jueves, diciembre 27, 2007

Agradecimientos por dos gentiles menciones

Por orden de aparición, quisiera dar las gracias por dos generosas menciones que esta semana ha recibido un texto navideño que recientemente escribí.

La primera mención fue la de Mariana. Ahora que me pongo a pensar, mi artículo bien podría considerarse como un dialogo con algunas inquietudes que hace algunas semanas ella nos compartió en su bitácora.

La segunda mención fue la de Marta Salazar. En su bitácora Alemania: Economía, Sociedad y Derecho, con el rigor que la caracteriza, ella incluso complementa el tema de la depresión navideña con interesantes datos estadísticos aportados por una encuesta del Instituto de Demoscopía Emnid del 2001.

jueves, diciembre 20, 2007

La felicidad plástica

Este artículo lo había publicado anteriormente en la revista Cañasanta (Canadá) y en La Lupe. Pero al momento de escribir estas líneas ambos portales estaban suspendidos, así que dicho texto decidí finalmente publicarlo en Carta Náutica (fuente: Ludomecum)


Una entrevista de la BBC nos hizo conocer al profesor Tal Ben-Shaler, cuyas clases de Psicología Positiva son las más populares entre los alumnos de la Universidad de Harvard porque les enseña cómo ser felices.

Según Ben-Shaler este curso «se centra en la felicidad, la autoestima y la motivación» y les da a los estudiantes «herramientas para conseguir el éxito y encarar la vida con más alegría».

De dicha entrevista desprendo algunas ideas principales de este académico: cambia tu visión del mundo y tus estados de ánimo e incrementaras tus niveles de felicidad; no te enfoques en lo negativo sino en lo positivo.

Ben-Shaler dice que «la principal lección para mis alumnos es que
la felicidad está en nuestro estado de ánimo» y no niega que las circunstancias externas son importantes porque «a una mujer que vive en Darfur, Sudán, se le haría difícil alcanzar la felicidad, pero más allá de las condiciones y las libertades básicas, la felicidad hay que encontrarla en nuestro propio estado de ánimo». Por la repetición de ciertas frases, bien podríamos afirmar que toda la idea de felicidad de este profesor se funda en el estado de ánimo.

Digamos que soy un buen alumno de Ben-Shaler y aplicaré su filosofía como la he entendido. Debo primero enfocarme en lo positivo para cambiar mi visión de las cosas, sentirme bien y, así, ser feliz y finalmente lograr el éxito. Estas ideas son muy interesantes y también ciertas, el problema es que tengo el mal hábito de siempre ponerme de abogado del diablo.

Si la felicidad depende sólo del estado de ánimo, no me sorprende que muchos piensen que ésta se reduce sólo a momentos tan breves y deslumbrantes como los fuegos artificiales.

A veces podríamos no sentirnos nada bien, y cambiar nuestra visión del mundo sería casi imposible porque la realidad que podría rodearnos sería tan negativa que no tendría ningún aspecto positivo donde enfocarnos. Es verdad que autoestima y motivación son importantes, pero estás serán muy frágiles si sólo se basan en un buen estado de ánimo. No se preocupen, no soy pesimista, sigan leyendo…

No niego que las teorías de Ben-Shaler son interesantes y encierran muchas verdades, pero parecieran sugerirnos que en el fondo la felicidad se reduce a sentirnos bien, a sólo enfocarnos en lo positivo de la vida y cosas similares, algo que sonaría a chiste cruel a la misma mujer de Darfur citada como ejemplo por él mismo.

Sí creo que la felicidad existe; pero también,
que ésta no se reduce a efímeros momentos ni tiene como condición imprescindible un buen estado de ánimo. Sé que muchos pensarán que estoy loco pues ¿cómo podríamos ser felices sin sentirnos bien? Todo depende de qué entendamos por felicidad, de la que desarrollaré conceptos con los que me siento más seguro, aunque no sean perfectos, pues tampoco pretendo crear una nueva filosofía, y entiendo que cada quien tiene derecho a imaginar la felicidad que más guste.

La felicidad no la asocio tanto a esos momentos fugaces de tanta excitación que sentimos el pecho henchido a reventar. Claro, quién no gusta de esas situaciones placenteras cuando por ejemplo se concretan ciertos sueños, pero ¿al punto de estar tan
embriagados de dicha que después no podamos concentrarnos en nuestras obligaciones cotidianas o terminemos envaneciéndose, lo que sería hasta contraproducente? Claro, es muy legítimo alegrarse y todos no somos iguales: algunos son más calmados y otros, tan emotivos que los momentos tristes o felices los sienten con mayor intensidad que el resto, algo que podría serles perjudicial para la salud por ser ya muy sensibles o por su edad avanzada.

Sin tampoco ser extremistas, en las buenas o en las malas siempre lo mejor es estar sereno y evitar esos
estados alterados de conciencia, aun cuando nos hagan ver todo de color de rosa, y es que si la extremada tristeza nos hace ver las cosas más oscuras de lo que son, la extremada alegría tampoco es que nos haga demasiado objetivos, quizás por eso la sabiduría popular nos enseña que los extremos son malos…

Por eso tal vez la felicidad me parece más reposada, más una certeza del sentido que tienen las cosas que hacemos, tengan o no éstas los reconocimientos o resultados esperados; felicidad que así entendida podría ser más duradera y carente de esa angustia de perderla por esos azares de la vida, como el desempleo, una frustración amorosa, un mal negocio, etcétera… Y aquí diré algo que sonará incoherente para algunos:
quizás podamos ser felices sin que siempre tengamos que sentirnos bien. Es decir, no está mal sentirse bien pero no es el único síntoma para medir la felicidad. Me explico, podemos sentirnos muy bien por ejemplo consumiendo drogas o teniendo una vida promiscua, pero estando en el fondo muy vacíos, solos e infelices, paradoja que me sugiere que tal vez la felicidad no consista sólo en sentirse bien, sino sobre todo en hallarle sentido incluso a las adversidades y sacrificios aunque nos sintamos pésimos…

Incluso si creyéramos que la felicidad no son breves momentos sino un eterno sentirnos bien, bien podríamos caer en una ficción, porque malos momentos los tienen hasta aquellos con todo lo presuntamente necesario para jamás sufrir… También podríamos asociar erradamente felicidad con riqueza, que indudablemente ayuda mucho, pero si somos pobres ¿estaremos entonces condenados a la infelicidad porque no hay muchos
motivos tangibles para sentirnos bien? Y ojo: no digo que el dinero no ayude, pero tampoco garantiza nada…

Como ya dije, más que meros
sentimientos, la felicidad me parece más reposada, equilibrada y asociada con el sentido encontrado en las cosas que hacemos, pero esa tranquilidad no es el letargo del opio; no es evadir la realidad como avestruz que esconde la cabeza en un hoyo sin importarle que el mundo estalle en mil pedazos; no es negar las inevitables tristezas de la vida, sino hallarles a éstas un sentido.

Tranquilos: ya dije que no soy un pesimista, pero creo que me dejaré entender mejor filosofando menos y siendo más concreto.

A veces por más que queramos es difícil enfocarnos sólo en el lado positivo de la vida, porque quizás éste no exista por situaciones demasiado adversas (y no necesariamente porque estemos en un campo de concentración nazi sino en situaciones más
ordinarias como el desempleo), pero incluso así, a lo que siempre podemos aspirar es a hallar un por qué y un sentido a esas contrariedades.

Por ejemplo, la hipotética mujer de Darfur mencionada por aquel profesor de Harverd. Ella quizás pudiera estar padeciendo la amenaza de una limpieza étnica (al menos eso sé de esa región por algunas noticias), pero bien podría tener un hijo en los brazos que le dé sentido a su lucha por vivir. No niega la realidad pero tal vez sueña con ver a su bebé crecido, casado y rodeado de hijos; tal vez entiende que esas adversidades bien podrían servirle para fortalecer su coraje y, así, superar desafíos mayores, pues las situaciones difíciles pueden ser curiosamente verdaderas instancias de crecimiento personal, donde bien podríamos desarrollar capacidades que de otra manera se hubieran obstruido y que nos serían útiles incluso para lograr metas con las que probablemente antes no hubiéramos ni soñado. Es más, esta mujer de Darfur tendría razón más que suficiente para seguir queriendo vivir con la certeza de que las cosas siempre ocurren por algo, de que siempre subyace un porqué a descubrir aun tras situaciones tan crueles que excedan incluso los límites de la razón; certeza que finalmente es una forma de conservar la Fe en la vida…

Y esto me lleva a otro punto, el solo hecho de saber que nada ocurre por caótica casualidad sino
que todo siempre responde a un porqué, bien podría hacernos enfocar positivamente hasta los peores problemas, y esto no es caer en un ingenuo optimismo ni negar alguna cruda realidad, sino contrariamente nos exige afinar la capacidad de comprensión… Créanme: dos personas con los mismos problemas los enfocarán de manera diferente si una cree que todo es azar caótico y la otra, que todo tiene siempre un porqué, y esto último es mucho más que sentirse bien, es encontrarle sentido incluso a la vida más difícil, algo que permite vislumbrar oportunidades aun en las peores crisis…

Bajo esta lógica, nadie niega que dicha mujer de Darfur sentirá miedo y sufrirá, pero paradójicamente también podría estar tranquila, si sabe que hasta las vidas más complicadas siempre tienen un sentido, un porqué, y eso es mucho más de lo que podrían pedir muchas divas del Cine que terminaron suicidándose por su gran vacío existencial, aun cuando tenían todo para ser felices: dinero, belleza, éxito…

