lunes, marzo 29, 2010

¿Lucidez no a pesar de sino precisamente por el drama?


Fuente de la imagen: Marencoche


Tres episodios

Dónde: el Banco Kreditbanken en Norrmalms (Estocolmo, Suecia). Cuándo: algunos días de agosto de 1973. Los hechos: unos delincuentes asaltan la mencionada institución financiera y acaban tomando rehenes. Lo curioso: tras estos malhechores ser capturados, una de las víctimas es registrada por los periodistas cuando brinda muestras de afecto a uno de sus captores. Más aún: posteriormente, todos los otrora secuestrados no sólo niegan cualquier colaboración en el ulterior juicio sino defienden a sus plagiarios. El criminólogo y psicólogo Nils Bejerot acuñó un término para este raro caso: Síndrome de Estocolmo.

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Cuando veo documentales sobre lo acontecido entre el 9 y el 10 de noviembre de 1989, lapso durante el cual se fue desencadenando La caída del Muro de Berlín, de acuerdo a casos que suelen testimoniarse, algunos alemanes orientales abrazaban no sólo a compatriotas occidentales totalmente desconocidos hasta ese momento; sino incluso a algunos soldados que pertenecían al ejercito de la entonces RDA y que habían venido negando la entrada al lado oeste de Berlín.

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En la película La lista de Schindler (USA, 1993), una escena en especial me conmueve: Oskar Schindler (Liam Nelson), ante sus absortos operarios, comienza a recorrer un lugar y a coger diversos objetos y a preguntarse a cuántos más judíos hubiese podido salvar comprando sus vidas si hubiese vendido esto o aquello… No olvidemos un dato: al menos en la versión cinematográfica, este oportunista industrial alemán va sufriendo un proceso de conversión por el que va humanizando a sus trabajadores, mientras va interiorizando sus dramas. Es decir, Oskar empieza a trascender sus prejuicios y a ver a su personal como lo que son: humanos…

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Estos tres episodios podrán intentar explicarse elaborando tan diversas como complejas teorías (por ejemplo, desde el psicoanálisis, al Síndrome de Estocolmo podría diagnosticársele como una suerte de identificación con el agresor).

No obstante, los tres casos expuestos quizás tuvieron un factor común que lógicamente no sería el único pero que facilitará una base para aventurarse, si no a sacar algo positivo, sí al menos a dar algún sentido a tragedias como el reciente terremoto en Chile.

Sin embargo, este patrón presente en las tres mencionadas situaciones podrá ser comprendido y valorado más cabalmente, sólo si previamente se brindan breves pinceladas de un panorama en particular: a saber, cómo en diversos campos se están abordando directa o indirectamente ciertas preguntas vinculadas a qué es la persona humana… Y ¿a qué viene eso? Ya lo entenderán. Vayamos por partes…


Preguntas que no necesitan respuestas para responderse

Haz la prueba. De vez en cuando, plantéate ¿qué es el ser humano? ¿Qué es lo propio e inherentemente humano? ¿Qué es la naturaleza humana? ¿Qué es o no connatural a esta naturaleza? De repente, podrías ir descubriendo a esos cuestionamientos no tan simples; a sus respuestas ya no tan sobreentendidas u obvias; a su contexto no tan claro.

Y si pretendieras dar respuestas definitivas y absolutas a estas interrogantes, te considerarían como idealista (en un contexto coloquial) o como intolerante o fundamentalista o totalitarista (en un contexto ya político o ideológico donde al oponente suele reducírsele estigmatizándolo con adjetivos; donde suelen confrontarse no convicciones sino consignas)… Verbigracia, según escuché alguna vez por ahí, ya sería síntoma hasta de fascismo cualquier intento por establecer una definición de qué es el hombre (afirmación con la que discrepo y que sería interesante analizar en otra ocasión pero que sintoniza con este panorama).

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Sin embargo, las antes señaladas preguntas antropológicas siempre estarán ahí y serán contestadas para bien o para mal; y serán contestadas incluso cuando se las desvalore o se las silencie o se evite tomar partido o se asuma una supuesta neutralidad. Y esto porque al no asumir una posición ya la estás asumiendo; al no responder una interrogante ya la estás respondiendo (el silencio dice muchas cosas reflejando o recelos o reservas o evasivas o indiferencia). Ejemplo, un empleador jamás considerará abiertamente a sus trabajadores como engranajes de una maquinaria productiva, visión que no obstante pudiera estar implícita en las políticas laborales del mencionado empresario: por ende, sea negativa o positiva, una visión del mundo o de las personas siempre la tendremos aun cuando no sepamos verbalizarlas o categorizarlas; aun cuando sea no en teoría sino sólo en la pura práctica; aun cuando no actuemos sino simplemente omitamos…

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Por eso, en ocasiones, frente a tales preguntas antropológicas, las respuestas no son siempre manifiestas ni expresadas mediante teorías o mediante un corpus de ideas (que sí debe haberlas pero que no vienen al caso mencionarlas); más bien, esas respuestas están latentes o implícitas o subyacen: en ciertas corrientes de opinión (entradas en Twitter o comentarios en un blogs); en diversas expresiones de la cultura popular (en guiones de tal o cual película o de tal o cual serie televisiva o de tal o cual publicidad). Y digo esto sin ánimo tampoco de ensayar alguna suerte de teoría conspirativa o algo así…

Por todo lo expuesto, ya hasta este punto, acaso he venido describiendo más propiamente una sensibilidad contemporánea; un termómetro de la época; un espíritu de los tiempos; un Zeitgeist.



