sábado, noviembre 03, 2007

El racismo: un fantasma que transpira…

A raíz de algunas noticias recientes sobre xenofobia…

El racismo no nos es congénito, es básicamente un fantasma. Este ensayo nació a partir de un trabajo en un curso de maestría (la fuente es este portal)


En el psicoanálisis de Freud existen tres categorías: el Yo; el Superyó y el Ello.

Nuestro Yo estaría dirigido por nuestras pulsiones más egoístas, calculadoras y materialistas.

Nuestro Superyó estaría dirigido por nuestras pulsiones más idealistas y sublimes.

Nuestro Ello estaría dirigido por nuestras motivaciones más irracionales, por nuestras más ciegas apetencias…

Un ladrón y un empresario honesto están motivados principalmente por el Yo, pero en el primero las demandas del Superyó no son tan fuertes como en el segundo, quien por ejemplo sí podría desistir de un negocio por más rentable que sea cuando advierte que podría generarle desprestigio (nota aparte: eso no quiere decir que haya empresarios inescrupulosos movidos sólo por el Yo, aunque sus conductas no necesariamente estén contempladas en ningún Código Penal).

Un fundamentalista, como bien podría serlo el miembro de un grupo terrorista, y una persona piadosa, como bien lo fue la Madre Teresa de Calcuta, estarían motivados preponderantemente por el Superyó (aunque en mi modesto entender las motivaciones de la Madre Teresa trascienden a las del Superyó, categoría que me parecería la versión psicoanalítica de una conciencia ética, a la que entiendo como algo que está más allá de las pulsiones del Superyó). Pero claro está hay diferencias.

Un fundamentalista ha renunciado a pensar porque a sus convicciones las asume de forma tan literal que sólo entiende el texto de su ideología y no el espíritu del mismo, y de allí que él termine por nunca encajar en el mundo y por aislarse (las sectas fundamentalistas tienden a aislar a sus miembros si no físicamente al menos sí mentalmente, aunque ya sería todo un tema calibrar el término fundamentalista para no caer en injustas generalizaciones. Más aún: por el sólo hecho de creer en verdades absolutas, a alguien muy religioso no podría considerársele un fundamentalista, y el fundamentalista estaría más emparentado con el fariseo cristiano).

Alguien piadoso entiende no sólo el texto sino además el espíritu de sus convicciones, y de allí que sea menos cuadriculado y más flexible ante las realidades más inestables, cambiantes y adversas, contra las cuales contrasta sus principios no para abjurarlos o para acomodarlos (desvirtuándolos) sino para renovarlos en su sentido y para poder así entender mejor a y seguir moviéndose en incluso las situaciones de mayor miseria, sin evadirlas y sin terminar por ende convertido en una ermitaño o un anacoreta.
Y esto porque el texto de un credo o de una ideología, entendido sólo en su pura literalidad, siempre es muy cuadrado y cerrado como para abarcar toda la complejidad de la realidad, pero lo mismo no ocurre con su espíritu, siempre posible de transparentarlo en cualquier contexto, incuso en los más desfavorables. De allí que, por ejemplo, dentro de la Teología Católica existe un área de estudio como la Exégesis Bíblica, la que busca ahondar en el espíritu y sentido de un texto bíblico, el que en su pura literalidad podría prestarse a interpretaciones no sólo variadas sino hasta cerradas e irreconciliables.

Las pulsiones del Yo y las del Superyó siempre necesitan de argumentaciones para ser articuladas y racionalizadas. Incluso un ladrón movido cien por ciento por el Yo a su delito nunca lo reconocerá en su estado puro pues siempre se defenderá alegando por ejemplo los apremios de la pobreza. Al menos, en principio, él nunca dirá que robó porque quería dinero fácil. Necesita convencerse y convencer de que su delito tiene justificaciones o siquiera atenuantes, y aun cuando tales razones estén basadas en muy errados criterios de lo que es bueno o malo. Y esto porque una conciencia deformada, con incluso muy buena fe, puede asumir como sublime lo que en realidad es todo lo opuesto: hasta Atila el Huno habría necesitado de racionalizaciones más o menos coherentes para sus atrocidades; nadie hace algo malo viéndose al cien por cien como un malvado y reconociendo un gusto por la maldad pura; siempre debe persuadirse y persuadir que alguna razón buena y válida había tras su falta.