Y esto me lleva a otro punto,
la felicidad no es tanto un sentimiento de bienestar como la certeza de que todo en la vida tiene un sentido aunque a veces no lo encontremos por ningún lado, pero teniendo la certeza de que existe; sentido cuyo desafío es casualmente descubrirlo, razón más que suficiente para seguir viviendo. Nadie le esta pidiendo a esa mujer de Darfur que tenga un buen estado ánimo pero siempre puede aspirar a ese sentido vital, y eso es mucho más de lo que consiguen muchas estrellas Hollywood con todo el dinero del mundo. Allí tenemos a la célebre Marilyn Monroe, encontrada muerta en su habitación con un frasco vacío de pastillas para dormir. Claro, las teorías conspirativas dicen que habría sido asesinada por las altas esferas del poder, pues sabía demasiado, pero no es novedad para nadie que feliz no era la hermosa rubia…

Otro error bien podría ser
confundir felicidad con éxito entendido como ahora: trofeos, reconocimientos, primeras planas, flashes de fotografías. Si eso es felicidad y éxito excluiríamos a muchos, incluso contentos con su anonimato, con razones suficientes para sentirse felices y exitosos sin encajar en esos estándares de supuesta felicidad. Eso explicaría la presión que muchos jóvenes japoneses deben sentir tan prematuramente para concretar tales ideales de éxito, desde que algunos de ellos suelen organizar suicidios colectivos, tras contactarse en ciertos sitios de la Red, fenómenos muy preocupantes porque más que casos aislados ya parecen verdaderas tendencias, a juzgar por las noticias…

Incluso recuerdo cierto pasaje de la película
Bowling for Columbine (2002). Allí Michael Moore entrevistaba a un joven de esa localidad, donde unos adolescentes perpetraron allí una masacre (1999). Aquella entrevista me sugirió que aquellos precoces criminales seguro crecieron en un entorno donde debían sacar altas calificaciones o ser grandes deportistas o muy populares, y si no serían de por vida unos perdedores (unos loosers) y ya no tendrían nada a qué aspirar. Todos sabemos que eso es falso, pero para un adolescente, con poca madurez y muy sensible, estas presiones son muy dramáticas. Entonces, comprendiendo que nunca llenarían las expectativas de padres y maestros y de la sociedad en general, aquellos jóvenes lunáticos de Columbine bien habrían buscado ser valorados de otras formas más siniestras. Esto no justifica en nada lo que hicieron pero bien podría ser una aproximación al problema: tal vez si algunas personas descubren que jamás serán valoradas según los criterios impuestos por la sociedad, no necesariamente los mejores o más justos, entonces el reconocimiento bien podrían buscarlo por caminos errados y quizás hasta terribles… Claro, con un acto criminal sólo se gana el rechazo, pero ¿acaso eso no sea para algunos un recurso desesperado para lograr una atención que nunca hubieran logrado de otra forma? Estos jóvenes que masacraron a sus compañeros en Columbine bien pudieron concluir, llevados por una alienación de niveles patológicos: «Si nunca seremos los más populares ni con las chicas ni en los estudios ni en los deportes, entonces seremos los mejores Serial Killers…». Entiendo que esta afirmación pueda parecer controvertida, reductiva y hasta chocante, pero no pretende ser más que una de tantas aproximaciones a un problema mucho más complejo, como ya dije, y nos hace preguntarnos si acaso no debiéramos plantearnos una felicidad más auténtica y sólida, que no obligue por ejemplo a una adolescente a conseguir aceptación volviéndose anoréxica o tiñéndose el cabello de rubio para entrar, muchas veces sin éxito, en cánones de belleza ficticios, estrechos y tal vez condicionados por intereses económicos. Una amiga narraba en su blog como ciertas tiendas por departamentos vendían tallas cada vez más pequeñas de ciertas prendas femeninas, algo que volvería a muchas jóvenes potenciales clientas de muchos gimnasios, y sólo para poder usar lo que está de moda: si esas no son presiones no sé qué más podrían serlo; presiones a las que son más vulnerables los jóvenes en sociedades cuyas concepciones de éxito son tan angostas como el consumismo o la belleza; presiones con las que frecuentemente no tienen madurez y criterios para lidiar, de allí que sean tan importantes temas aparentemente muy etéreos como la auténtica felicidad, algo que empezaría con un cambio de la cultura contemporánea, porque si la felicidad radica en ser bello, adinerado y consumista, pues la gran mayoría de jóvenes se sentirán excluidos, y no es que por ello terminen siendo Serial Killers, pero hay otras válvulas de escape que no por ser menos espectaculares son menos nocivas: el éxtasis, el alcohol, las opciones políticas radicalizadas y hasta subversivas, según cada realidad socioeconómica…

No se trata de ponernos dramáticos, sino de precisar que quizás muchas de estas tragedias mencionadas se evitarían si aspiráramos a una felicidad que no por más realista sería menos atractiva. Una felicidad entendida pobremente afectaría incluso a sus aparentemente favorecidos, volviéndolos adictos a un éxito que finalmente les sería tan efímero como la juventud, la belleza o un cuarto de hora de fama; éxito con cuyo declive no sabrían cómo lidiar por el vacío que sentirían y que sería muy similar al síndrome de abstinencia de un fármaco dependiente: no olvidemos lo adictos que suelen volverse ciertos artistas a los aplausos…

Quizás el secreto de la verdadera felicidad resida en entender que en la vida pocas cosas son realmente imprescindibles (la familia, los hijos, una vocación, un ideal) y que lo demás va y viene; pocas cosas pero más estables, duraderas y seguras, y de allí que podamos vivir más tranquilos sabiendo que esa felicidad no será deslumbrante, aunque sí atractiva y más sólida.

Como repito por enésima vez, no es que sea un pesimista, pero hay algunos conceptos de felicidad que me parecen demasiado plásticos para mi gusto…


Fuentes:

Cfr:
En Harvard se aprende a ser feliz
BBC de Londres
27 de abril de 2006

miércoles, diciembre 19, 2007

Nueva edición de Narrativas

Ya salió la edición número 8 de Narrativas, revista a cargo de la académica mexicana Magda Díaz Morales y del escritor español Carlos Manzano. En esta ocasión nos encontramos con un interesante especial dedicado al escritor Enrique Vilas-Matas, pero también con las habituales secciones de Ensayo, Reseña, Relato, Enrevista y Novedades Editoriales. Como siempre, muy recomendables las 137 páginas de esta publicación. Me alegró reconocer entre las firmas a Carmen Fernández Etreros, quien ha colaborado con el cuento El Reloj de Arena.

lunes, diciembre 10, 2007

La Navidad ¿embellece o sólo ilumina?

¿Por qué la Navidad puede deprimir? (la fuente es Navidad Latina)


Últimamente estuve navegando por la Red y me sorprendió encontrarme con no pocos portales con un marcado sesgo anti-navideño (aunque no viene al caso entrar en detalles). Me sorprendió además descubrir la cantidad de personas que la Navidad las incomodaba o las disgustaba y lo único que querían era aislare y esperar a que estas fiestas pasaran lo más rápido posible, así que me pregunté por qué no dedicarles un texto, por qué no intentar comprenderlas…

Para tales efectos tratemos de ponernos en el lugar de ellas. Imaginemos cuáles razones podríamos tener para rechazar la Navidad: quizás por lo forzado de aparentar sentimientos exactamente opuestos a los que tenemos porque este año nos ha ido mal y no tenemos ánimos ni de celebrar ni de verle la cara a nadie; quizás por los publicistas que con sus propagandas ejercen un verdadero chantaje emocional para crearnos una serie de necesidades antes inexistentes o para recordarnos nuevamente cuántos regalos no podremos comprarles a nuestros hijos; quizás por la melancolía que por estas épocas más que nunca se acentúa por seres queridos ausentes sea por la distancia o por la muerte.

En fin, con ánimo no de ponernos dramáticos sino de entender, ¿qué podríamos decirles a esas personas que por razones diversas sienten animadversión o tristeza por la Navidad?

II

Es innegable que la Navidad podría acentuar más que ninguna otra fiesta emociones muy encontradas: alegría pero también nostalgia; unión pero también soledad; satisfacción pero también frustración. Como quiera que sea: lo cierto es que la Navidad a nadie deja indiferente…

De acuerdo, me dirán, ejemplos ya tenemos a estas alturas de por qué algunos podrían sentirse deprimidos en Navidad. Pero ¿por qué incluso a ellos la Navidad no podría representarles aunque sea algo de alivio? ¿Por qué más bien parece agudizarles la tristeza? Es decir, alguien por motivos diversos y comprensibles podría estar pasándola mal, pero en Navidad es cuando siente a su estado más agravado todavía. Claro, me insistirán, si por ejemplo estamos solos, la Navidad únicamente acentuaría más nuestra situación al compararla con la de otras familias felices y unidas… Pero vayamos más allá…

Para comenzar, incluso el caso de un presunto odio contra la Navidad no es necesariamente negativo, pues finalmente hasta para odiar algo debe importarnos mucho… Y cuanto más odiamos algo más nos importa, lo que bien explicaría ese refrán de que del odio al amor sólo hay un paso…

Y hablo de un presunto odio porque no creo que existan personas que odien la Navidad. Lo que se odia muchas veces es no a la Navidad en sí misma sino a sus falsas versiones o a sus caricaturas.

Paradójicamente, bajo el supuesto odio a la Navidad podría subyacer la frustración por el contraste entre muchas navidades pre-fabricadas y nuestro anhelo de una auténtica Navidad, esto es: creemos que la Navidad es una cosa y los demás creen que es otra cosa, y de allí asumimos que estas fiestas son una farsa y las terminamos u odiando o sintiéndonos o bien amargados, por no compartir las alegrías navideñas, o bien algo tontos, por fingir sentimientos que no nos nacen por motivos diversos.

