
Fuente: nisu.blogia.com
Isabel Barceló es una escritora de Valencia (España) y administradora del interesante blog Mujeres de Roma. Ella nos brinda sobre la Roma Antigua una historia vista y protagonizada por mujeres, una perspectiva que debiera ser más considerada por los historiadores. En el desarrollo de sus relatos, Isabel ha propuesto el tema del Amor y ha exhortado a algunos bloggers a escribir al respecto. Uno de ellos es Schatz (pseudónimo del administrador del blog El Urbanito), quien tiene un interesante texto y a quien debo agradecer por haberme recomendado el blog de Isabel. Esta vez ella me ha extendido la misma invitación, y lo menos que podía hacer era agradecerle la deferencia aceptando participar en su estimulante iniciativa.
Empecemos diciendo que hay distintos tipos de amor, pero me centraré en el del hombre y la mujer, el de pareja. Trataré de imaginar las muchas preguntas que alguna vez nos hemos podido hacer al respecto ¿Son lo mismo pasión y amor? ¿Son ambos tan opuestos como el agua y el aceite y difícil de reconciliar? ¿Son etapas donde una conduce a la otra? Y si así fuera ¿debe ser primero el amor o la pasión? Y ¿si la pasión fuera mala? ¿No nos hace por ejemplo a los hombres reducir a las mujeres a objetos de deseo sin considerar sus otras cualidades? Pero entonces ¿por qué la pasión nos aflora de manera tan natural que nadie está librado? ¿Por qué la Naturaleza es tan perversa al habérnosla inscrito como una pulsión que podemos controlar, pero que no podemos evitar sentir, aunque queramos? Y ¿acaso puede haber amor sin pasión y viceversa?
Supongamos que lo único existente es la pasión y que el amor sólo es su hipócrita máscara con la que busca sublimarse (por usar un término freudiano). Me pondré más freudiano todavía, ¿sólo podríamos amar a alguien por el placer que nos causa sea su belleza o las fantasías que nos despierta? Es más, ¿finalmente amamos sólo a quien puede causarnos placer? Pero ojo: eso significaría que al ver a nuestra pareja envejecer por los años ya seriamos incapaces de amarlo (a). Me pondré más dramático, y Dios no lo quiera: ¿Qué pasaría si nuestra pareja tuviera tal incapacidad física que le impediría incluso tener una vida marital? ¿Ya no habría razón para amarlo (a)? Pero ¿cuántas parejas de ancianos se siguen queriendo aunque el erotismo ya no esté presente por la avanzada edad? ¿Cuántas parejas se conocieron sin sentirse atraídos, y quizás todo lo contrario, pero con el tiempo establecieron una relación al descubrir cuánto tenían en común o cuán complementarios eran justamente por ser tan opuestos, y sólo al final la pasión hizo su aparición? Aunque sea una vez en la vida, ¿no les ha ocurrido haberse sentido muy atraídos por alguien al que no hubieran imaginado ni en la más ingenua de sus fantasías sexuales, pero que sin embargo los deslumbró por una personalidad arrolladora o una inteligencia muy lúcida? Bien podrían decirme sobre este último caso que eso no es atracción sino admiración, que también acá las hormonas y las feromonas han jugado su papel y que ya correspondería a la pubertad, si no ya a la infancia, esos amores platónicos donde idealizábamos a tal punto a la persona amada que éramos incapaces de consentirnos hasta el más casual de los malos pensamientos. También podrían agregarme que los amores adultos siempre deben tener su dosis de pasión, porque de lo contrario las personas no han madurado emocionalmente. Pero con todo lo que pudieran alegarme, ¿acaso no sólo la pasión sino también la admiración es una forma de enamorarse? ¿Acaso no siempre es posible vislumbrar que pasión y amor no son lo mismo, aunque solamos confundirlos? Más adelante entenderán que no son ociosos estos deslindes, aunque para algunos sean muy obvios.
Pasión y amor no son lo mismo, pero son complementarios. El amor siempre tiene algo de pasión, pero no porque los afectos se serenen con los años son menos auténticos. Bueno, dicho todo esto, ¿podríamos inferir que el amor no es propiamente un sentimiento? Y entonces ¿qué es el amor?