Respecto a qué es el ser humano, no se trataría solamente de un relativismo en esta materia (o sea, ante tales dudas cada quien tendría sus propias posiciones igualmente válidas aun cuando fuesen entre sí distintas o hasta opuestas). Esta lógica iría un poco más allá: o sea, según podría deducirse, todo lo conocido en torno al hombre (y en torno a sus diversas dimensiones) únicamente podría responder a construcciones sociales y/o culturales y/o ideológicas.

Empero, por supuesto, todo estas ideas se plantean de maneras más ambivalentes o ambiguas o sinuosas para no parecer tan absurdas: esto es, no estaría negándose una naturaleza humana cuya existencia sí pudiera aceptarse más allá de lo que tú o yo digamos; sin embargo, según suele sugerirse, todo lo que consiguiéramos entender en torno a esa naturaleza humana sería construido, y lo construido siempre connota artificio y puede deconstruirse… (Indudablemente, al definirnos como seres humanos, podríamos estar condicionados en parte por las señaladas construcciones, pero ¿todo lo que concebimos sobre nuestra identidad se reduce a una construcción? Lo dudo).

En esta perspectiva, si ante nuestras inquietudes más elementales fuésemos capaces no de soluciones definitivas sino sólo de construcciones; entonces, el establecer qué es lo humano y qué es lo inherentemente humano ¿llegaría a depender no de principios trascendentes y absolutos sino ya de ciertas agendas ideológicas y de hasta consensos diversos como los políticos? Y el consenso muchas veces es un eufemismo para referirse a una negociación. Y en tal supuesto, por ejemplo, el contenido de los Derechos Humanos ¿estaría sujeto ya a diversos intereses y negociaciones diversas? Y ¿esto no sería más preocupante aún cuando a las negociaciones las suelen ganar quienes tienen no más razón sino más poder (más poder incluso para divulgar más sus razones)? ¿A estos extremos llegaremos algún día o ya habremos llegado? En fin, lo dejo ahí…

En suma, de acuerdo a cómo pareciera concluirse pesimistamente: lo humano es una realidad y existe; no obstante, todo intento por aprehenderlo o categorizarlo sería relativo y acaso hasta utópico y terminaría siempre en imposiciones o construcciones diversas (como las culturales).

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Con una mezcla de optimismo científico y de Ciencia Ficción y de espíritu distópico (o utópico), algunas proyecciones anuncian que en algunos años (o décadas) los ordenadores igualarán o superarán la complejidad del cerebro humano. Entonces, a partir de ahí, se aventuran algunas hipótesis: que la información de nuestro cerebro podrá almacenarse en una computadora y que podremos así lograr presuntamente la inmortalidad (o sea, en el futuro, podrías trasmigrar a un ordenador pues en un soporte digital podrías hacer un Backup de tus vivencias y experiencias y saberes, aunque en ese caso serías ya no tú sino un ordenador que cree ser tú); que las máquinas nos aventajarían en inteligencia y hasta nos dominarían (se insinúa así un futuro como el plasmado en las secuelas de Terminator o Matrix); que nuestra próxima etapa evolutiva equivaldrá a superar nuestro limitado cuerpo humano y a volvernos unos cyborg (algunas de estas formulaciones bien podrían ilusionar por ejemplo el inventor y futurólogo Raymond Kurzweil).

Y de estos postulados hasta podría inferirse (o acaso ya estaría infiriéndose) que los ordenadores y autómatas en algún momento también sentirán y amarán y odiarán y hasta serán como nosotros, filosofía robótica subyacente por ejemplo en el reciente re-make animado Astroboy (2009, Hong Kong, USA, Japón), serie recordada de mi infancia, en algunos de cuyos capítulos ya entonces aparecían robots cuya complejidad era tal que hasta se creían humanos y reclamaban afecto y asumían como padres a sus inventores y como villanos a quienes los trataban inhumanamente, exactamente los mismos tópicos presentes en dicho re-make pero muy acordes con ciertas teorías cientificistas de moda hoy en día (y como todo ismo el cientificismo es no ciencia sino sólo ideología con reminiscencias científicas). Aunque parezca mentira, también los dibujos animados pueden transparentar todo un paradigma…

Para avalar estas previsiones fantásticas (aunque matizadas como discurso científico), algunos vislumbran un hito importante en la derrota en 1996 del ajedrecista Garry Kasparov ante la computadora Deep Blue (entrar a este punto me llevaría a todo otro artículo, pero baste decir por ahora que en ese torneo máquina-hombre muchas cosas no quedaron muy claras; y para tales efectos, les recomiendo Kasparov versus La Máquina, documental alguna vez emitido en el canal por cable The History Channel).