No obstante, me arriesgaría a afirmar que ni el más escéptico o disgustado con la vida odiaría su imagen ideal de lo que debería ser la Navidad; imagen que él defiende en su corazón justamente rechazando a esas otras navidades impostoras… En resumen, aun en casos extremos, se odia no a la Navidad en sí misma sino a sus pobres versiones

Sin embargo, hasta la más pálida de las representaciones de la Navidad es por lo menos un eco muy lejano de nuestra Navidad ideal. Tiene siempre resonancias en nosotros y podría incomodarnos por más agnósticos o frívolos o materialistas que seamos… Sí, la Navidad puede incomodarnos e interpelarnos, incluso a través de sus manifestaciones más apagadas, algo no necesariamente malo, y ya explicaré por qué…

III

Frecuentemente tenemos muchos conflictos que ordinariamente aprendemos a sobrellevar pero que podrían sentirse especialmente intensos en la Navidad. Pero ¿por qué? ¿Por qué que la Navidad podría entristecer o aburrir incluso a personas que tienen todo para ser felices y que no adolecen por ejemplo de soledad pues están cerca de sus seres queridos?

Discúlpenme el cliché al responder que la Navidad es como una luz muy intensa. Pero las luces no embellecen sino únicamente iluminan, aclaran, evidencian mucho más a aquellas realidades ya existentes aunque ordinariamente ocultas por las sombras de la rutina. En suma, iluminar y embellecer no son precisamente sinónimos. Esto no significa que la Navidad no tenga capacidad de embellecer incluso hasta a las vidas más desoladas, pero sobre eso ahondaré después…

La luz cuando ilumina y aclara, embellecerá más si una realidad antes de ser iluminada ya en sí misma era bella

La luz cuando ilumina y aclara, afeará más si una realidad antes de ser iluminada ya en sí misma era fea

En otras palabras, repito, la luz en sí misma ni embellece ni afea, sólo ilumina y aclara la belleza o la fealdad ya previamente existente en una realidad recién iluminada.

Y la Navidad entendida como una luz a las realidades no nos las embellece sino sólo nos las sincera, y justamente para embellecérnoslas pero de una manera verdadera…

Y en este punto muchas preguntas podrían surgir. ¿Cómo la luz podría embellecer más verdaderamente a una realidad sincerándola? Si nuestra vida es un desastre, ¿entonces la Navidad entendida como luz lo único que haría sería enrostrárnosla más y justamente por habérnosla sincerado? ¿Es que acaso la luz no sería la metáfora más precisa para describir la Navidad? Sigan leyendo y vayamos por partes.

Si la luz embelleciera realidades en sí mismas feas pero sin sincerarlas, no sería ni luz ni estaría realmente iluminando; sólo sería un espejismo que a dichas realidades feas probablemente sólo las estaría maquillando u omitiendo

La Navidad es una luz que hasta a las realidades más feas las embellece justamente porque al sincerarlas les otorga un mayor sentido…


Ninguna vida es totalmente mala ni totalmente buena. Claro, hay vidas con más virtudes y otras con más miserias. Sin embargo: hasta la presuntamente más virtuosa de las vidas siempre tiene algunas miserias; hasta la presuntamente más miserable de las vidas siempre tiene algunas virtudes. Y nuestras vidas comunes y corrientes frecuentemente tienen un equilibrio entre miserias y virtudes, pues no somos perfectos…

Y la Navidad en nuestra vida ilumina más que nunca nuestros defectos como nuestras virtudes; defectos y virtudes ya previamente existentes aunque ordinariamente opacados por la monotonía.

De allí que la Navidad nos confronta con nuestras mayores virtudes y con nuestros mayores defectos. De allí además que la Navidad nos hace contrastar a nuestras mayores virtudes con nuestros mayores defectos.

Por ejemplo, la verdadera Navidad a una familia le ilumina todas sus bendiciones (la unión, el afecto, las riquezas materiales y espirituales) pero también todas sus miserias (rencores, mezquindades, egoísmos, heridas abiertas). Y este contraste en sí mismo no es malo siempre que se recuerden en estas fiestas una de sus dimensiones más olvidadas, la de la reconciliación. Y será la reconciliación la que embellecerá este contraste otorgándole un mayor sentido para resolverlo. En este punto estará más clara la siguiente afirmación: la luz de la Navidad hasta a las realidades más feas las embellecerá sincerándolas, cuando les otorgue un mayor sentido gracias a la reconciliación…

No obstante, aun cuando la Navidad ilumine este panorama balanceado de rasgos positivos y negativos, esto bien podría no explicar todavía del todo por qué algunos sienten un rechazo tan extremo contra esta celebración. Y es que dicho rechazo podría deberse a que se presentan cualesquiera de los siguientes casos: primero, en nuestra vida los únicos aspectos iluminados que observamos son los desagradables (pero sin saber cómo a esta situación podemos reconciliarla y otorgarle un sentido); segundo, en nuestra vida los aspectos iluminados que observamos son tanto los desagradables como los agradables aunque ese contraste podría contrariarnos por generarnos remordimiento al ver qué tan mal estamos y qué tanto deberíamos cambiar (pero sin saber tampoco cómo a esta situación podemos también reconciliarla y otorgarle un sentido). Y por eso, como ya indiqué, la Navidad puede incomodarnos e interpelaros, algo no malo en sí mismo si no olvidamos la dimensión de la reconciliación….

IV


Felizmente todavía existimos aquéllos que nos gusta la Navidad, lo cual es magnífico, pero habría que preguntarnos por qué nos gusta…

Si de lo que disfrutamos es sólo de una construcción cultural de la Navidad, eso está mal porque en esta celebración todo lo reducimos a Papa Noel, a los regalos, al champagne, al pavo horneado, al arbolito, a las luces…

Si de lo que disfrutamos es sólo de una Navidad parcialmente auténtica, eso es regular porque en esta celebración todo lo vemos de color de rosa y podríamos por tanto caer en un ingenuo optimismo donde en la Navidad nos enfocamos sólo en algunas de sus dimensiones más hermosas (lo que es perfecto). Pero olvidamos a una de las dimensiones más incomodas de estas celebraciones; la dimensión de la reconciliación (aunque lo de incomodo es un decir, porque la reconciliación también puede ser muy hermosa, por lo ya explicado).

Si de lo que disfrutamos es de una Navidad íntegramente auténtica, eso sí está bien porque esta festividad iluminará en nuestras vidas a sus ángulos positivos, para potenciarlos, y a los negativos, para superarlos y cambiarlos. Y todo gracias a la reconciliación…

Bajo esa óptica, nuestros aspectos negativos en Navidad no nos incomodarán porque podremos confrontarlos gracias precisamente a la reconciliación…

Tal vez la siguiente idea parezca muy obvia por todo lo ya dicho, pero una Navidad será más auténtica cuando más integral sea. Y será integral porque estarán presentes todas sus dimensiones y no sólo aquéllas que más nos guste; estarán presentes por ejemplo nuestros éxitos y virtudes (para alegrarnos de ellos y muy legítimamente) pero asimismo nuestros fracasos y defectos justamente para reconciliarlos (razón por la que nuestra alegría además de legítima será más auténtica e integral).


Pero si la reconciliación de todas formas siempre nos resulta incomoda ¿por qué debería estar presente si bien podría confrontarnos con aspectos que mejor evadir como nuestras humanas debilidades? ¿No sería suficiente con que en la Navidad todo sea bonito y punto? ¿No sería mejor resolver nuestros conflictos en otras ocasiones más oportunas?

Frente a esto cabría responder que la Navidad es la ocasión más propicia para reconciliarnos; es la ocasión por excelencia. En caso contrario, una persona muy deprimida podría creer que estas festividades no hay ningún especio para ella, y nada más ajeno a la verdad, como después veremos

La reconciliación simultáneamente maravilla y desconcierta porque podría iluminarnos como nunca antes un contraste de opuestos muy intentos como serían los aspectos positivos y negativos de nuestra vida; contraste que hasta cierto punto podría incomodar pero que no por ello debemos evadir si aspiramos a que la luz de la Navidad a nuestra vida pueda no sólo iluminarla sino además sincerarla para embellecerla aunque de una manera verdadera; para que así nuestra felicidad sea no sólo legítima sino además integral y auténtica.


Al ser contraste, la reconciliación no es sólo el malestar por el arrepentimiento, es también el alivio por perdonarnos (por aquello que no nos gusta de nosotros) y por perdonar (si nos han ofendido) y por ser perdonados (si hemos ofendido): la reconciliación es en suma una instancia para cambiar y mejorar.

Ahora, la reconciliación navideña podría ser una verdadera novedad sobre todo para aquéllos que tienen de estas celebraciones una visión o bien culturalmente construida o bien parcialmente auténtica, pero no una visión integralmente auténtica.
Y esto aun cuando, incluso a quienes en la Navidad todo lo ven negativo, la dimensión de la reconciliación podría darles una importante herramienta para lidiar con esa situación, como veremos a continuación.…

V


Curiosamente, quienes supuestamente odian la Navidad podrían tener unas concepciones de esta festividad o bien culturalmente construida o bien parcialmente auténtica (y concepciones éstas tan marcadas como aquéllos que en esta fiesta sólo vislumbran una felicidad sesgada o falsa). Y esto por dos razones: primero, porque esa luz sólo les ilumina los defectos y lo negativo de su vida (y más que en cualquier época del año) y no las virtudes y lo positivo; segundo, porque bien podrían creer que la Navidad debería ser sólo alegría y como alegres no se sienten erradamente podrían asumir que la Navidad no sería para ellos (y más si por alegría navideña entienden no a una auténtica e integral sino o bien a una también auténtica aunque incompleta o bien a una ficticia y exacerbada).

