Ya desde hace buen tiempo se viene hablando de la muerte del libro, es decir: el libro impreso presuntamente desaparecería y sería reemplazado por el digital.
En el presente artículo plantearé algunas interrogantes que por lo menos me hacen dudar de esta profecía, mucho más agudizada con el surgimiento del Kindle, aparato con conexión inalámbrica (sin necesidad de conectarlo a un ordenador) y con capacidad de almacenar hasta doscientos títulos a elegir entre unos aproximados noventa mil y a descargarse de la librería electrónica Amazon por un costo que como mínimo sería de ocho euros (aunque para una realidad como la que conozco, la peruana, un libro a ocho euros no estaría precisamente entre los más baratos, pero ya ahondaré después sobre esto).
No pretenderé fungir de futurólogo disertando sobre si el libro impreso desaparecerá y si será reemplazado por el libro digital (o por el Kindle). Pero creo que a este pronóstico se le está brindando un enfoque tan marcadamente tecnologicista, que se están ignorando otros factores que también deberán considerarse para poder presagiar qué tanto éxito y qué tanta divulgación tendrá el libro digital; factores que son los que en parte fundamentarán algunas interrogantes que tengo sobre el supuesto fin del libro de papel y que plasmaré en el presente trabajo.
¿Enfoque marcadamente tecnologicista?
Con un enfoque marcadamente tecnologicista me refiero a esa tendencia a considerar a los adelantos tecnológicos como el factor único (y no sólo como uno entre tantos) y determinante (y no sólo como uno condicionante) del curso de la sociedad y hasta del de la historia; enfoque tecnologicista muchas veces no explicito en un discurso sino más bien tácito en una visión del mundo.
Qué duda cabe. Los avances de la Ciencia sí cambian bastante nuestras vidas; pero no sólo por la Ciencia en sí misma sino también por otras variables.
En otras palabras, un enfoque marcadamente teconologicista presenta sobre el mundo una visión errada al ser parcial y determinista: parcial porque de la realidad se resalta sólo un aspecto (la tecnología) presentándolo incluso como el único y negando otros aspectos; determinista porque ese solo aspecto arrastraría presunta e indefectiblemente al mundo en una sola dirección.
Por eso, ya en general, toda visión determinista y parcial es falsa, puesto que la realidad es mucha más compleja y no determinada sino sólo condicionada y no por una sino por muchas y diversas variables que podrían desbordar hasta a las más sesudas proyecciones, no obligatoriamente certeras por más bien sustentadas que estén en elementos muy razonables del presente.
Y entre estas variables, la tecnológica es sólo una entre tantas otras, como bien podrían ser también las políticas o sociales o económicas o culturales o hasta humanas.
Pero aún siendo una entre tantas variables, ¿la tecnológica no sería acaso una de las más importantes?
Resalto por ejemplo a las variables humanas: los hombres somos criaturas muy imprevisibles e influenciadas por la tecnología no tanto por su importancia intrínseca sino más bien por su importancia en nuestra cultura y por su poder para moldear incluso nuestra percepción de la realidad, esto es: como cuando entendemos a las personas en una organización cual engranajes en una gran maquinaria; como cuando entendemos al cerebro sólo cual disco duro o cual procesador de información (y el cerebro es mucho más complejo que estas analogías mecanicistas, las que nos permiten entenderlo más rápida y fácilmente, pero también más reductivamente)
Si nuestra civilización y nuestra historia estuvieran tan determinadas por las innovaciones científicas, pues a estas alturas por ejemplo nuestros automóviles usarían combustibles ya no fósiles sino otros más alternativos y menos costosos y contaminantes, como el alcohol o la energía solar o la electricidad, dado que esas tecnologías existen…
Y entonces ¿por qué nuestros autos siguen funcionando mayormente con gasolina y la Exxon Mobil no ha quebrado? Porque habría repercusiones muy severas e incapaces de ser asimiladas por nuestras estructuras sean sociales o políticas o económicas o hasta mentales. Porque en el supuesto de que fueran sustituidos el petróleo y sus derivados por otros combustibles habría consecuencias de índole diversa: por un lado, muchas naciones podrían ver sus arcas bastante mermadas (fácil es gravar con impuestos a la gasolina pero no por ejemplo a la luz solar); por otro lado, si hoy mismo las Petroleras cerraran sus puertas habría a nivel mundial una gran escalada de desempleo no sólo en estas industrias sino también en sus sectores colaterales; por otro lado, entre estos sectores colaterales bien podría estar una industria bélica que se quedaría con un gran stock al ya no poder ser proveedora en guerras sobre cuyo trasfondo petrolero no es difícil especular; por otro lado, esta industria bélica bien podría colocar su excedente productivo en otras regiones del planeta o bien generando nuevos conflictos o bien agravando más a los ya existentes (no digo que esto tenga que darse, pero es totalmente verosímil que pueda darse bajo esta lógica).