No nos convertimos necesariamente en malas personas por el sólo hecho de estar motivados por las pulsiones del Yo o las del Superyó. Tampoco son necesariamente malas las ideologías que buscan racionalizar nuestras pulsiones del Yo y las del Superyó. Podremos ser muy humanitarios y muy influenciados por el Yo, pero eso no significa que nos hayamos vuelto unos materialistas y que hayamos soslayado a las exigencias del Superyó, dado que hasta las obras de caridad más altruistas siempre necesitan de medios económicos para sostenerse (como se dice: siempre hay que tener un pie en el cielo y otro en la tierra).

A quien sea movido por el Yo o por el Superyó (y en los casos más negativos como pueden ser los del ladrón o los del fanático o fariseo), siempre puede hacérsele cobrar conciencia de su equivocada postura (aunque el éxito no esté asegurado totalmente). Y esto precisamente por la explicado: porque para bien o para mal el Yo y el Superyó frecuentemente son más explícitos y plasmados mediante ideas articuladas, las que si son erradas siempre pueden ser rebatidas y desbaratadas. Volvamos al mismo ejemplo del ladrón: él bien sabe en el fondo que robó, que hizo mal robando y por qué robo, y por ende siempre cabe la posibilidad de probarle la insuficiencia de los argumentos con los que quiera defenderse o convencerse y convencer de que tras su delito había una buena causa.

Pero situación muy diferente es la del Ello, cuyas motivaciones son más imprecisas al responder no a un discurso coherente sino más a un fantasma, usualmente muy escurridizo al querer atrapársele y trasladarlo de un plano inconciente a uno más conciente.
Hay que aclarar que no debemos confundir los siguientes términos: Ello, fantasma e ideología

El Ello se manifiesta de diversas maneras, una de ellas es el fantasma, el cual a su vez respira a través de los poros más diversos y sutiles, como bien serían por ejemplo o bien una ideología o bien una conducta inadaptada, tal como ya veremos.

El fantasma a la realidad no la construye mediante una ideología sino sólo la tiñe y le da un cierto destello; el fantasma en la mente no discurre como pensamiento sino sólo reverbera como un reflejo que colorea la realidad para hacerla más agradable o aceptable o digerible.

Pero ¿qué es un fantasma?

Un ejemplo de fantasmas son los prejuicios (raciales, sexistas o de cualquier índole), los que a la realidad nos la simplifica para procesarla más fácilmente, para que no nos desborde, para que nos sea más tolerable y más agradable de lo que en realidad es para nuestro gusto.

En otras palabras, todos necesitamos de un mapa para darnos una idea muy general de un mundo que en el plano real sería intolerable de aceptar o imposible de abarcar en su totalidad con nuestros limitados sentidos.

Pero los mapas siempre son reduccionistas, y hay mapas y mapas: algunos orientan y otros desorientan si están o demasiado manchados o trazados por pésimos cartógrafos como pueden ser familias poco instruidas, profesores mediocres, grupos radicalizados que promueven el odio, sociedades o estructuras injustas, ambientes hostiles de crianza, etcétera. Los prejuicios serían algunos de estos mapas manchados o mal trazados; los prejuicios serían una de las manifestaciones del fantasma.