Y en este caso habría un falso y sobredimensionado contraste entre la tristeza (y una quizás ya de por sí exagerada porque creemos que el mundo se ha ido abajo por una mala racha cuando las cosas muchas veces no son tan graves como imaginamos) y una alegría navideña como cualquiera de las ya señaladas, éstas son : o bien una auténtica aunque incompleta o bien una ficticia y exagerada.

Como ya habrán adivinado: por un lado, las alegrías auténticas aunque incompletas pertenecen a las navidades parcialmente auténticas; por otro lado, las alegrías ficticias y exacerbadas pertenecen muchas veces a las navidades culturalmente construidas (y construidas muchas veces por la propaganda o por las películas).

Y esto podría explicar en parte por qué a algunos la Navidad los deprime tanto: probablemente estarían incurriendo en un equivoco y sobredimensionado contraste entre una tristeza ya quizás de por sí también sobredimensionada y entre una felicidad navideña o bien verdadera aunque sesgada o bien extremadamente alegre pero por la ficción. En suma, acá se estaría incurriendo en un falso contraste de opuestos exagerados.

En la Navidad la reconciliación sí representa un contraste, pero uno auténtico y consecuencia de una alegría verdadera e integral y de una tristeza que es vista en su real perspectiva gracias a la reconciliación y que por eso siempre tuvo espacio en estas festividades.

Más aún, la verdadera alegría navideña bien podría ser también fruto de una tristeza que fue reconciliada y que por eso siempre tuvo cabida en estos festejos.

Si la contrastamos con una auténtica y completa alegría navideña, nuestra tristeza podría hasta resultarnos siendo menos grave de lo que imaginábamos. Dicho de otra forma, si una alegría es auténtica y completa a nuestra tristeza no la margina sino nos la ilumina haciéndonosla ver quizás hasta como ya muy exagerada por nuestros ánimos antes demasiado ensombrecidos aunque ahora ya alumbrados… Y en este caso también podríamos decir que la Navidad ilumina y embellece pero sincerando…

VI

La Navidad también es una instancia para un examen de conciencia, algo que podría generar cierta tristeza al vernos qué tanto nos falta cambiar pero también qué tanto podemos cambiar. El problema es cuando nos quedamos sólo en la tristeza, no vemos más nada y olvidamos a la reconciliación.

Si somos pesimistas pero por lo menos entendemos lo que debería ser la alegría propia de una Navidad auténtica e integral, nos sentiríamos no excluidos por aguafiestas sino más comprendidos, integrados y hasta aliviados. Descubriríamos que en Navidad siempre hubo espacio para nosotros no a pesar de nuestra aflicción sino justamente por ella ya que también existía la reconciliación. Descubriríamos que nuestro cuadro de la navidad era muy incompleto y/o ficticio, que por ende sólo nos enfocábamos en la aflicción y no en la alegría (o si a alguna alegría enfocábamos era o a una sesgada o a una exagerada).

Más aún, si atravesamos en Navidad o bien por un pesimismo o bien por un optimismo exagerado o sesgado, podríamos incurrir en estos dos polos opuestos en iguales errores de fondo, éstos son: por un lado, podríamos tener de estas fiestas una visión sesgada o falsa; por otro lado, podríamos haber olvidado la dimensión de la reconciliación. Y esto aun cuando en una Navidad por nuestro pesimismo sólo nos enfoquemos en lo malo o por nuestro optimismo ingenuo sólo nos enfoquemos en lo bueno.

La Navidad no es ni alegría pura ni tristeza pura; la Navidad más bien podría describirse como un oxímoron aparentemente absurdo (aunque tal vez el término oxímoron absurdo ya de por sí sea un pleonasmo); como un optimismo dramático de quienes se confrontan con sus virtudes pero también con sus errores; con la belleza de la vida pero también con todo aquello que podemos y que debemos reconciliar. Porque es precisamente en la reconciliación que ese optimismo dramático quedará mucho más claro.
La Navidad también es victoria, y las victorias son alegrías pero no porque desconozcan las miserias sino porque las han vencido. Porque de lo contrario hablamos no de victoria sino de pura alegría pero sin mérito y quizás hasta sin sentido alguno… Y esa victoria se da gracias a la reconciliación.

De allí que una Navidad integral y auténtica debe considerar a las dimensiones de la paz y de la alegría y del amor y de la humildad y de la unión; pero debe considerar además otra dimensión que interpela y que incomoda pero que también es bella: la dimensión de la reconciliación.

Sólo bajo estas coordenadas de análisis: primero, la alegría navideña será más auténtica y la tristeza tendrá un mayor sentido o será atenuada al ser iluminada; segundo, los optimistas navideños serán más auténticos y los pesimistas navideños al fin tendrán motivo para participar de la alegría de estos festejos, pero de una alegría verdadera…

Y es entonces que la Navidad hasta la mayor tristeza no sólo la iluminará sino también la embellecerá pero sincerándola; la embellecerá pero de una manera más auténtica al otorgarle un mayor sentido gracias a la reconciliación…

Por otro lado, la Navidad es un cumpleaños cuyo Dueño no quiere excluir a nadie, ni siquiera a los apesadumbrados… O quizás sea un cumpleaños donde especialmente ellos son los invitados de honor…

viernes, noviembre 16, 2007

El meme de los cinco miedos…


Nila Vigil me ha pasado un meme donde debo confesar cinco de mis miedos. Veamos como resulta (la fuente es este portal)


1.- No le temo a los fracasos que respondan a cuestiones ya ajenas a mí y en los que tengo en mi conciencia haberme esforzado al máximo de mis capacidades y posibilidades. A los únicos fracasos que sí temo es a aquéllos donde yo cometí un error imperdonable; donde yo bien sé que fui culpable.

2.- No temo a ser ofendido. A lo que más temo es a ser incapaz de perdonar (espero nunca perder la capacidad de perdonar)

3.- Temo perder amistades por yo haber tenido la culpa, por haberlas decepcionado.

4.- Temo ser imprudente, sobre todo cuando sé que en una polémica es más prudente callar por más razón que considere tener… El problema es que a veces queremos parecer prudentes cuando en el fondo nos falta valor… Sin embargo, creo que siempre hay formas para armonizar a la valentía y a una prudencia bien entendida. Me explico: primero, hay que ser prudente para discernir sí una causa vale la pena ser defendida; segundo, hay que ser prudente también para elegir las formas lícitas y proporcionadas en que defenderemos dicha causa; tercero, una vez resuelta las dos primeras cuestiones entonces ya corresponde ser valiente…

5.- Temo a los arrepentimientos por el dolor que generan. Pero es innegable que esos dolores son necesarios para ser mejor persona…

Invito a cualquiera que quiera a responder a este meme
Nota (22 de noviembre del 2007):

Con respecto a mi temor número cuatro, creo que debería agregar algunas reflexiones (y esto gracias al interesante comentario de un lector).

Conseguir la armonía entre valentía y prudencia puede ser a veces un verdadero desafío.

A veces no basta creerse en la razón, también hay que ver si es el momento oportuno para decir algo, si los ánimos en un ambiente son propicios, si un grupo de personas será receptivo a tus ideas…

Como decía San Agustín, para quien quiera escuchar me sobran argumentos, para quien no quiera escuchar no tengo ninguno.

En ese sentido agustiniano, debería agregar que la prudencia también consistiría en saber cuándo callar, aun cuando uno esté muy convencido de algo…

En ese mismo sentido, la valentía estaría también emparentada con la fortaleza para callar, cuando eso es lo más cauto en un momento dado.

Y es precisamente porque ese equilibrio entre prudencia y valentía es a veces tan difícil, que uno de mis mayores temores es ser imprudente

Sé que muchos de estos apuntes pueden ser muy de sentido común, pero no está demás profundizar en ellos.

Qué interesante es cómo el aporte de los lectores a uno lo va retroalimentando para que surjan nuevas reflexiones…

martes, noviembre 06, 2007

Un texto complementario

En su interesante blog Alemania: Economía Sociedad y Derecho, Marta Salazar, abogada radicada en Alemania y columnista del diario chileno La Segunda, ha publicado un texto muy recomendable donde ha consignado algunos enlaces que, desde perspectivas diversas y complementarias, abordan el tema de la xenofobia.

sábado, noviembre 03, 2007

El racismo: un fantasma que transpira…

A raíz de algunas noticias recientes sobre xenofobia…

El racismo no nos es congénito, es básicamente un fantasma. Este ensayo nació a partir de un trabajo en un curso de maestría (la fuente es este portal)


En el psicoanálisis de Freud existen tres categorías: el Yo; el Superyó y el Ello.

Nuestro Yo estaría dirigido por nuestras pulsiones más egoístas, calculadoras y materialistas.

Nuestro Superyó estaría dirigido por nuestras pulsiones más idealistas y sublimes.

Nuestro Ello estaría dirigido por nuestras motivaciones más irracionales, por nuestras más ciegas apetencias…

Un ladrón y un empresario honesto están motivados principalmente por el Yo, pero en el primero las demandas del Superyó no son tan fuertes como en el segundo, quien por ejemplo sí podría desistir de un negocio por más rentable que sea cuando advierte que podría generarle desprestigio (nota aparte: eso no quiere decir que haya empresarios inescrupulosos movidos sólo por el Yo, aunque sus conductas no necesariamente estén contempladas en ningún Código Penal).