Empezaré con unas ideas iniciales: el amor es una certeza, producto del sentido que encontremos a una relación. Y reitero dos palabras claves sobre las que profundizaré más adelante para comprender el amor: certeza y sentido. Ya sé que para algunos estas afirmaciones podrían ser perogrulladas, pero profundicemos en ellas, nunca está demás…
El amor: etimología y pinceladas históricas
Párrafos arriba decía que no era ocioso el deslinde entre amor y pasión, porque si bien ahora lo tenemos claro, aunque a veces los confundamos, es gracias a un proceso que tomó siglos para hacerlos inteligibles y categorisarlos. Es decir, muchas culturas antiguas a su manera entendían que pasión y amor eran distintos, la diferencia estaba en cuál de ellos ponían más énfasis, a qué consideraban propiamente amor…
Los antiguos griegos tenían tres palabras para referirse al amor en sus diversas manifestaciones: Eros, Philia y Ágape
Eros no nacía de la voluntad o la razón. En cierto modo era arbitrario porque invadía sin pedir permiso. Conllevaba una enorme dicha y, por tanto, era el más asociado con un rapto divino, algo muy entendible, por cierto. Pero más allá del deslumbramiento sólo buscaba el propio goce. En síntesis, el Eros era muy análogo a la pasión, tal cual la entendemos ahora. Este tipo de amor era en el que los griegos ponían más énfasis.
Philia era el amor nacido de la amistad, y por su raíz etimológica es fácil asociarlo al amor filial de hijo o al amor fraternal.
Ágape era el amor más soslayado por los griegos. Era menos deslumbrante, pero era más maduro y calmado. Ya no parecía tan divino porque costaba más esfuerzo sacarlo adelante. Ya no implicaba sólo el propio goce sino también el bienestar de la pareja, algo que a veces exigía renuncias y sacrificios.
Cabe agregar que no sólo los griegos, sino también la mayoría de culturas antiguas, el amor que más asociaban con lo divino era el Eros.
Ahora, ya anotamos que el Ágape exige renuncias y sacrificios, y no siempre nos va a hacer sentir embriagados de dicha y hay que esforzarse para sacarlo adelante. Pero ¿cómo? ¿A veces en una pareja la rutina no va desgastando aquellos sentimientos que alguna vez deslumbraron? Es más, los sentimientos pueden estar incluso en contra o, si subsisten, pueden resultar muy insuficientes para enfrentar las frustraciones cotidianas. Entonces, si no son ya los sentimientos, ¿cuál será el gran motor para que una relación persevere? La respuesta me lleva a esas dos palabras que había dejado pendientes anteriormente: certeza y sentido. Pero nuevamente dejémoslas allí…
¿Todo lo expuesto significa que hay que estigmatizar al Eros porque finalmente se basa en puro sentimiento? La respuesta es no. El Eros no es malo y si no existiera la procreación podría resultar tan odiosa que quizás ya no habría humanidad. Además, el verdadero amor siempre necesita de un fuerte empujón inicial que nos saque de nosotros mismos. Vamos: si somos racionales y no existe el combustible inicial de la pasión quizás nadie se emparejaría y casaría. Imaginen todas las responsabilidades de una relación: gastos, responsabilidades, tiempo… Claro que el miedo a la soledad puede ser un impulso, pero me aventuraría a decir que ni tanto, porque si uno comienza a analizar preferiría estar solo pues siempre resulta muy incomodo estar amoldando nuestro carácter o hasta nuestras metas personales y profesionales a los de una eventual pareja. Es por eso que necesitamos de ese rapto inicial para atrevernos a llegar a esa persona especial y, al menos al inicio, olvidarnos de todos los miedos, responsabilidades e incomodidades que una relación exige. Aunque ya sugerimos que no toda relación sentimental tiene que comenzar por la pasión. Finalmente ya depende de cada quien…
No podemos culpar a los antiguos por confundir al Eros con un estado divino. Después de todo, la pasión tiene mucho de sublime. No es propiamente un instinto animal que busca saciar sus más bajas pasiones. La pobre pasión siempre ha sido víctima de muy mala prensa, cuando ella a nuestra anodina existencia la hace trascender y le despierta un anhelo de infinito gozo y felicidad con el que incluso nos hubiéramos sentido incapaces de soñar . Cuántas veces hemos creído que ya no éramos capaces de soñar y una fuerte pasión nos lleva a superar nuestro pesimismo. El problema de la pasión es que es tan efímera como una pompa de jabón, por más maravillosas expectativas que genere. Quizás por eso muchos creen que la felicidad no existe o sólo se reduce a momentos fugaces. Pero eso no significa que la pasión sea una vil mentirosa, sino que sólo anticipa aquellos deseos que sólo podrán cumplirse en el Ágape.