Ya: pero ¿a qué viene todo esto?
A que un avance tecnológico tendrá éxito y un gran efecto en nuestra civilización no sólo por ser genial sino además por otros factores que entren en juego y que también debemos analizar; factores tan diversos como los ya mencionados: los políticos, los sociales, los económicos, los culturales o hasta los humanos.
Es decir, un invento puede ser muy deslumbrante, pero muchas veces es censurado o no prospera porque sus beneficios no compensarían sus eventuales perjuicios sea por las particularidades de una coyuntura dada o sea por un mundo todavía no preparado para tanta maravilla, etcétera…
Ya: pero ¿a qué viene todo esto en relación al libro digital y al Kindle?
A postular lo siguiente: no porque el libro digital o el Kindle haya salido al mercado, el libro impreso ya estará inevitablemente condenado a extinguirse, pues deben considerarse otras variables como las ya indicadas; variables que me permiten no aventurar pronósticos pero sí fundamentar algunas interrogantes en torno al supuesto fin del libro de papel, dado el advenimiento del libro digital, en general, y del Kindle, en especial.
Primera interrogante: si se robaran mi Kindle ¿ya se habrán robado toda mi biblioteca?
Aun cuando el Kindle pueda costar ya no 399 dólares (según entiendo) sino sólo cinco dólares y pueda almacenar no doscientos títulos sino ya los noventa mil que Amazon posee en su stock virtual, pues ¿qué ocurriría si me robaran el dichoso aparato? Pues pedería mi biblioteca completa. Y si por lo que me vengo informado, lo más barato que se paga por una descarga virtual son ocho euros, y si lo que tendría almacenado en ese Kindle hipotético fueran por ejemplo mil títulos, pues me habrán robado ocho mil euros, el precio de un auto… Suena tonto, ¿verdad? Pero esas cosas pasan. Y recalco: por lo que me vengo informando, hasta el momento ocho euros es lo más barato que puede llegar a pagarse por una descarga virtual.
Por otro lado, no me extrañaría que con el tiempo el negocio del Kindle no esté en el aparato en sí mismo (al que quizás puedan hasta regalarlo); sino precisamente en las descargas virtuales.
Ustedes me dirán, con el tiempo las descargas virtuales podrían abaratarse a centavos de dólares. Ya veremos. Pero mientras tanto sentiremos más seguro un libro impreso, el que si nos lo roban o se nos pierde, a lo sumo perderemos nuestras anotaciones, pero siempre podremos adquirir otro ejemplar. Por ejemplo, si nos vamos de viaje, nos compraríamos uno o dos libros impresos, pero ya nos parecería muy temerario cargar con toda nuestra biblioteca virtual en el Kindle.
Segunda interrogante: si generas dependencia, ¿no estarías tentado a fundar un monopolio?
Reconozco que en esta interrogante especularé sobre un hipotético escenario futuro (aunque no sé con cuánto éxito, pues ya he sugerido que hasta las más sesudas proyecciones pueden fallar por más bien sustentadas que estén en elementos del presente, principio que también debo aplicármelo si quiero ser consecuente con mis afirmaciones).
No hay que ser demasiado agudo para presumir que lo que pretende Amazon con el Kindle es generar una dependencia o adicción, y de allí sólo habría un paso para la tentación a un monopolio (aun cuando podría ser también que las prácticas monopólicas de Microsoft me han vuelto ya muy desconfiado). Y entonces, ¿qué tal si mañana más tarde del Kindle sólo podamos hacer descargas del portal de Amazon y no de otros portales como el de Barnes & Noble?