Un fundamentalista, como bien podría serlo el miembro de un grupo terrorista, y una persona piadosa, como bien lo fue la Madre Teresa de Calcuta, estarían motivados preponderantemente por el Superyó (aunque en mi modesto entender las motivaciones de la Madre Teresa trascienden a las del Superyó, categoría que me parecería la versión psicoanalítica de una conciencia ética, a la que entiendo como algo que está más allá de las pulsiones del Superyó). Pero claro está hay diferencias.

Un fundamentalista ha renunciado a pensar porque a sus convicciones las asume de forma tan literal que sólo entiende el texto de su ideología y no el espíritu del mismo, y de allí que él termine por nunca encajar en el mundo y por aislarse (las sectas fundamentalistas tienden a aislar a sus miembros si no físicamente al menos sí mentalmente, aunque ya sería todo un tema calibrar el término fundamentalista para no caer en injustas generalizaciones. Más aún: por el sólo hecho de creer en verdades absolutas, a alguien muy religioso no podría considerársele un fundamentalista, y el fundamentalista estaría más emparentado con el fariseo cristiano).

Alguien piadoso entiende no sólo el texto sino además el espíritu de sus convicciones, y de allí que sea menos cuadriculado y más flexible ante las realidades más inestables, cambiantes y adversas, contra las cuales contrasta sus principios no para abjurarlos o para acomodarlos (desvirtuándolos) sino para renovarlos en su sentido y para poder así entender mejor a y seguir moviéndose en incluso las situaciones de mayor miseria, sin evadirlas y sin terminar por ende convertido en una ermitaño o un anacoreta.
Y esto porque el texto de un credo o de una ideología, entendido sólo en su pura literalidad, siempre es muy cuadrado y cerrado como para abarcar toda la complejidad de la realidad, pero lo mismo no ocurre con su espíritu, siempre posible de transparentarlo en cualquier contexto, incuso en los más desfavorables. De allí que, por ejemplo, dentro de la Teología Católica existe un área de estudio como la Exégesis Bíblica, la que busca ahondar en el espíritu y sentido de un texto bíblico, el que en su pura literalidad podría prestarse a interpretaciones no sólo variadas sino hasta cerradas e irreconciliables.

Las pulsiones del Yo y las del Superyó siempre necesitan de argumentaciones para ser articuladas y racionalizadas. Incluso un ladrón movido cien por ciento por el Yo a su delito nunca lo reconocerá en su estado puro pues siempre se defenderá alegando por ejemplo los apremios de la pobreza. Al menos, en principio, él nunca dirá que robó porque quería dinero fácil. Necesita convencerse y convencer de que su delito tiene justificaciones o siquiera atenuantes, y aun cuando tales razones estén basadas en muy errados criterios de lo que es bueno o malo. Y esto porque una conciencia deformada, con incluso muy buena fe, puede asumir como sublime lo que en realidad es todo lo opuesto: hasta Atila el Huno habría necesitado de racionalizaciones más o menos coherentes para sus atrocidades; nadie hace algo malo viéndose al cien por cien como un malvado y reconociendo un gusto por la maldad pura; siempre debe persuadirse y persuadir que alguna razón buena y válida había tras su falta.

No nos convertimos necesariamente en malas personas por el sólo hecho de estar motivados por las pulsiones del Yo o las del Superyó. Tampoco son necesariamente malas las ideologías que buscan racionalizar nuestras pulsiones del Yo y las del Superyó. Podremos ser muy humanitarios y muy influenciados por el Yo, pero eso no significa que nos hayamos vuelto unos materialistas y que hayamos soslayado a las exigencias del Superyó, dado que hasta las obras de caridad más altruistas siempre necesitan de medios económicos para sostenerse (como se dice: siempre hay que tener un pie en el cielo y otro en la tierra).

A quien sea movido por el Yo o por el Superyó (y en los casos más negativos como pueden ser los del ladrón o los del fanático o fariseo), siempre puede hacérsele cobrar conciencia de su equivocada postura (aunque el éxito no esté asegurado totalmente). Y esto precisamente por la explicado: porque para bien o para mal el Yo y el Superyó frecuentemente son más explícitos y plasmados mediante ideas articuladas, las que si son erradas siempre pueden ser rebatidas y desbaratadas. Volvamos al mismo ejemplo del ladrón: él bien sabe en el fondo que robó, que hizo mal robando y por qué robo, y por ende siempre cabe la posibilidad de probarle la insuficiencia de los argumentos con los que quiera defenderse o convencerse y convencer de que tras su delito había una buena causa.

Pero situación muy diferente es la del Ello, cuyas motivaciones son más imprecisas al responder no a un discurso coherente sino más a un fantasma, usualmente muy escurridizo al querer atrapársele y trasladarlo de un plano inconciente a uno más conciente.
Hay que aclarar que no debemos confundir los siguientes términos: Ello, fantasma e ideología

El Ello se manifiesta de diversas maneras, una de ellas es el fantasma, el cual a su vez respira a través de los poros más diversos y sutiles, como bien serían por ejemplo o bien una ideología o bien una conducta inadaptada, tal como ya veremos.

El fantasma a la realidad no la construye mediante una ideología sino sólo la tiñe y le da un cierto destello; el fantasma en la mente no discurre como pensamiento sino sólo reverbera como un reflejo que colorea la realidad para hacerla más agradable o aceptable o digerible.

Pero ¿qué es un fantasma?

Un ejemplo de fantasmas son los prejuicios (raciales, sexistas o de cualquier índole), los que a la realidad nos la simplifica para procesarla más fácilmente, para que no nos desborde, para que nos sea más tolerable y más agradable de lo que en realidad es para nuestro gusto.

En otras palabras, todos necesitamos de un mapa para darnos una idea muy general de un mundo que en el plano real sería intolerable de aceptar o imposible de abarcar en su totalidad con nuestros limitados sentidos.

Pero los mapas siempre son reduccionistas, y hay mapas y mapas: algunos orientan y otros desorientan si están o demasiado manchados o trazados por pésimos cartógrafos como pueden ser familias poco instruidas, profesores mediocres, grupos radicalizados que promueven el odio, sociedades o estructuras injustas, ambientes hostiles de crianza, etcétera. Los prejuicios serían algunos de estos mapas manchados o mal trazados; los prejuicios serían una de las manifestaciones del fantasma.

Pero la analogía entre un fantasma y un mapa tiene límites: cuando conocemos un territorio a través de un mapa sabemos que el territorio no es el mapa y que estamos mirando un mapa; pero cuando miramos el mundo teñido por los fantasmas usualmente ignoramos qué tan influenciados estamos por ellos y creemos por tanto que el mundo es así tal cual está matizado por el fantasma

En otras palabras, en una ideología somos más o menos concientes de que estamos mirando el mundo mediante un mapa, pero cuando a una ideología la tenemos tan enraizada que ya perdemos conciencia de ella aunque aun así nos siga influenciando, entonces la ideología evoluciona de un mapa a un fantasma, a través del cual el mapa ya no nos es únicamente una simple representación del mundo; el mapa se vuelve ya nuestro mundo o parte de él o su sutil telón de fondo…

¿Sigue muy confusa la noción del fantasma?


Imaginemos a un sujeto aficionado a las películas de James Bond. Tal vez cuando esté en una recepción tomando una copa de champagne, probablemente interiorizará la imagen del agente británico y se sentirá como él, aunque jamás crea que es él.

Quizás nuestro personaje hasta se sentiría ridículo comparándose concientemente con por ejemplo Pierce Brosnan. Sabe muy bien que no tiene ni el físico ni el atractivo. Pero siquiera necesita de ese fantasma que lo haga sentirse como Pierce Brosnan (que no creerse que es él), porque de otra forma podría resultarle intolerable reconocer la verdad pura y dura: que no es muy carismático que digamos.

Aunque valga la aclaración: una persona siempre puede reconciliarse y sentirse conforme con su aspecto físico, sin necesidad de ridículos fantasmas, en la medida en que descubra que podrá carecer de un físico y de una personalidad arrolladores, pero que tiene otras cualidades tan o más importantes.

En todo caso, un fantasma es sólo una suerte de paliativo o anestesia para quien todavía no ha aprendido a quererse y aceptarse como es… Ahora, una persona reconciliada con su identidad no está libre de que algunos fantasmas lo sigan rondando, pero en todo caso éstos gradualmente irán siendo más prescindibles y/o más manejables…

Sin embargo, hay fantasmas y fantasmas. No todos los fantasmas son malos: son simplemente como la música de fondo que escuchamos sin darnos cuenta y que hace más agradable a la atmósfera de nuestra a veces monótona y gris vida. Sin los fantasmas nos aburriríamos por ejemplo cuando visionáramos una película de acción y nos resultara imposible identificarnos con el héroe e imaginarnos que corremos sus mismas aventuras (todos tenemos algo de ese niño que cree ser el héroe de una película, pero claro: en los adultos está tendencia está más presente como un fantasma).

Y es que finalmente todos tenemos fantasmas, sólo que a éstos: algunos lo transparentan en un aura de cierto patetismo (sueño que soy Pierce Brosnan); otros en una transfiguración que los vuelve verdaderas caricaturas (me siento como Pierce Brosnan); otros en una plena identificación que ya los vincularía a un cuadro clínico (soy Pierce Brosnan); otros en conductas socialmente inadaptadas.

En caso de patología ya extrema, el fantasma puede llegar a asumirse como la propia realidad.

De allí que los fantasmas que inspiran al Ello sean más difíciles de combatir que las ideologías que inspiran al Yo y al Superyó.