Por eso tarde o temprano confirmamos que el Eros no es suficiente, por más rapto divino que nos parezca. Es allí cuando entendemos que el amor no es sólo un sentimiento y que para sacarlo adelante cotidianamente debe haber algo mucho más fuerte, porque ya no se trata sólo de nuestro goce sino también del bien del otro, y eso exige renuncias y sacrificios, no siempre agradables. Es allí cuando vemos que el amor es algo más fuerte que un mero sentimiento, es una certeza que irá consolidándose cuanto mayor sentido encontremos en una relación… Es allí cuando descubrimos que si bien anhelábamos el Eros, mucho más el Ágape. O dicho de otra forma: buscábamos el Eros cuando en realidad queríamos el Ágape, tan soslayado por los griegos… Será por eso que dicen que la pasión en sí misma es como una supernova que deslumbra sólo por un segundo hasta apagarse para siempre. En cambio, el verdadero amor es como esas estrellas que iluminan de manera tenue, pero permanente… Ya saben: el Eros es la supernova y el Ágape es la estrella…
En suma, y sin filosofar tanto, el Eros no es malo, el problema es cuando es lo único que buscamos y sólo allí nos quedamos. Es entonces cuando sólo buscamos nuestro goce egoísta y nuestras parejas se vuelven sólo meros objetos de placer y finalmente terminamos solos por más caricias que disfrutemos. Quizás vislumbramos las promesas del Eros pero las queremos realizar sólo en el propio Eros, porque aunque conozcamos el Ágape no nos es tan atractivo, pues exige responsabilidades, costos a pagar por las promesas del Eros. Repito: nadie dice que el Eros y su placer sean malos, el problema es cuando nos quedamos en él; cuando no queremos la luz sino sólo su reflejo. Es allí cuando el Eros deja de ser promesa y se vuelve espejismo.
Sin embargo, aunque no nos embriague de gozo y sea más sereno, el Ágape también tiene mucho de divino. Allí los anhelos despertados por el Eros no sólo se cumplen sino que cobran un mayor sentido. El Ágape es más calmado pero más seguro, más auténtico, más permanente y más sublime, porque ya no busca la propia satisfacción egoísta sino también la del otro, como ya dijimos, aunque eso siempre exige renuncias. Es en el Ágape cuando tenemos una mayor certeza de una relación sentimental y por eso le hallamos un mayor sentido. Es en el Ágape cuando vemos que las promesas del Eros eran ciertas.
Esto no significa que los sentimientos no cuenten. Pero una relación sentimental necesita como principales motores una certeza y un sentido para que siga perdurando, aun cuando los sentimientos no sean suficientes o, incluso, cuando sean contrarios.
Ahora, debemos aclarar que este artículo sólo pretende abordar el amor de pareja y que certeza y sentido también puede aplicarse a otras manifestaciones del amor, como a ésa que los griegos entendían como Philia, que ya merecería un desarrollo aparte… Me aventuraré a decirles algo sin fundamentarlo tanto: el amor bien entendido no es sólo motor de las relaciones sentimentales sino incluso de las mayores reformas sociales, pero ése es otro tema…
© Derechos Reservados
Bibliografía:
S.S. Benedicto XVI. Deus caritas est. México: Catholic. net, 2005.
http://www.es.catholic.net/archivos/Deus_Caritas_Est.pdf
Cortesía de la imagen:
http://nisu.blogia.com/upload/corazon%20de%20nube.jpg
Supongamos que lo único existente es la pasión y que el amor sólo es su hipócrita máscara con la que busca sublimarse (por usar un término freudiano). Me pondré más freudiano todavía, ¿sólo podríamos amar a alguien por el placer que nos causa sea su belleza o las fantasías que nos despierta? Es más, ¿finalmente amamos sólo a quien puede causarnos placer? Pero ojo: eso significaría que al ver a nuestra pareja envejecer por los años ya seriamos incapaces de amarlo (a). Me pondré más dramático, y Dios no lo quiera: ¿Qué pasaría si nuestra pareja tuviera tal incapacidad física que le impediría incluso tener una vida marital? ¿Ya no habría razón para amarlo (a)? Pero ¿cuántas parejas de ancianos se siguen queriendo aunque el erotismo ya no esté presente por la avanzada edad? ¿Cuántas parejas se conocieron sin sentirse atraídos, y quizás todo lo contrario, pero con el tiempo establecieron una relación al descubrir cuánto tenían en común o cuán complementarios eran justamente por ser tan opuestos, y sólo al final la pasión hizo su aparición? Aunque sea una vez en la vida, ¿no les ha ocurrido haberse sentido muy atraídos por alguien al que no hubieran imaginado ni en la más ingenua de sus fantasías sexuales, pero que sin embargo los deslumbró por una personalidad arrolladora o una inteligencia muy lúcida? Bien podrían decirme sobre este último caso que eso no es atracción sino admiración, que también acá las hormonas y las feromonas han jugado su papel y que ya correspondería a la pubertad, si no ya a la infancia, esos amores platónicos donde idealizábamos a tal punto a la persona amada que éramos incapaces de consentirnos hasta el más casual de los malos pensamientos. También podrían agregarme que los amores adultos siempre deben tener su dosis de pasión, porque de lo contrario las personas no han madurado emocionalmente. Pero con todo lo que pudieran alegarme, ¿acaso no sólo la pasión sino también la admiración es una forma de enamorarse? ¿Acaso no siempre es posible vislumbrar que pasión y amor no son lo mismo, aunque solamos confundirlos? Más adelante entenderán que no son ociosos estos deslindes, aunque para algunos sean muy obvios.