Más aún, ¿qué tal si Amazon gracias al Kindle pueda volverse el próximo monopolio de las descargas virtuales de libros (sí: algo como el Microsoft de las librerías en línea) y pueda darse incluso el lujo de imponer cualquier precio (eso me hace no dar por sentado el abaratamiento con el tiempo de las descargas virtuales) y de obligar a todo autor reconocido a firmar un contrato exclusivo para estar en esa gran vitrina en línea? O sea: en tal hipótesis, si fueras un escritor y no estuvieras en Amazon pues simplemente no existirías, al menos en el ámbito virtual (y no olvidemos que los intereses más mezquinos también podrían ser variables a considerar).
Bueno, me dirán, en tal caso surgirán otros competidores de Amazon que también sacarían sus respectivos Kindles (y unos que sí permitirían descargas de otros portales) y que presionarían a Amazon a cambiar sus políticas.
Sin embargo, aparte de eventualmente haber acaparado a los autores contemporáneos más representativos, Amazon podría contar con títulos que también tendrían otros competidores. Y el público siempre se inclinaría por Amazon pues no va a estarse comprando el eventual Kindle de cada librería virtual que aparezca.
Y el Kindle y sus funciones y su sistema operativo bien pueden ya haber sido patentados por Amazon (y protegidos legalmente por ende de las imitaciones de la competencia), y al público no le agradaría estarse familiarizando nuevamente con otros Kindles (cuyas funciones y sistemas operativos ya serían muy distintos al no poder ya copiar a los de Amazon para evitar demandas judiciales) eventualmente sacados al mercado por otras librerías virtuales competidoras como Barnes & Noble (es como el sistema operativo Windows, al que podemos criticar por no ser perfecto y gratuito, pero por la fuerza del hábito lo seguimos usando aun cuando existan otros sistemas operativos quizás iguales o mejores y hasta libres)
Es en este punto donde las librerías tradicionales podrían tener un mercado de ediciones impresas cuyas versiones digitales habrían sido ya acaparadas por Amazon.
Es en este punto también que bien podrían alegarme que no habría considerado a otros potenciales competidores de Amazon, como por ejemplo el Google Print. En ese aspecto, primero deberíamos entender mejor qué es Google Print, algo que me llevaría a la siguiente interrogante.
Tercera interrogante: ¿todos los libros de la humanidad serán digitalizables? Y si sólo lo serán algunos, ¿bajo qué criterios se hará tal selección?
En principio, podríamos asumir que Google Print neutralizaría a ese hipotético monopolio de Amazon. Frente a esto, deberíamos preguntarnos primero, ¿qué es Google Print? Jorge Paredes nos describe cómo este proyecto fue anunciado por Google un 14 de Diciembre de 2004: «Un proyecto faraónico que prometía digitalizar unos quince millones de libros impresos. El objetivo era ofrecer gratuitamente, en línea, las obras que estuvieran en el dominio público hasta 1930 y las impresas después con una pequeña remuneración» (Paredes 4; mis destacados).
Sin embargo, existen contra Google Print algunas objeciones hechas por Jean-Nöel Jeanneney, alguna vez presidente la Biblioteca Nacional de Francia: «La cantidad prometida por Google (para digitalizar), que en términos absolutos es impresionante, no corresponde más que a un pequeño porcentaje de esa inmensidad. Hay, pues, que interrogarse sobre los libros que van a componer su selección y los criterios que conducirán a determinar la lista de elegidos» (cit. en Paredes 5; mis paréntesis y mis destacados).
Pero Jeanneney agrega más reparos hacia el Google Print: «El primer riesgo es que, en lo que respecta a las obras cuyos derechos patrimoniales ya han caído en el dominio público, la lista de prioridades favorezca a las expresiones de la cultura anglosajona» (cit. en Paredes 5; mis destacados).
Por su parte, Paredes subraya otros riesgos del Google Print: «Y tiene que ver en palabras de Jeanneney con el peligro que un proyecto de esta envergadura representa para la cultura europea y la de países periféricos de África, Asia o de América Latina, como lenguas y poblaciones minoritarias» (Paredes 5; mis destacados).