Y esto porque los fantasmas son siempre irracionales: al mundo no lo construyen sino sólo lo matizan y lo distorsionan. Sin embargo, los fantasmas siempre pueden ingeniárselas para transpirar a través de los poros de incluso los discursos más coherentes y articulados. Y el racismo es justamente eso: un fantasma que no se articula como una teoría sino que transpira a través de ella o a través de otros poros…

Claro que hay ideologías racistas, pero hay personas que pudiendo rechazarlas y siendo muy altruistas, pueden sin advertirlo responder a un fantasma racista. Pero sobre esto ahondaremos después.

Algunos apuntes personales sobre el Psicoanálisis

Siempre he creído que el Psicoanálisis (sea el de Freud o el de Lacan) tiene valor no como ciencia sino más como una teoría (como dirían los académicos) que ayudaría a ser inteligibles algunos estados de la conciencia.

Por otro lado, creo que por el Yo, el Superyó o el Ello podremos estar condicionados pero nunca determinados, pues por sobre todas las cosas tenemos el don de la libertad.

Dicho esto, las teorías en general (y el psicoanálisis lo es) pueden resultarnos útiles para analizar ciertos temas, pero no por eso debemos siempre o avalarlas en su totalidad o evitar mirarlas críticamente cuando sea necesario.

Por tanto, y acá tal vez discreparía con el psicoanálisis, no estamos dominados por el Ello y sus fantasmas, los que podrán condicionarnos e influenciarnos pero nunca determinarnos. Y esto porque del Ello y de los fantasmas a los que responde siempre podemos cobrar conciencia para contrarrestarlos y manejarlos, aunque no desaparezcan del todo.

Dos casos de fantasmas que transpiran


James Watson ganó en 1953 el premio Nóbel como uno de los investigadores que descubrieron la estructura del ADN. Él es uno de los padres de la genética moderna. Pero de un tiempo a esta parte está haciendo noticia con unos comentarios de lo más pintorescos, algo que demostraría que un premio Nóbel a nadie le garantiza el sentido común.

Por ejemplo, Watson se declaro pesimista sobre el futuro de África con los siguientes argumentos: «…todas nuestras políticas sociales están basadas en el hecho de que su inteligencia (la de los africanos) es la misma que la de los blancos, cuando todas las pruebas indican que en realidad no es así» («Renuncia Nóbel acusado de racismo»; mis destacados).

Y es que los fantasmas pueden llegar a influir a tal grado a un estudioso, que éste puede llegar a acomodar los datos más supuestamente científicos para avalar sus más fantasmáticas y subjetivas percepciones. Y lo peor es que dicho sujeto quizás ni siquiera sea muy conciente de ello. Y esto me lleva a sugerir que, incluso en la ciencia, no están libradas de ribetes ideológicos incluso las maneras de interpretar los datos más matemáticos y estadísticos, incluso las maneras de entender el conocimiento. De allí que no deba extrañarnos que un investigador tan renombrado como Watson, estando incluso basado en estadísticas y datos científicos, pueda hacer afirmaciones tan disparatadas.

En un metro de Barcelona, Sergi Xavier Martín de 21 años agredió física y psicológicamente a una chica ecuatoriana. Un juez lo sentenció a una libertad provisoria en la que el agresor podrá salir pero sin pagar fianza y sin salir de su lugar de residencia. Y esto porque, entre otras cosas, a Martín le diagnosticaron un trastorno mental severo y le atribuyeron una infancia traumática, detalles que habrían servido para atenuarle la pena.

Tanto Watson como Martín están motivados por el Ello e influenciados por uno de sus fantasmas, el racismo.

Claro, me dirán algunos, para Watson el racismo ya no es un fantasma (propio del Ello) sino ya toda una ideología (más propia del Yo o del Superyó) , por más pintoresca que ésta sea.
(Valga la aclaración a manera de gran paréntesis, el racismo pseudo-científico de Watson responderá al Yo o al Superyó según las pulsiones tras sus teorías sean respectivamente de índole calculadora o idealista. Y digo idealista porque hasta las mayores aberraciones como el racismo pueden ocultarse tras ideales aparentemente muy sublimes. Y esto porque todos podríamos hacer algo malo creyendo muy en el fondo que estamos haciendo algo bueno o lo estamos haciendo por algo bueno, situación que será más marcada cuanto más deformada esté una conciencia o más invertida esté una escala de valores… Por eso el peligro de vivir en una sociedad relativista, donde tras una mal entendida tolerancia, podría darse carta de ciudadanía a ideas o posturas que lejos de formar deforman...)

Sin embargo, tanto Watson como Martín responden sólo al fantasma del racismo. La diferencia es que al fantasma racista Watson lo transpira mediante un discurso y Martín mediante sus conductas inadaptadas.

Watson puede llegar a admitir su error cuando sus exóticas teorías sean desmontadas. Pero el problema es que su fantasma racista tiene a las ideologías sólo como uno entre tantos poros por los que transpira y que siempre pueden ser muy diversos, como las percepciones, las reacciones, las complicidades silenciosas en un contexto de sobreentendidos… En el supuesto de que abjure concientemente de sus teorías racistas, Watson siempre convivirá con ese fantasma, el que siempre se le filtrará aunque quizás de formas más alambicadas y no golpeando inmigrantes…

Martín puede admitir su error y reconocer su falta (como de hecho lo hizo aunque tal vez más de la boca para afuera y por el susto). Incluso en su fuero interno puede reconocer que hizo mal.

Pero el problema es que el joven español tendrá siempre ese fantasma allí y, dada su pobre instrucción, ni siquiera tiene un discurso para articularlo y amortiguarlo. De allí que él siempre corra el riesgo de volver a exteriorizar su fantasma torpemente, sin estar de por medio ningún filtro o ninguna elaborada racionalización como la de Watson.

Siempre cabe la posibilidad de que a Martín al fantasma lo trasluzca sólo porque sí, porque le apeteció, aun cuando siempre ensaye argumentos para justificar sus conductas: que los extranjeros quitan empleos, que todos son de mal vivir, que hacen descender los salarios, que hacen las calles más inseguras, que son así o asá…

Estos argumentos podrán responder a prejuicios o podrán no resistir el menor análisis, pero para Martín siempre serán posteriores a otro eventual acto xenófobo. Es decir, siempre es posible que el joven exteriorice su fantasma racista sin necesitar de un discurso racionalizador que lo filtré en la esfera social, como sí sería el caso de Watson…

Más aún, Martín tal vez ni siquiera está en la capacidad intelectual o emocional para elaborar complicadas racionalizaciones… En realidad tiene a sus fantasmas a flor de piel. Y peor aún: ni él mismo es conciente de qué tanto tiene a la realidad teñida con tales fantasmas; al punto que ante la presencia de un latinoamericano o moro sólo estaría viendo una amenaza por el sólo hecho de presentarle a una sociedad española más diversa y compleja y muy deferente de la que tiene en su imaginario, en el que dicha sociedad no respondería a la de la realidad sino más bien estaría bastante teñida por los fantasmas de este muchacho.

Los discursos racistas son siempre despreciables pero al menos son explícitos y pueden ser combatidos, ridiculizados y vencidos. Los fantasmas son más escurridizos y son más preocupantes cuando ni siquiera pueden ser ordenados mediante ideas coherentes; cuando simplemente son reflejos que nos hacen reaccionar; cuando ni siquiera tienen un filtro racionalizador mediante el cual aflorar…

El fantasma racista transpiró a través de Martín de forma muy evidente; pero pareció también hacerlo aunque muy sutilmente a través de otros protagonistas de esta historia: por ejemplo en el juez que lo sentenció a una libertad provisoria sin exigirle el pago de una fianza…

Quizás el magistrado concientemente no haya querido ser racista y sí muy justo (aunque por lo que vengo leyendo, la justicia española ha dejado mucho qué desear en este caso). Pero muy probablemente su visión de la realidad debió también haber estado muy teñida por este fantasma a la hora de sentenciar al joven de manera relativamente leve…

Y digo esto porque si un latinoamericano hubiera agredido a una chica española, muy probablemente el fallo judicial hubiera sido muy distinto, y él ya estaría encerrado y no lo hubiera salvado ningún diagnóstico de trastorno mental severo y de infancia traumática (diagnóstico que sí sirvió para atenuar las penas que Martín recibió).


Y en tal caso ese latinoamericano se tendría bien merecida esa sentencia, pues si está trastornado sería más seguro para la sociedad el que lo encerraran.

El problema es que los fantasmas nos hacen ver con matices muy diferentes a una misma realidad, nos hacen juzgar con un doble parámetro a un mismo caso, nos colorea de negro, de gris o de blanco a una misma falta según quien la cometa… Y aun cuando sí queramos ser justos y equitativos, pero así son los fantasmas…

Ahora, como reitero, todos tenemos fantasmas y quizás nosotros mismos no seamos concientes de ellos, los que sin embargo siempre nuestros semejantes pueden detectárnoslos y advertírnoslos.

Sólo así el fantasma saldrá a la luz con toda su sórdida desnudez para ser derrotarlo.