Más allá de cuán descabellados pudieran parecer, estos pronósticos sugieren los niveles de reduccionismo a los que se ha arribado en la concepción no sólo de inteligencia humana sino también de ser humano.


Volvamos al punto medular del presente texto

¿Qué elemento común habría en los tres casos antes expuestos (El Síndrome de Estocolmo, La Caída del Muro de Berlín, La lista de Schindler)? Y este elemento común ¿cómo podría contribuir a otorgarle algún significado a una tragedia como el reciente terremoto en Chile? Y para todo esto, ¿por qué he esbozado un panorama del Zeitgeist actual, al punto de haber terminado hablando hasta de Ciencia Ficción? Ya entenderán el por qué de tanta digresión…


No es necesario ser filósofo para reconocer lo humano

Tal como ya debemos haber observado a estas alturas, en diversos ámbitos, la noción de ser humano pareciera estar sujeta a relativismos o a reduccionismos o a construcciones

Sin embargo, aun cuando no seamos ni filósofos ni científicos ni teóricos ni genios, aun cuando dudemos y debatamos y discrepemos sobre qué es o no la naturaleza humana y sobre qué le es o no intrínseco o connatural, sin importar nuestro coeficiente intelectual o nuestra formación o extracción académica o social o cultural o religiosa o hasta política, pese a todo esto, por el mero hecho de ser humanos, tenemos un anhelo y una capacidad que nos es congénita e inherente para reconocer qué es lo propia y esencialmente humano (Lo humano o lo verdadero son como los colores, podemos no definirlos en toda su riqueza y complejidad pero sí siempre identificarlos…).

Obviamente, ese anhelo y esta capacidad suelen estar obnubilados o anestesiados por distintos factores. Pero siempre los tenemos latentes y suelen despertar y agudizarse en situaciones extremas (sea por su dramatismo o por su carga emotiva no forzosamente negativa pero sí muy intensa). En el Síndrome de Estocolmo y en La Caída del Muro de Berlín y en La lista de Schindler, el factor común era justamente una situación extrema como la mencionada; situación sobre la que profundizaremos un poco.


El electroshock

En un escenario así, se experimenta un electroshock que nos revela nuestra vulnerabilidad, y en esa vulnerabilidad vislumbramos muy nítidamente cuán mayores son nuestras semejanzas y cuán pocas nuestras diferencias (como si nuestra fragilidad nos evidenciara cuán igual es en nosotros nuestra naturaleza humana puesta al desnudo y despejada de nuestros habituales roles sociales o imposturas o convenciones o disfraces o caretas).

Más todavía, en circunstancias límite, nuestras diferencias y prejuicios diversos, antes asumidos como insalvables y hasta fundamentales (incluso para definir nuestra identidad como en criterios como los de nacionalidad o de etnia o de ideología), se nos presentan de pronto como accesorios o accidentales o hasta banales o pueriles (aunque ya según el caso)…

Tampoco se trata de una revelación o algo así: más bien, ante una fuerte impresión, a veces, ya no nos atrevemos a hacernos los tontos; nuestra sensibilidad la tenemos a flor de piel; nuestros sentidos y percepciones se afinan y solemos sincerarnos y (re) descubrir aquello que tal vez siempre habíamos sabido… En algunos casos, esto se traduciría en una suerte de lucidez no a pesar de sino precisamente por el drama…


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Con todo lo dicho, no pretendo sugerir que únicamente mediante una tragedia somos recién capaces de conseguir esa lucidez o de reconocernos como humanos más allá de nuestras diferencias. Existen maneras muy edificantes y positivas para lograr lo mismo.

Sin embargo, el sufrimiento lamentablemente es una realidad presente en la vida. Por ende, con este texto aspiro, si no a sacar algo bueno, si al menos a dar algún sentido o alguna coherencia a tragedias como el reciente terremoto en Chile, el que por todo lo dicho debe ser motivo para unirnos, acercarnos, olvidar prejuicios y diferencias (quiero creer que aun de las peores cosas siempre puede sacarse algo bueno).

A mí me resulta inevitable preguntarme ¿por qué ocurren estas cosas? No deberían ocurrir… Pero desgraciadamente ocurren… Por eso, muy humano es el hambre de encontrarle a la adversidad algún sentido: con esto, la tristeza no desaparecerá pero será más llevadera, como un primer paso para la búsqueda de cómo volver más manejable la adversidad y de cómo seguir esforzándose por salir adelante…

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Publicado originalmente en Donare

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