Pero la analogía entre un fantasma y un mapa tiene límites: cuando conocemos un territorio a través de un mapa sabemos que el territorio no es el mapa y que estamos mirando un mapa; pero cuando miramos el mundo teñido por los fantasmas usualmente ignoramos qué tan influenciados estamos por ellos y creemos por tanto que el mundo es así tal cual está matizado por el fantasma

En otras palabras, en una ideología somos más o menos concientes de que estamos mirando el mundo mediante un mapa, pero cuando a una ideología la tenemos tan enraizada que ya perdemos conciencia de ella aunque aun así nos siga influenciando, entonces la ideología evoluciona de un mapa a un fantasma, a través del cual el mapa ya no nos es únicamente una simple representación del mundo; el mapa se vuelve ya nuestro mundo o parte de él o su sutil telón de fondo…

¿Sigue muy confusa la noción del fantasma?


Imaginemos a un sujeto aficionado a las películas de James Bond. Tal vez cuando esté en una recepción tomando una copa de champagne, probablemente interiorizará la imagen del agente británico y se sentirá como él, aunque jamás crea que es él.

Quizás nuestro personaje hasta se sentiría ridículo comparándose concientemente con por ejemplo Pierce Brosnan. Sabe muy bien que no tiene ni el físico ni el atractivo. Pero siquiera necesita de ese fantasma que lo haga sentirse como Pierce Brosnan (que no creerse que es él), porque de otra forma podría resultarle intolerable reconocer la verdad pura y dura: que no es muy carismático que digamos.

Aunque valga la aclaración: una persona siempre puede reconciliarse y sentirse conforme con su aspecto físico, sin necesidad de ridículos fantasmas, en la medida en que descubra que podrá carecer de un físico y de una personalidad arrolladores, pero que tiene otras cualidades tan o más importantes.

En todo caso, un fantasma es sólo una suerte de paliativo o anestesia para quien todavía no ha aprendido a quererse y aceptarse como es… Ahora, una persona reconciliada con su identidad no está libre de que algunos fantasmas lo sigan rondando, pero en todo caso éstos gradualmente irán siendo más prescindibles y/o más manejables…

Sin embargo, hay fantasmas y fantasmas. No todos los fantasmas son malos: son simplemente como la música de fondo que escuchamos sin darnos cuenta y que hace más agradable a la atmósfera de nuestra a veces monótona y gris vida. Sin los fantasmas nos aburriríamos por ejemplo cuando visionáramos una película de acción y nos resultara imposible identificarnos con el héroe e imaginarnos que corremos sus mismas aventuras (todos tenemos algo de ese niño que cree ser el héroe de una película, pero claro: en los adultos está tendencia está más presente como un fantasma).

Y es que finalmente todos tenemos fantasmas, sólo que a éstos: algunos lo transparentan en un aura de cierto patetismo (sueño que soy Pierce Brosnan); otros en una transfiguración que los vuelve verdaderas caricaturas (me siento como Pierce Brosnan); otros en una plena identificación que ya los vincularía a un cuadro clínico (soy Pierce Brosnan); otros en conductas socialmente inadaptadas.

En caso de patología ya extrema, el fantasma puede llegar a asumirse como la propia realidad.

De allí que los fantasmas que inspiran al Ello sean más difíciles de combatir que las ideologías que inspiran al Yo y al Superyó.

Y esto porque los fantasmas son siempre irracionales: al mundo no lo construyen sino sólo lo matizan y lo distorsionan. Sin embargo, los fantasmas siempre pueden ingeniárselas para transpirar a través de los poros de incluso los discursos más coherentes y articulados. Y el racismo es justamente eso: un fantasma que no se articula como una teoría sino que transpira a través de ella o a través de otros poros…

Claro que hay ideologías racistas, pero hay personas que pudiendo rechazarlas y siendo muy altruistas, pueden sin advertirlo responder a un fantasma racista. Pero sobre esto ahondaremos después.

Algunos apuntes personales sobre el Psicoanálisis

Siempre he creído que el Psicoanálisis (sea el de Freud o el de Lacan) tiene valor no como ciencia sino más como una teoría (como dirían los académicos) que ayudaría a ser inteligibles algunos estados de la conciencia.

Por otro lado, creo que por el Yo, el Superyó o el Ello podremos estar condicionados pero nunca determinados, pues por sobre todas las cosas tenemos el don de la libertad.