No se trata de buscar culpables ni acusarnos. Todos tenemos fantasmas, y si nos lo evidencian debemos sincerarnos y ser modestos en reconocerlos, un primer paso para cambiar.
Y digo esto porque temas como éstos deben abordarse desde una clave de perdón y reconciliación en la que deba evitarse todo resentimiento y toda revancha, dado que si no puede haber paz sin justicia, tampoco puede haber justicia sin caridad. En otras palabras: justicia sin caridad es sólo venganza; y ninguna venganza es justa, por más que así lo parezca cuando hay heridas abiertas…

Y sí: hasta con Watson y con Martín hay que tenerles caridad, y justamente por su propio racismo… Y es que el racista también es una víctima (aunque parezca mentira); víctima de sus complejos, de su baja autoestima, de un temor irracional a aceptar el mundo tal cual es, de un vacío tal que finalmente no le queda más que valorarse por el color de su piel, porque ya no tiene con qué más valorarse o con qué más destacar o con qué más competir en el ámbito laboral, afectivo, etcétera… Y en casos extremos esta angustia lo lleva a reacciones de lo más primarias por más que sean transparentadas elaboradamente mediante teorías exóticas o torpemente mediante la agresión a inmigrantes…
Y digo también que al racista hay que tenerle caridad, porque un primer paso para empezar a contrarrestarlos es intentar comprenderlos. Y con odio es difícil comprender a otra persona…

El racista quiere creerse con angustia que el mundo es tan plano y homogéneo como le gustaría. Y digo angustia, porque él en el fondo intuye que el mundo en realidad es muy diferente y mucho más complejo, variado y rico, sólo que aquella persona está en la incapacidad de aceptarlo así…

Muchas veces ni él mismo tiene claro porque es racista, puede alegar muchas razones que sin embargo no suele ventilarlas porque éstas no resistirían a argumentos racionales. Y es que el racista simplemente lo es porque el mundo real no congenia con un fantasma que ni este mismo sujeto se da cuenta qué tanto lo está influenciado.

De allí que el racismo, incluso tras discursos tan elaborados como los de Watson, tiene una matriz principalmente irracional (fantasmática).

El racista percibe al extranjero como enemigo o como incomodo, pero cuando le preguntan por qué dará argumentos que hasta él mismo puede llegar a considerar ridículos, cuando descubra que su racismo respondía simplemente a que el inmigrante no encajaba en su mundo fantasmático, el que ni él mismo sabía qué tan fantasmático era.

Y esto porque, ya en general, los fantasmas nos influyen no como ideas sino como destellos que se esfuman inmediatamente al tratar de analizarse por lo mismo que eran tan imprecisos y tan irracionales. ¿Acaso a eso e refería Lacan cuando decía que había que atravesar el fantasma?

Como repito, todos tenemos fantasmas, pero una persona normal está en mayor capacidad de aceptar que el mundo es como es y no como le gustaría.

El problema es que algunos son presas más vulnerables cuando están en la incapacidad de procesar un mundo más diverso que el señalado por sus imaginarios teñidos de fantasmas…

Bajo está lógica, por ejemplo, en Watson más que sus raras teorías hay que entender su historia personal, sus complejos, sus fobias, sus traumas, sus envidias y toda la amplia gama de sus móviles más irracionales que configuran el fantasma que le tiñe la realidad. Y sólo así, por más aderezadas que estén con datos científicos, tales teorías quedarán tan claras como el agua para ser desbaratadas…

Bibliografía

«Renuncia Nóbel acusado de racismo». Ciencia y Tecnología. BBC [Londres] 25 de octubre de 2007.

jueves, octubre 11, 2007

Los vacíos del matrimonio entendido sólo como contrato

Edward Burns y Heather Graham en la película Las Aceras de New York (la fuente es este portal)

Hace poco estuve leyendo en el blog de Marta Salazar, abogada y columnista del diario chileno La Segunda, el artículo titulado ¿Por qué a los alemanes les cuesta tanto encontrar una pareja, casarse y tener hijos? (ver bibliografía). Ella en su texto plantea una cuestión interesante: «Los expertos se preguntan por qué las mujeres universitarias o bien calificadas, con trabajo estable y con una vida bien organizada, no tiene hijos, es más, apenas se casan» ¿Por qué a los alemanes les cuesta tanto encontrar una pareja, casarse y tener hijos?»; mis destacados).


Esta interrogante apela igualmente a hombres y mujeres (aunque en la cita anterior se refiera sólo a las últimas) y refleja una tendencia más marcada en Alemania pero también presente en otras latitudes; interrogantes para las que algunos expertos ensayan algunas explicaciones que Marta nos comparte en su bitácora.

Sin embargo, aun cuando basadas no en datos demográficos sino en vivencias más cotidianas, otras explicaciones complementarias me sugirieron la película Las Aceras de New York (USA, 2001). Muchos me dirán que es poco serio responder desde una ficción cinematográfica, y todavía en Nueva York, una pregunta inicialmente planteada y respondida por expertos para el contexto alemán.

Pero sucede que esta ficción transparenta sobre el matrimonio una concepción no sólo muy común hoy en día sino posiblemente en la médula de problemas demográficos en muchas naciones como el descenso de la natalidad o de los propios matrimonios; problemas que para entenderse mejor no bastan solamente los cuadros estadísticos o demográficos, aun cuando nadie niega que estas disciplinas también aporten lo suyo.


Este film es sobre lo difícil de hallar el amor en los tiempos que corren. Y para ello se elige a la ciudad de Nueva York y a un grupo representativo de sus habitantes, sobre los que debe precisarse que son actores, cuyas interpretaciones sin embargo están sujetas bajo un formato documental para otorgarles visos de verosimilitud.

Antes que nada quiero hacer una acotación. En inglés hay dos palabras para definir la soledad pero con matices distintos: lonely se refiere a una soledad más emocional y sentida incluso estando rodeado de amigos; alone se refiere a una soledad más física. Por lo tanto uno puede sentirse lonely estando acompañado (valga el spanglish). Aunque alguien acertadamente me hizo ver que no era necesario acudir a estos anglicismos para distinguir ambas soledades en español, las que respectivamente pueden expresarse como sentirse solo (lonely) y estar solo (alone).

Diferencio estas soledades, porque esta cinta nos presenta varias historias entrelazadas entre sí con al menos tres denominadores comunes: primero, el sentirse solo a pesar de tener pareja; segundo, el problema de hallar no pareja sino el verdadero amor; tercero, la incapacidad de entender el matrimonio como algo más que un contrato.

Para generar la sensación de naturalidad propia de los documentales, los enfoques de la cámara en la cinta simulan la improvisación de una filmación cacera y se amoldan al ritmo cotidiano de los personajes: en suma, es el lente el que se adapta a la acción y no a la inversa, como suele suceder.

Estos recursos nos convierten en testigos mudos y desprevenidos de la vida de los protagonistas, de sus discrepancias domésticas, de sus infidelidades, de sus angustias, de sus frustraciones.

Y así en algún momento terminamos evolucionando de testigos a confidentes de algunos personajes que nos hablan mirando directamente a la cámara para confesarnos las motivaciones detrás de sus acciones; motivaciones que a veces no ventilarían en ninguna esfera de su vida.

Muchos personajes sí tienen parejas o pueden conseguirlas pero no las sienten o auténticas o perdurables o estables y se siguen sintiendo solos. Y esto deriva en otras interrogantes, ¿por qué no sienten o auténticas o perdurables o estables a esas parejas potenciales o reales? ¿Por qué les resulta difícil comprometerse o que se comprometan con ellos y no sólo formalmente sino también verdaderamente? ¿Por qué siguen sintiendo gran carencia de afecto si han cumplido con todos los convencionalismos sociales que supuestamente deberían satisfacer a su vida sentimental? Más aún, ya tienen pareja o tienen cómo hallarla, pero aun así su problema continúa siendo ese sentimiento de soledad (que no el estado de soledad); ese gran vacío que ya no saben cómo llenar… Claro, algunos reducen sus frustraciones a las de la alcoba, pero esto bien podría ser sólo la punta del iceberg de algo más de fondo, como ya veremos…

Así comprendemos a parejas que ya no se indignan cuando saben o sospechan de las infidelidades del cónyuge. Y entonces ambos prefieren hacerse los desentendidos porque finalmente también tienen en su haber algunas aventuras. Y si a la falta de autoridad moral para reclamar los engaños, se agrega el detalle de que los divorcios salen caros y el matrimonio en última instancia implica una serie de intereses patrimoniales que no pueden ponerse en juego por simples deslices, entonces van surgiendo pactos implícitos y no declarados: esto es, ambos nos conocemos nuestras cosas, pero mejor finjamos que las desconocemos y todos en paz… Y así surge un juego de mascaradas que, no obstante, resulta insoportable a algunos como el caso de Annie Matthews (Heather Graham), agente de bienes raíces que a sus 29 años adolece de la incapacidad para hacerse la tonta y que ya se venía sintiendo emocionalmente frustrada incluso antes de tener claras las infidelidades de su esposo, Griffin Aretzo (Stanley Tucci).

Y las sospechas de Annie no son infundadas. Griffin a sus 38 años está a favor de una promiscuidad a la europea y es aficionado a jovencitas como Ashley (Brittany Murphy), quien a su vez está o estaba saliendo (la verdad que ni ella misma lo sabe por su indecisión) con Ben Basler (David Krumholtz), quien a sus 24 años ya tiene un divorcio a cuestas con una chica a la que extraña pero que ya no quiere verlo y que se llama Maria Tudesco (Rosario Dawson), profesora que a su vez empieza a salir con Tommy Riley (Edward Burns), al que ella tampoco está segura de continuar viendo pero del que termina embarazada aun cuando desconoce el apellido de ese padre. Y Tommy por su lado tuvo una pareja a la que le insistía para tener hijos, pero como ella no los deseaba termina dejándolo.