Pasión y amor no son lo mismo, pero son complementarios. El amor siempre tiene algo de pasión, pero no porque los afectos se serenen con los años son menos auténticos. Bueno, dicho todo esto, ¿podríamos inferir que el amor no es propiamente un sentimiento? Y entonces ¿qué es el amor?
Empezaré con unas ideas iniciales: el amor es una certeza, producto del sentido que encontremos a una relación. Y reitero dos palabras claves sobre las que profundizaré más adelante para comprender el amor: certeza y sentido. Ya sé que para algunos estas afirmaciones podrían ser perogrulladas, pero profundicemos en ellas, nunca está demás…
El amor: etimología y pinceladas históricas
Párrafos arriba decía que no era ocioso el deslinde entre amor y pasión, porque si bien ahora lo tenemos claro, aunque a veces los confundamos, es gracias a un proceso que tomó siglos para hacerlos inteligibles y categorisarlos. Es decir, muchas culturas antiguas a su manera entendían que pasión y amor eran distintos, la diferencia estaba en cuál de ellos ponían más énfasis, a qué consideraban propiamente amor…
Los antiguos griegos tenían tres palabras para referirse al amor en sus diversas manifestaciones: Eros, Philia y Ágape
Eros no nacía de la voluntad o la razón. En cierto modo era arbitrario porque invadía sin pedir permiso. Conllevaba una enorme dicha y, por tanto, era el más asociado con un rapto divino, algo muy entendible, por cierto. Pero más allá del deslumbramiento sólo buscaba el propio goce. En síntesis, el Eros era muy análogo a la pasión, tal cual la entendemos ahora. Este tipo de amor era en el que los griegos ponían más énfasis.
Philia era el amor nacido de la amistad, y por su raíz etimológica es fácil asociarlo al amor filial de hijo o al amor fraternal.
Ágape era el amor más soslayado por los griegos. Era menos deslumbrante, pero era más maduro y calmado. Ya no parecía tan divino porque costaba más esfuerzo sacarlo adelante. Ya no implicaba sólo el propio goce sino también el bienestar de la pareja, algo que a veces exigía renuncias y sacrificios.
Cabe agregar que no sólo los griegos, sino también la mayoría de culturas antiguas, el amor que más asociaban con lo divino era el Eros.
Ahora, ya anotamos que el Ágape exige renuncias y sacrificios, y no siempre nos va a hacer sentir embriagados de dicha y hay que esforzarse para sacarlo adelante. Pero ¿cómo? ¿A veces en una pareja la rutina no va desgastando aquellos sentimientos que alguna vez deslumbraron? Es más, los sentimientos pueden estar incluso en contra o, si subsisten, pueden resultar muy insuficientes para enfrentar las frustraciones cotidianas. Entonces, si no son ya los sentimientos, ¿cuál será el gran motor para que una relación persevere? La respuesta me lleva a esas dos palabras que había dejado pendientes anteriormente: certeza y sentido. Pero nuevamente dejémoslas allí…
¿Todo lo expuesto significa que hay que estigmatizar al Eros porque finalmente se basa en puro sentimiento? La respuesta es no. El Eros no es malo y si no existiera la procreación podría resultar tan odiosa que quizás ya no habría humanidad. Además, el verdadero amor siempre necesita de un fuerte empujón inicial que nos saque de nosotros mismos. Vamos: si somos racionales y no existe el combustible inicial de la pasión quizás nadie se emparejaría y casaría. Imaginen todas las responsabilidades de una relación: gastos, responsabilidades, tiempo… Claro que el miedo a la soledad puede ser un impulso, pero me aventuraría a decir que ni tanto, porque si uno comienza a analizar preferiría estar solo pues siempre resulta muy incomodo estar amoldando nuestro carácter o hasta nuestras metas personales y profesionales a los de una eventual pareja. Es por eso que necesitamos de ese rapto inicial para atrevernos a llegar a esa persona especial y, al menos al inicio, olvidarnos de todos los miedos, responsabilidades e incomodidades que una relación exige. Aunque ya sugerimos que no toda relación sentimental tiene que comenzar por la pasión. Finalmente ya depende de cada quien…
No podemos culpar a los antiguos por confundir al Eros con un estado divino. Después de todo, la pasión tiene mucho de sublime. No es propiamente un instinto animal que busca saciar sus más bajas pasiones. La pobre pasión siempre ha sido víctima de muy mala prensa, cuando ella a nuestra anodina existencia la hace trascender y le despierta un anhelo de infinito gozo y felicidad con el que incluso nos hubiéramos sentido incapaces de soñar . Cuántas veces hemos creído que ya no éramos capaces de soñar y una fuerte pasión nos lleva a superar nuestro pesimismo. El problema de la pasión es que es tan efímera como una pompa de jabón, por más maravillosas expectativas que genere. Quizás por eso muchos creen que la felicidad no existe o sólo se reduce a momentos fugaces. Pero eso no significa que la pasión sea una vil mentirosa, sino que sólo anticipa aquellos deseos que sólo podrán cumplirse en el Ágape.