Dicho esto, las teorías en general (y el psicoanálisis lo es) pueden resultarnos útiles para analizar ciertos temas, pero no por eso debemos siempre o avalarlas en su totalidad o evitar mirarlas críticamente cuando sea necesario.

Por tanto, y acá tal vez discreparía con el psicoanálisis, no estamos dominados por el Ello y sus fantasmas, los que podrán condicionarnos e influenciarnos pero nunca determinarnos. Y esto porque del Ello y de los fantasmas a los que responde siempre podemos cobrar conciencia para contrarrestarlos y manejarlos, aunque no desaparezcan del todo.

Dos casos de fantasmas que transpiran


James Watson ganó en 1953 el premio Nóbel como uno de los investigadores que descubrieron la estructura del ADN. Él es uno de los padres de la genética moderna. Pero de un tiempo a esta parte está haciendo noticia con unos comentarios de lo más pintorescos, algo que demostraría que un premio Nóbel a nadie le garantiza el sentido común.

Por ejemplo, Watson se declaro pesimista sobre el futuro de África con los siguientes argumentos: «…todas nuestras políticas sociales están basadas en el hecho de que su inteligencia (la de los africanos) es la misma que la de los blancos, cuando todas las pruebas indican que en realidad no es así» («Renuncia Nóbel acusado de racismo»; mis destacados).

Y es que los fantasmas pueden llegar a influir a tal grado a un estudioso, que éste puede llegar a acomodar los datos más supuestamente científicos para avalar sus más fantasmáticas y subjetivas percepciones. Y lo peor es que dicho sujeto quizás ni siquiera sea muy conciente de ello. Y esto me lleva a sugerir que, incluso en la ciencia, no están libradas de ribetes ideológicos incluso las maneras de interpretar los datos más matemáticos y estadísticos, incluso las maneras de entender el conocimiento. De allí que no deba extrañarnos que un investigador tan renombrado como Watson, estando incluso basado en estadísticas y datos científicos, pueda hacer afirmaciones tan disparatadas.

En un metro de Barcelona, Sergi Xavier Martín de 21 años agredió física y psicológicamente a una chica ecuatoriana. Un juez lo sentenció a una libertad provisoria en la que el agresor podrá salir pero sin pagar fianza y sin salir de su lugar de residencia. Y esto porque, entre otras cosas, a Martín le diagnosticaron un trastorno mental severo y le atribuyeron una infancia traumática, detalles que habrían servido para atenuarle la pena.

Tanto Watson como Martín están motivados por el Ello e influenciados por uno de sus fantasmas, el racismo.

Claro, me dirán algunos, para Watson el racismo ya no es un fantasma (propio del Ello) sino ya toda una ideología (más propia del Yo o del Superyó) , por más pintoresca que ésta sea.
(Valga la aclaración a manera de gran paréntesis, el racismo pseudo-científico de Watson responderá al Yo o al Superyó según las pulsiones tras sus teorías sean respectivamente de índole calculadora o idealista. Y digo idealista porque hasta las mayores aberraciones como el racismo pueden ocultarse tras ideales aparentemente muy sublimes. Y esto porque todos podríamos hacer algo malo creyendo muy en el fondo que estamos haciendo algo bueno o lo estamos haciendo por algo bueno, situación que será más marcada cuanto más deformada esté una conciencia o más invertida esté una escala de valores… Por eso el peligro de vivir en una sociedad relativista, donde tras una mal entendida tolerancia, podría darse carta de ciudadanía a ideas o posturas que lejos de formar deforman...)

Sin embargo, tanto Watson como Martín responden sólo al fantasma del racismo. La diferencia es que al fantasma racista Watson lo transpira mediante un discurso y Martín mediante sus conductas inadaptadas.

