos gracias precisamente a la reconciliación…

Tal vez la siguiente idea parezca muy obvia por todo lo ya dicho, pero una Navidad será más auténtica cuando más integral sea. Y será integral porque estarán presentes todas sus dimensiones y no sólo aquéllas que más nos guste; estarán presentes por ejemplo nuestros éxitos y virtudes (para alegrarnos de ellos y muy legítimamente) pero asimismo nuestros fracasos y defectos justamente para reconciliarlos (razón por la que nuestra alegría además de legítima será más auténtica e integral).


Pero si la reconciliación de todas formas siempre nos resulta incomoda ¿por qué debería estar presente si bien podría confrontarnos con aspectos que mejor evadir como nuestras humanas debilidades? ¿No sería suficiente con que en la Navidad todo sea bonito y punto? ¿No sería mejor resolver nuestros conflictos en otras ocasiones más oportunas?

Frente a esto cabría responder que la Navidad es la ocasión más propicia para reconciliarnos; es la ocasión por excelencia. En caso contrario, una persona muy deprimida podría creer que estas festividades no hay ningún especio para ella, y nada más ajeno a la verdad, como después veremos

La reconciliación simultáneamente maravilla y desconcierta porque podría iluminarnos como nunca antes un contraste de opuestos muy intentos como serían los aspectos positivos y negativos de nuestra vida; contraste que hasta cierto punto podría incomodar pero que no por ello debemos evadir si aspiramos a que la luz de la Navidad a nuestra vida pueda no sólo iluminarla sino además sincerarla para embellecerla aunque de una manera verdadera; para que así nuestra felicidad sea no sólo legítima sino además integral y auténtica.


Al ser contraste, la reconciliación no es sólo el malestar por el arrepentimiento, es también el alivio por perdonarnos (por aquello que no nos gusta de nosotros) y por perdonar (si nos han ofendido) y por ser perdonados (si hemos ofendido): la reconciliación es en suma una instancia para cambiar y mejorar.

Ahora, la reconciliación navideña podría ser una verdadera novedad sobre todo para aquéllos que tienen de estas celebraciones una visión o bien culturalmente construida o bien parcialmente auténtica, pero no una visión integralmente auténtica.
Y esto aun cuando, incluso a quienes en la Navidad todo lo ven negativo, la dimensión de la reconciliación podría darles una importante herramienta para lidiar con esa situación, como veremos a continuación.…

V


Curiosamente, quienes supuestamente odian la Navidad podrían tener unas concepciones de esta festividad o bien culturalmente construida o bien parcialmente auténtica (y concepciones éstas tan marcadas como aquéllos que en esta fiesta sólo vislumbran una felicidad sesgada o falsa). Y esto por dos razones: primero, porque esa luz sólo les ilumina los defectos y lo negativo de su vida (y más que en cualquier época del año) y no las virtudes y lo positivo; segundo, porque bien podrían creer que la Navidad debería ser sólo alegría y como alegres no se sienten erradamente podrían asumir que la Navidad no sería para ellos (y más si por alegría navideña entienden no a una auténtica e integral sino o bien a una también auténtica aunque incompleta o bien a una ficticia y exacerbada).

Y en este caso habría un falso y sobredimensionado contraste entre la tristeza (y una quizás ya de por sí exagerada porque creemos que el mundo se ha ido abajo por una mala racha cuando las cosas muchas veces no son tan graves como imaginamos) y una alegría navideña como cualquiera de las ya señaladas, éstas son : o bien una auténtica aunque incompleta o bien una ficticia y exagerada.

Como ya habrán adivinado: por un lado, las alegrías auténticas aunque incompletas pertenecen a las navidades parcialmente auténticas; por otro lado, las alegrías ficticias y exacerbadas pertenecen muchas veces a las navidades culturalmente construidas (y construidas muchas veces por la propaganda o por las películas).

Y esto podría explicar en parte por qué a algunos la Navidad los deprime tanto: probablemente estarían incurriendo en un equivoco y sobredimensionado contraste entre una tristeza ya quizás de por sí también sobredimensionada y entre una felicidad navideña o bien verdadera aunque sesgada o bien extremadamente alegre pero por la ficción. En suma, acá se estaría incurriendo en un falso contraste de opuestos exagerados.