Por eso tarde o temprano confirmamos que el Eros no es suficiente, por más rapto divino que nos parezca. Es allí cuando entendemos que el amor no es sólo un sentimiento y que para sacarlo adelante cotidianamente debe haber algo mucho más fuerte, porque ya no se trata sólo de nuestro goce sino también del bien del otro, y eso exige renuncias y sacrificios, no siempre agradables. Es allí cuando vemos que el amor es algo más fuerte que un mero sentimiento, es una certeza que irá consolidándose cuanto mayor sentido encontremos en una relación… Es allí cuando descubrimos que si bien anhelábamos el Eros, mucho más el Ágape. O dicho de otra forma: buscábamos el Eros cuando en realidad queríamos el Ágape, tan soslayado por los griegos… Será por eso que dicen que la pasión en sí misma es como una supernova que deslumbra sólo por un segundo hasta apagarse para siempre. En cambio, el verdadero amor es como esas estrellas que iluminan de manera tenue, pero permanente… Ya saben: el Eros es la supernova y el Ágape es la estrella…
En suma, y sin filosofar tanto, el Eros no es malo, el problema es cuando es lo único que buscamos y sólo allí nos quedamos. Es entonces cuando sólo buscamos nuestro goce egoísta y nuestras parejas se vuelven sólo meros objetos de placer y finalmente terminamos solos por más caricias que disfrutemos. Quizás vislumbramos las promesas del Eros pero las queremos realizar sólo en el propio Eros, porque aunque conozcamos el Ágape no nos es tan atractivo, pues exige responsabilidades, costos a pagar por las promesas del Eros. Repito: nadie dice que el Eros y su placer sean malos, el problema es cuando nos quedamos en él; cuando no queremos la luz sino sólo su reflejo. Es allí cuando el Eros deja de ser promesa y se vuelve espejismo.
Sin embargo, aunque no nos embriague de gozo y sea más sereno, el Ágape también tiene mucho de divino. Allí los anhelos despertados por el Eros no sólo se cumplen sino que cobran un mayor sentido. El Ágape es más calmado pero más seguro, más auténtico, más permanente y más sublime, porque ya no busca la propia satisfacción egoísta sino también la del otro, como ya dijimos, aunque eso siempre exige renuncias. Es en el Ágape cuando tenemos una mayor certeza de una relación sentimental y por eso le hallamos un mayor sentido. Es en el Ágape cuando vemos que las promesas del Eros eran ciertas.
Esto no significa que los sentimientos no cuenten. Pero una relación sentimental necesita como principales motores una certeza y un sentido para que siga perdurando, aun cuando los sentimientos no sean suficientes o, incluso, cuando sean contrarios.
Ahora, debemos aclarar que este artículo sólo pretende abordar el amor de pareja y que certeza y sentido también puede aplicarse a otras manifestaciones del amor, como a ésa que los griegos entendían como Philia, que ya merecería un desarrollo aparte… Me aventuraré a decirles algo sin fundamentarlo tanto: el amor bien entendido no es sólo motor de las relaciones sentimentales sino incluso de las mayores reformas sociales, pero ése es otro tema…
© Derechos Reservados
Bibliografía:
S.S. Benedicto XVI. Deus caritas est. México: Catholic. net, 2005.
http://www.es.catholic.net/archivos/Deus_Caritas_Est.pdf
Cortesía de la imagen:
http://nisu.blogia.com/upload/corazon%20de%20nube.jpg