Watson puede llegar a admitir su error cuando sus exóticas teorías sean desmontadas. Pero el problema es que su fantasma racista tiene a las ideologías sólo como uno entre tantos poros por los que transpira y que siempre pueden ser muy diversos, como las percepciones, las reacciones, las complicidades silenciosas en un contexto de sobreentendidos… En el supuesto de que abjure concientemente de sus teorías racistas, Watson siempre convivirá con ese fantasma, el que siempre se le filtrará aunque quizás de formas más alambicadas y no golpeando inmigrantes…

Martín puede admitir su error y reconocer su falta (como de hecho lo hizo aunque tal vez más de la boca para afuera y por el susto). Incluso en su fuero interno puede reconocer que hizo mal.

Pero el problema es que el joven español tendrá siempre ese fantasma allí y, dada su pobre instrucción, ni siquiera tiene un discurso para articularlo y amortiguarlo. De allí que él siempre corra el riesgo de volver a exteriorizar su fantasma torpemente, sin estar de por medio ningún filtro o ninguna elaborada racionalización como la de Watson.

Siempre cabe la posibilidad de que a Martín al fantasma lo trasluzca sólo porque sí, porque le apeteció, aun cuando siempre ensaye argumentos para justificar sus conductas: que los extranjeros quitan empleos, que todos son de mal vivir, que hacen descender los salarios, que hacen las calles más inseguras, que son así o asá…

Estos argumentos podrán responder a prejuicios o podrán no resistir el menor análisis, pero para Martín siempre serán posteriores a otro eventual acto xenófobo. Es decir, siempre es posible que el joven exteriorice su fantasma racista sin necesitar de un discurso racionalizador que lo filtré en la esfera social, como sí sería el caso de Watson…

Más aún, Martín tal vez ni siquiera está en la capacidad intelectual o emocional para elaborar complicadas racionalizaciones… En realidad tiene a sus fantasmas a flor de piel. Y peor aún: ni él mismo es conciente de qué tanto tiene a la realidad teñida con tales fantasmas; al punto que ante la presencia de un latinoamericano o moro sólo estaría viendo una amenaza por el sólo hecho de presentarle a una sociedad española más diversa y compleja y muy deferente de la que tiene en su imaginario, en el que dicha sociedad no respondería a la de la realidad sino más bien estaría bastante teñida por los fantasmas de este muchacho.

Los discursos racistas son siempre despreciables pero al menos son explícitos y pueden ser combatidos, ridiculizados y vencidos. Los fantasmas son más escurridizos y son más preocupantes cuando ni siquiera pueden ser ordenados mediante ideas coherentes; cuando simplemente son reflejos que nos hacen reaccionar; cuando ni siquiera tienen un filtro racionalizador mediante el cual aflorar…

El fantasma racista transpiró a través de Martín de forma muy evidente; pero pareció también hacerlo aunque muy sutilmente a través de otros protagonistas de esta historia: por ejemplo en el juez que lo sentenció a una libertad provisoria sin exigirle el pago de una fianza…

Quizás el magistrado concientemente no haya querido ser racista y sí muy justo (aunque por lo que vengo leyendo, la justicia española ha dejado mucho qué desear en este caso). Pero muy probablemente su visión de la realidad debió también haber estado muy teñida por este fantasma a la hora de sentenciar al joven de manera relativamente leve…

Y digo esto porque si un latinoamericano hubiera agredido a una chica española, muy probablemente el fallo judicial hubiera sido muy distinto, y él ya estaría encerrado y no lo hubiera salvado ningún diagnóstico de trastorno mental severo y de infancia traumática (diagnóstico que sí sirvió para atenuar las penas que Martín recibió).


Y en tal caso ese latinoamericano se tendría bien merecida esa sentencia, pues si está trastornado sería más seguro para la sociedad el que lo encerraran.

El problema es que los fantasmas nos hacen ver con matices muy diferentes a una misma realidad, nos hacen juzgar con un doble parámetro a un mismo caso, nos colorea de negro, de gris o de blanco a una misma falta según quien la cometa… Y aun cuando sí queramos ser justos y equitativos, pero así son los fantasmas…

Ahora, como reitero, todos tenemos fantasmas y quizás nosotros mismos no seamos concientes de ellos, los que sin embargo siempre nuestros semejantes pueden detectárnoslos y advertírnoslos.