En la Navidad la reconciliación sí representa un contraste, pero uno auténtico y consecuencia de una alegría verdadera e integral y de una tristeza que es vista en su real perspectiva gracias a la reconciliación y que por eso siempre tuvo espacio en estas festividades.

Más aún, la verdadera alegría navideña bien podría ser también fruto de una tristeza que fue reconciliada y que por eso siempre tuvo cabida en estos festejos.

Si la contrastamos con una auténtica y completa alegría navideña, nuestra tristeza podría hasta resultarnos siendo menos grave de lo que imaginábamos. Dicho de otra forma, si una alegría es auténtica y completa a nuestra tristeza no la margina sino nos la ilumina haciéndonosla ver quizás hasta como ya muy exagerada por nuestros ánimos antes demasiado ensombrecidos aunque ahora ya alumbrados… Y en este caso también podríamos decir que la Navidad ilumina y embellece pero sincerando…

VI

La Navidad también es una instancia para un examen de conciencia, algo que podría generar cierta tristeza al vernos qué tanto nos falta cambiar pero también qué tanto podemos cambiar. El problema es cuando nos quedamos sólo en la tristeza, no vemos más nada y olvidamos a la reconciliación.

Si somos pesimistas pero por lo menos entendemos lo que debería ser la alegría propia de una Navidad auténtica e integral, nos sentiríamos no excluidos por aguafiestas sino más comprendidos, integrados y hasta aliviados. Descubriríamos que en Navidad siempre hubo espacio para nosotros no a pesar de nuestra aflicción sino justamente por ella ya que también existía la reconciliación. Descubriríamos que nuestro cuadro de la navidad era muy incompleto y/o ficticio, que por ende sólo nos enfocábamos en la aflicción y no en la alegría (o si a alguna alegría enfocábamos era o a una sesgada o a una exagerada).

Más aún, si atravesamos en Navidad o bien por un pesimismo o bien por un optimismo exagerado o sesgado, podríamos incurrir en estos dos polos opuestos en iguales errores de fondo, éstos son: por un lado, podríamos tener de estas fiestas una visión sesgada o falsa; por otro lado, podríamos haber olvidado la dimensión de la reconciliación. Y esto aun cuando en una Navidad por nuestro pesimismo sólo nos enfoquemos en lo malo o por nuestro optimismo ingenuo sólo nos enfoquemos en lo bueno.

La Navidad no es ni alegría pura ni tristeza pura; la Navidad más bien podría describirse como un oxímoron aparentemente absurdo (aunque tal vez el término oxímoron absurdo ya de por sí sea un pleonasmo); como un optimismo dramático de quienes se confrontan con sus virtudes pero también con sus errores; con la belleza de la vida pero también con todo aquello que podemos y que debemos reconciliar. Porque es precisamente en la reconciliación que ese optimismo dramático quedará mucho más claro.
La Navidad también es victoria, y las victorias son alegrías pero no porque desconozcan las miserias sino porque las han vencido. Porque de lo contrario hablamos no de victoria sino de pura alegría pero sin mérito y quizás hasta sin sentido alguno… Y esa victoria se da gracias a la reconciliación.

De allí que una Navidad integral y auténtica debe considerar a las dimensiones de la paz y de la alegría y del amor y de la humildad y de la unión; pero debe considerar además otra dimensión que interpela y que incomoda pero que también es bella: la dimensión de la reconciliación.

Sólo bajo estas coordenadas de análisis: primero, la alegría navideña será más auténtica y la tristeza tendrá un mayor sentido o será atenuada al ser iluminada; segundo, los optimistas navideños serán más auténticos y los pesimistas navideños al fin tendrán motivo para participar de la alegría de estos festejos, pero de una alegría verdadera…

Y es entonces que la Navidad hasta la mayor tristeza no sólo la iluminará sino también la embellecerá pero sincerándola; la embellecerá pero de una manera más auténtica al otorgarle un mayor sentido gracias a la reconciliación…

Por otro lado, la Navidad es un cumpleaños cuyo Dueño no quiere excluir a nadie, ni siquiera a los apesadumbrados… O quizás sea un cumpleaños donde especialmente ellos son los invitados de honor…