En resumen, los libros digitalizados por Google Print representarían sólo un pequeño porcentaje de toda la producción de obras impresas desde que Gutenberg inventara la imprenta. Y entonces ¿con qué criterio Google Print decidiría qué es o no digitalizable? Y por lo menos durante un mediano plazo, la misma inquietud podría seguir interpelando al Kindle de Amazon, esto es: con qué criterio Amazon ha seleccionado a los noventa mil títulos que tiene como stock virtual para proveer a los usuarios del Kindle.
Entonces no es difícil suponer que siempre logren sobrevivir librerías tradicionales (al menos en un plano minoritario o alternativo), cuyos libros impresos no sean considerados ni comerciales ni representativos ni digitalizables o por Google Print o por el ya mencionado stock virtual de Amazon; libros impresos cuyo volumen aún así no sería poca cosa (si atendemos a las opiniones de Jeanneney) y poseería un mercado potencial nada desdeñable.
Cuarta interrogante: y ¿las competencias sumergidas?
Ya había sugerido que al menos para los estándares peruanos (y quizás en general tercermundistas) un libro a ocho euros no estaría precisamente entre los más baratos. Una descarga virtual al Kindle por ese precio todavía no es competitiva dentro de economías sumergidas o informales (como las existentes en el Perú), tales como la piratería de libros o como las consabidas fotocopias.
La realidad es lamentable, pero por ejemplo en Lima uno puede conseguir un ejemplar pirata hasta por menos de cuatro euros. En síntesis, el Kindle estaría compitiendo no con los mercados informales e ilegales (y tampoco tal vez con los mercados de libros usados) sino básicamente con las librerías formales y legalmente constituidas.
En otras palabras, por más ilegales que sean, estas economías sumergidas seguirán haciendo rentables a los libros impresos. Lastimosamente, éstas también son variables a considerar.
Quinta interrogante: ¿acaso los registros impresos no son más perdurables?
No importa en qué país vivamos, sobre cualquier evento histórico allí ocurrido por ejemplo hace veinte años, ¿donde encontraríamos registros en audio o en video sobre los noticieros de la época? ¿En una radio o en un canal televisivo? Esos registros ¿estarían conservados todavía? ¿Cuánto costarían? Y si sí existieran por ejemplo videos, ¿éstos estarían en formato VHS o Beta y deberían ser trasladados a un formato más moderno como el DVD (que tampoco ya es lo último)? Salvo que por allí tuviéramos algún VHS viejo y todavía funcionando, algo muy improbable… ¿Saben? Lo más práctico nos resultaría irnos a la biblioteca nacional de nuestros respectivos países y revisar las viejas y modestas ediciones impresas de los periódicos de la época para sacar los datos del caso; periódicos impresos que de repente Google Print nunca digitalizaría porque podríamos vivir en algún país de lengua considerada minoritaria por culturas más hegemónicas. Hasta el momento de escribir estas líneas, los únicos registros seguros de épocas pasadas siempre han sido los impresos de las bibliotecas públicas; registros que quizás con el tiempo terminen todos siendo digitalizados y más fáciles de acceder vía Internet, algo que es muy incierto y materia de debate (a juzgar por las opiniones de Jeanneney) y que no se dará con igual celeridad en todos los países.
En todo caso, las librerías tradicionales tendrían incluso en el extranjero un mercado minoritario pero interesante al ofrecer copias de registros históricos impresos (no considerados digitalizables por Google Print) o al ofrecer también títulos no encontrados en el ya mencionado stock virtual de Amazon.
Más aún, me pondré apocalíptico, si hubiera una tercera guerra mundial y nos quedáramos sin servicios básicos como el de la electricidad, porque habríamos retrocedido a las mismas condiciones que épocas bastante pretéritas, en tal contexto, quizás los únicos registros que quedarían serían los impresos, los que siempre podríamos consultar sin necesidad de ordenadores o servidores que no habría ni siquiera dónde enchufarlos.
Sexta interrogante: Y ¿la cuestión fetichista y psicológica?