En este panorama nos encontramos con personas en citas sucesivas y casuales, cuyo futuro lo dejan a la inercia, o en relaciones ambiguas, cuya naturaleza o hasta existencia ya dependerá del buen o mal humor; nos encontramos además con parejas infieles pero siempre juntas sea por cuestiones prácticas, por conveniencia y porque finalmente sale más a cuenta dado el costo de los divorcios, de manera que ambos se mantienen unidos quizás por algo de afecto pero más por rutina…

Y en este punto esta producción resulta más interesante, pues si bien algunos protagonistas concientemente se negarían a ver el matrimonio sólo como un contrato, en realidad sus paradigmas mentales están ya muy limitados para entenderlo de otra forma. Y de allí que a esas relaciones sentimentales las percibamos dubitativas, ocasionales, huecas o volubles, y si ya son convencionales lo son tanto que ya parecen hasta pre-fabricadas… Sin embargo, para algunos personajes como la ya mencionada Annie el matrimonio sólo como contrato les resulta ya agotado e insostenible. Pero como repito: pese a que el matrimonio sólo como contrato ya resulta intolerable, nadie sabe cómo entenderlo más allá de eso. Y se asume como parte de una supuesta madurez, la resignación a una realidad que finalmente es como es porque es imposible que sea de otra forma: esto es, una vida setimental mediocre…

Y entonces, más allá de un contrato, ¿qué es el matrimonio?

La cinta nos facilita un diagnóstico útil para trasladarlo fuera de la ficción y, así, preguntarnos qué podría ocurrir en general con personas que sienten un gran vacío afectivo e ignoran cómo llenarlo.

Lo que podría ocurrir es una gran tensión: por un lado, el anhelo de ilusionarse trata de sofocarse racionalmente pero sigue latiendo en el corazón; por otro lado, como una forma de protegerse se renuncia a toda esperanza de sentirse emocionalmente saciado porque presuntamente los amores eternos y plenos y las almas gemelas son espejismos o romanticismos adolescentes; por otro lado, el vacío no desaparece y busca llenarse como sea aun en medio del escepticismo.

Y ¿cómo se resuelve está tensión? Con sucédannos que a ese vacío no lo llenan pero al menos lo anestesian

Y de allí que por ejemplo nos encontremos con una retahíla de infidelidades, con personas que sus relaciones no funcionan y que dejan a sus parejas en pos de otras que tampoco las satisfacen y que tienen iguales o peores defectos y a las que terminan también dejando, y así progresivamente se va erosionando (que jamás desapareciendo) la esperanza de hallar el amor ideal, situación que sólo genera más escepticismo, más cinismo, más desgano y más vacíos que siempre se quieren seguir adormeciendo con la novedad de la próxima persona a conocer…

Es como si se buscara sin buscar: inconcientemente se buscan relaciones estables que concientemente se asumen o se quieren asumir como pasajeras (mejor al amor no me lo tomo en serio para no ilusionarme y consiguientemente decepcionarme, cosa que de repente me lo encuentro pero sin el riesgo de salir herido). Y tal ambivalencia hacen que muchos estén de fracaso en fracaso…

Por ende muchos matrimonios fracasan pues comenzaron como relaciones casuales que se formalizaron por la inercia del hábito y del propio peso. Valga la aclaración: una relación puede comenzar siendo casual y perdurar, pero porque se consolidó no sólo por la costumbre sino también por el paulatino descubrimiento de más cualidades en la otra persona, aunque a este caso no me estoy refiriendo…

Dados estos vacíos, el ignorar cómo llenarlos y la consecuente renuncia a hacerlo es lo que en parte explicaría que en sociedades como la alemana muchos hombres y mujeres lleguen al extremo de no casarse y de no tener hijos, algo que se traduce en una disminución demográfica, la que al menos indirectamente tendría como a una de sus causas a una concepción muy reductiva del matrimonio y muy reveladora quizás como clave para entender los vacíos a los que nos hemos estado refiriendo. En otras palabras: me arriesgaría a afirmar que una noción muy reduccionista del matrimonio (sólo como contrato) si no está en la raíz de sí estaría vinculada a la baja taza de natalidad como la de muchos países europeos…

En algún diálogo de Las aceras de Nueva York surge la interrogante de por qué las generaciones anteriores tenían matrimonios que efectivamente duraban hasta la muerte, y pese a que tenían un menor Estado de Bienestar y mayores carencias económicas…

Frente a esto bien podrían ensayarse algunas explicaciones: que quizás nuestros abuelos debían estar juntos sí o sí por una cuestión de supervivencia; que antes la vida era más dura y nadie podía darse el lujo de aburrirse de un cónyuge o de ser demasiado individualista; que los divorcios no estaban legalizados y en una sociedad machista la mujer quedaba estigmatizada por la cuestión social; que no había métodos anticonceptivos y con la cantidad de hijos en una familia de entonces el cambiar de una pareja como de corbata ya resultaba imposible…

Pero si ayudan a entender en parte la perseverancia de los abuelos (aunque separaciones siempre ha habido aunque no como ahora), estas tesis son insuficientes para explicarla pues creo que debería agregarse que antes había una concepción muy diferente de la familia; había desde el inicio una idea clara de qué se buscaba y la intención con que se buscaba; había sí una lejana noción en el matrimonio de una dimensión contractual que sin embargo no se percibía como esencial; había la certeza de que con un cónyuge existían lazos familiares tan sólidos como con los hermanos o con los hijos, de los que nadie podría divorciarse aunque quisiera…

Pero reitero una idea: al tener claro desde el inicio qué se buscaba y con qué intención se buscaba, hacía muy difícil imaginar un matrimonio con fecha de caducidad, pues ya no había devolución. Ahora, como repito, separaciones siempre ha habido, pero eran menores y hubieran sido surrealistas tazas de divorcio del orden del 50%, como hoy en día…

Por otra parte, no es novedad que sexo y amor son muy distintos aun cuando suelan confundirse; no es novedad tampoco que todos en el fondo siempre han estado buscando amor, aun cuando busquen sólo sexo, aun cuando crean que sólo quieren sexo

En Las aceras de Nueva York los personajes parecieran entender sexo y amor ya como sinónimos; parecieran que la insatisfacción afectiva la confundieran con la sexual… Y esto no necesariamente es una crítica a la película, la que finalmente estaría retratando una realidad tal cual…

Por último, Marta Salazar en un artículo titulado El Matrimonio no es un contrato (ver bibliografía) trata de ahondar en el sentido originario del matrimonio:

Hay que tener presente que las instituciones de Derecho no nacen como callampas (hongos) después de la lluvia, sino que se forman a lo largo de los siglos, en una frase inolvidable que le escuché a mi profesora de Historia del Derecho(«El Matrimonio no es un contrato»; mis destacados)

Mientras en los contratos bilaterales, las personas intercambian derechos y deberes, que recaen sobre cosas, objetos extrínsecos a los propios contratantes, en el pacto conyugal, se entregan y aceptan los esposos mismos («El Matrimonio no es un contrato»; mis destacados)

Yo agregaría que estamos en una época en la que ya no significa nada afirmar que el matrimonio es una institución de Derecho Natural anterior al propio Estado, pues siempre saldrá alguien que dirá que quién decide qué es o no lo natural.

Sin embargo, cabe recordar que el Derecho institucionaliza situaciones de hecho sólo para confirmarlas pues previamente ya existían y habían madurado con el tiempo por la fuerza de la costumbre y de la tradición… A eso creo que se refiere Marta cuando señala que «las instituciones de Derecho no nacen como callampas».

Y ese es el caso del matrimonio, el que antes que como institución jurídica y contrato ya existía desde mucho antes y consistía en un vínculo basado esencialmente en la aceptación mutua y muy colateral y prescindiblemente en la aceptación de mutuos intereses, como los patrimoniales…

Es decir, se trata no de que yo te doy algo y tú me das algo sino de que principalmente nos damos nosotros mismos, y lo demás podrá o no darse y si es obligatorio y legítimo darlo (como el sostenimiento económico de la familia, el que según los tiempos que corren ya corresponden a hombre y mujer) representará ya un conjunto de dimensiones accesorias y exógenas para fortalecer la más esencial e intrínseca de las dimensiones: la propia pareja

Al ser visto sólo como contrato, el matrimonio podrá cumplir con todos los convencionalismos pero siempre habrá algo que falta y que las partes buscarán en todos lados menos en ellos mismos, los que son precisamente ese algo que está faltando…

O sea: dos esposos pueden preguntarse por qué su relación no funciona si siempre están dando de sí mismos; y es porque no se están dando a sí mismos…

Y esto porque el matrimonio es el único contrato que igual puede fracasar habiéndose incluso cumplido íntegramente sus deberes y derechos. Y esto porque en este vínculo: por un lado, su dimensión contractual es sólo la más superficial y no la única; por otro lado, se diferencia de otros contratos en que las partes están no únicamente intercambiando bienes o servicios sino principalmente entregándose ellos mismos…

Y al tener claro todo esto es cuando el matrimonio puede traslucir una dimensión adicional y más profunda; puede recién evolucionar de contrato a comunión…

Bibliografía


Las Aceras de New York . Guión de Edgard Burns. Dir. de Edgard Burns. Act. Edward Burns, Heather Graham, Rosario Dawson, Dennis Farina, David Krumholtz, Brittany Murphy, Stanley Tucci. Paramaunt Classics, 2001

Salazar, Martha, «Por qué a los alemanes les cuesta tanto encontrar una pareja, casarse y tener hijos?». Blog: Alemania: Economía, Sociedad y Derecho [Alemania] 2 de Julio de 2007, Etiqueta: Mujer

Salazar, Martha, «El Matrimonio no es un contrato». Blog: Columnas en La Segunda [¿País?] 28 de Marzo 2005, ¿Etiqueta?