Sólo así el fantasma saldrá a la luz con toda su sórdida desnudez para ser derrotarlo.

No se trata de buscar culpables ni acusarnos. Todos tenemos fantasmas, y si nos lo evidencian debemos sincerarnos y ser modestos en reconocerlos, un primer paso para cambiar.
Y digo esto porque temas como éstos deben abordarse desde una clave de perdón y reconciliación en la que deba evitarse todo resentimiento y toda revancha, dado que si no puede haber paz sin justicia, tampoco puede haber justicia sin caridad. En otras palabras: justicia sin caridad es sólo venganza; y ninguna venganza es justa, por más que así lo parezca cuando hay heridas abiertas…

Y sí: hasta con Watson y con Martín hay que tenerles caridad, y justamente por su propio racismo… Y es que el racista también es una víctima (aunque parezca mentira); víctima de sus complejos, de su baja autoestima, de un temor irracional a aceptar el mundo tal cual es, de un vacío tal que finalmente no le queda más que valorarse por el color de su piel, porque ya no tiene con qué más valorarse o con qué más destacar o con qué más competir en el ámbito laboral, afectivo, etcétera… Y en casos extremos esta angustia lo lleva a reacciones de lo más primarias por más que sean transparentadas elaboradamente mediante teorías exóticas o torpemente mediante la agresión a inmigrantes…
Y digo también que al racista hay que tenerle caridad, porque un primer paso para empezar a contrarrestarlos es intentar comprenderlos. Y con odio es difícil comprender a otra persona…

El racista quiere creerse con angustia que el mundo es tan plano y homogéneo como le gustaría. Y digo angustia, porque él en el fondo intuye que el mundo en realidad es muy diferente y mucho más complejo, variado y rico, sólo que aquella persona está en la incapacidad de aceptarlo así…

Muchas veces ni él mismo tiene claro porque es racista, puede alegar muchas razones que sin embargo no suele ventilarlas porque éstas no resistirían a argumentos racionales. Y es que el racista simplemente lo es porque el mundo real no congenia con un fantasma que ni este mismo sujeto se da cuenta qué tanto lo está influenciado.

De allí que el racismo, incluso tras discursos tan elaborados como los de Watson, tiene una matriz principalmente irracional (fantasmática).

El racista percibe al extranjero como enemigo o como incomodo, pero cuando le preguntan por qué dará argumentos que hasta él mismo puede llegar a considerar ridículos, cuando descubra que su racismo respondía simplemente a que el inmigrante no encajaba en su mundo fantasmático, el que ni él mismo sabía qué tan fantasmático era.

Y esto porque, ya en general, los fantasmas nos influyen no como ideas sino como destellos que se esfuman inmediatamente al tratar de analizarse por lo mismo que eran tan imprecisos y tan irracionales. ¿Acaso a eso e refería Lacan cuando decía que había que atravesar el fantasma?

Como repito, todos tenemos fantasmas, pero una persona normal está en mayor capacidad de aceptar que el mundo es como es y no como le gustaría.

El problema es que algunos son presas más vulnerables cuando están en la incapacidad de procesar un mundo más diverso que el señalado por sus imaginarios teñidos de fantasmas…

Bajo está lógica, por ejemplo, en Watson más que sus raras teorías hay que entender su historia personal, sus complejos, sus fobias, sus traumas, sus envidias y toda la amplia gama de sus móviles más irracionales que configuran el fantasma que le tiñe la realidad. Y sólo así, por más aderezadas que estén con datos científicos, tales teorías quedarán tan claras como el agua para ser desbaratadas…

Bibliografía

«Renuncia Nóbel acusado de racismo». Ciencia y Tecnología. BBC [Londres] 25 de octubre de 2007.