Aunque parezca mentira, cuando pagamos por ciertos productos en realidad estamos pagando más por las apariencias que nos suscitan el envase o el empaque, o sea: pagamos por un producto pero también por una fantasía (y este principio me arriesgaría a aplicarlo no sólo a mercancías suntuarias sino también a algunas de primera necesidad). ¿Consumiríamos un perfume Coco Channel que estuviera no en un envase sofisticado sino en uno plástico y parecido a un desinfectante de baños? ¿Consumiríamos una Coca Cola que esté no en su curvilínea botella sino en una lata de leche? ¿Compraríamos un Ferrari cuya carrocería fuera la de un proletario Volkswagen? A las tres preguntas responderíamos probablemente que no o que sí pero pagando un menor precio. Y esto porque de alguna forma siempre estamos condicionados por las percepciones y tenemos cierta tendencia al fetichismo. Es decir, el acto de comprar es muy complejo y entran a tallar muchos elementos: pagamos no sólo por un producto en sí mismo sino también por toda una construcción simbólica que hace que nuestro imaginario le asigne un valor a un artículo determinado.
No se trata de romanticismo, pero nunca nos resultará lo mismo una descarga virtual y abstracta que un libro con pasta dura y con ilustraciones vistosas, características que con el tiempo podrían tener toda una carga simbólica considerada incluso hasta como un valor agregado del que carecería la descarga virtual de un libro. Sé que esto sonará absurdo, pero al libro debemos sentirlo tangible y palpable para percibir que tenemos algo importante y apreciable. No olvidemos que son siglos de haber leído información en material impreso, y esto de leer en la pantalla de un ordenador es relativamente nuevo. En suma, no se trata sólo de la eficacia de un invento; se trata además de paradigmas mentales.
Asimismo, en cierto sentido, el libro impreso nos facilita o bien el contexto de un texto o bien una noción sobre el tipo de percepción hacia una obra en cierto tiempo y lugar, en suma: lo que a grandes rasgos sería la información intertextual y paratextual. Y ¿qué es la intertextualidad y la paratextualidad?
Michael Riffaterre define así a la intertextualidad: «El intertexto es la percepción, por el lector, de relaciones entre una obra y otras que la han precedido o seguido» (cit. en Genette 11; mis destacados)
Por su parte, Gérard Genette da los siguientes ejemplos de lo que serían los paratextos en un libro: «título, subtítulo, intertítulos, prefacios, epílogos, advertencias, prólogos, etcétera; notas al margen, a pie de página, finales, epígrafes, ilustraciones; fajas, sobrecubierta, y muchos otros tipos de señales autógrafas y alógrafas, que procuran un entorno (variable) al texto y a veces un comentario oficial u oficioso del que el lector más purista y menos tendente a la erudición externa no puede siempre disponer tan fácilmente como lo desearía y lo pretende»(Genette 11; mis destacados).
Y ¿la intertextualidad y la paratextualidad para qué nos interesan? En el soporte físico de un libro, siempre encontramos algunos elementos que van desde la portada y las ilustraciones y los prólogos hasta el tipo de letra que se emplea; elementos que sugieren incluso de un mismo libro datos muy diversos en las diversas ediciones a través del tiempo; datos como los siguientes: por un lado, la recepción o la percepción que una obra tuvo en una época determinada (algo que responde a un entorno siempre variable según cada época y contexto); por otro lado, la manera cómo dialogaba esa misma obra con otras obras de su tiempo o con otras de tiempos pasados.
Más aún: un mismo libro A en épocas diversas dialogará también de formas diversas con los libros B, C, y D que le fueron coetáneos o que le fueron anteriores.
Más aún: el diseño de una carátula y/o un prólogo y/o un simple epígrafe o cita en la edición impresa de un año, nos podría dar hasta una idea de hacía qué coordenadas ideológicas quería orientarse la interpretación de una obra.
Y pistas de estos diálogos intertextuales y/o paratextuales son vislumbradas más facilmente en las características del soporte físico de un libro.
Las descargas abstractas y virtuales de un libro ¿tendrán los mismos elementos de intertextualidad y de paratextualidad?
Séptima interrogante: y ¿ahora cómo cito?
Cuando uno escribe un artículo tiene que citar las fuentes, las que exigen precisar el número de página, la editorial, el año de publicación, etcétera… Eso le da credibilidad a nuestra información. Pero si yo cito lo consignado en un blog o en una web, ¿qué pasaría si el enlace desaparece y no lo encontráramos ni el caché de Google? En tal caso, cómo la gente sabría que lo que yo alguna vez cité realmente estuvo en la Red y no fue una invención de mi parte. Y el Kindle me genera suspicacias análogas. ¿Cómo citaré sus descargas virtuales? Por lo pronto, yo en lo personal siento más seguro acudir a una edición impresa para citar.
Puede que estos problemas de citar fuentes virtuales o en línea vayan resolviéndose con el tiempo. Puede que sea un hombre que todavía conserva una mentalidad del siglo XX y que haría reír con sus preguntas a generaciones futuras. Pero por ahora el libro impreso me sigue pareciendo más fiable para citar.
Octava interrogante: y ¿la escala humana?
Yo recuerdo de niño haber tenido un reloj con calculadora incorporada. Pero me resultaba incomodo sacar cuentas con unos botones tan diminutos, dado el ancho de mis dedos. Además, en la pantalla de un reloj digital es fácil ver la hora pero es incomodo ver el resultado de una multiplicación como la de 35483764903 x 7340337493
No sé si actualmente esos relojes con calculadora estén descontinuados; pero las calculadoras tradicionales siguen vendiéndose, porque su pantalla y sus botones están pensados para una escala humana.
Alguna vez, leí o escuché que si el Internet hubiera existido desde siempre, al libro impreso se le consideraría como un gran adelanto por ser más funcional. Y ¿por qué más funcional? Porque sus características tienen una escala humana; características como las del tipo de letra o como el espacio para hacer anotaciones o como la facilidad para distinguir un párrafo si somos miopes… Pregunta: ¿el Kindle y sus dimensiones y sus botones y su pantalla ¿han sido pensadas para una escala humana?
Novena interrogante, y ¿el Tercer Mundo?
Si todo el planeta Tierra perteneciera al Primer Mundo y todos tuviéramos iguales recursos económicos y oportunidades para estarnos familiarizando permanentemente con las nuevas tecnologías, pues yo sería el primero en sentenciar la muerte del libro impreso (y aun así tendría ciertos reparos por otros argumentos que también he planteando en este artículo). Pero bien sabemos que existe un Tercer Mundo, por lo que si en este momento aceleráramos la extinción del libro impreso, podríamos dejar fuera de gran parte de la producción bibliográfica a una gran porción del planeta que en este momento quizás ni siquiera sabría qué es un lector digital como un Kindle o un Sony Reader; gran porción del planeta que no podría ir al mismo ritmo de velocidad que los cambios tecnológicos, algo que podría sólo aumentar la brecha entre países ricos y pobres.
Quizás con el tiempo estas tecnologías se abaraten y estén al alcance de todos, pues ojalá así sea.
A manera de conclusión
Como ya señalé, no pretendo hacer pronósticos sino únicamente mantenerme cauto ante la tan voceada desaparición del libro impreso, dado el advenimiento del libro digital o del Kindle (y esto no signfica que sea un tecnófobo). Sólo quiero compartirles algunos indicios que por lo menos me hacen sospechar que los libros impresos podrían tener o bien todavía para rato o bien una convivencia pacífica en el futuro con el libro digital.
Las librerías tradicionales no necesariamente están condenadas a desaparecer aunque sí deberán replantear su negocio. Ellas tal vez ya no tendrán un mercado masivo pero quizás sí un mercado más enfocado y minoritario en el cual deberán posicionarse; un mercado como el de por ejemplo aquellos distraídos que pudieron haber quedado traumados con el robo de su Kindle y con la consiguiente perdida de toda su biblioteca y de todas sus anotaciones. ¡Verdad! ¿Se podrán hacer y conservar anotaciones en un libro electrónico?
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Bibliografía
Genette, Gérard. Palimpsestos. La Literatura en segundo grado. Madrid: Editorial Taurus, Alfaguara, 1989.
Paredes, Jorge. «Los libros de Google». El Comercio [Lima] 2 de Marzo de 2008, El Dominical 4-5.
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Nota 1 (17 de Marzo del 2008):
He agregado una novena interrogante a este artículo, y gracias a los lectores que tuvieron el gesto de aportar a este espacio sus valiosos comentarios.