martes, octubre 28, 2008

¿El fin de las literaturas nacionales?

Imagen: Delcol.ec

Por Martín Palma Melena

Un artículo de Christopher Domínguez Michael, ¿El fin de la Literatura nacional? (1), despertó algún tiempo atrás en México un debate que sería muy amplio reproducir. Sin embargo, el tema me motivó algunas reflexiones que no pretendían proponer ninguna tesis, pero que al desarrollarlas terminaron en el presente artículo.

Las clasificaciones literarias siempre son reductivas, como por ejemplo las cronológicas, las nacionales o las sociológicas desprendidas hace algún tiempo del debate peruano entre los supuestos escritores andinos o criollos; debate que, desde mi percepción, es la extrapolación a la Literatura de la lucha de clases marxista en versión local, cuestiones más ideológicas que deberían retraerse de la Literatura, que debería ser más personal: dirigirse a la persona en general, sin importar que sea andina o criolla... ¿Soy demasiado utópico?

Además, las clasificaciones pueden volverse verdaderos moldes en los que se introducen a los más diversos escritores para uniformizarlos, encasillarlos y asfixiar su individualidad.

Sin embargo, mientras no funjan como dichos moldes, las clasificaciones en general son necesarias, pero sólo como referencias. Y como una forma de clasificación, las nacionalidades son referencias necesarias para la Literatura por las mismas razones que lo son para las personas: ayudan a ambas a entenderse mejor. Después de todo, la Literatura estudia en parte a los escritores, que finalmente son personas. Pero ¿por qué las nacionalidades ayudan a entender mejor a la Literatura y a los escritores?

A la Literatura, en general, y a los escritores y a sus obras, en particular, los entenderemos mejor en los contextos en los que maduraron y de los que se nutrieron; contextos o coordenadas de ubicación que analizaremos...

Toda persona tiene dos coordenadas de ubicación que no la definen pero que ayudan a entenderla: las temporales y espaciales. De allí se desprende que, aunque no de forma excluyente, las dos clasificaciones más importantes para la Literatura sean las temporales y las espaciales; importantes para entender no sólo al escritor sino también a los factores que lo condicionaron y que salvaran a su obra de lecturas erradas, sesgadas o pobres... Es decir: entenderemos mejor una obra (y en general una acción) no sólo por cómo era una persona sino también por su porqué, condicionado frecuentemente por su tiempo y espacio, aunque también existan otros factores.

Las clasificaciones temporales y espaciales son también referencias importantes para entender aun el porqué de los temas en una obra... Los escritores no escogen los temas, sino éstos los escogen a ellos pues, aunque sean las ficciones más afiebradas, siempre partirán de motivaciones y gérmenes de una realidad conocida: un tiempo y lugar... Si se escribe sobre lo que se desconoce la ficción será inverosímil y aburrida...

Por tanto, el escritor puede prescindir de muchas influencias, salvo de sus coordenadas temporales y espaciales, de las que derivan las clasificaciones temporales y espaciales, que por lo mismo quizás sean las más connaturales a la Literatura y que analizaremos por separado...

II

Clasificaciones temporales

Las clasificaciones temporales son referencias muy importantes porque, por ejemplo, aun un historiador que actualmente escriba sobre el descubrimiento de América siempre testimoniará concientemente o no algo de su época: la percepción que de ese hecho histórico se tiene en el siglo XXI. Incluso, aunque profetice adelantos científicos con décadas de anticipación, un escritor de Ciencia Ficción siempre proyectará los sueños o temores de su propia época. Todos somos hijos de nuestro tiempo aunque nos adelantemos a él. Ejemplos hay varios. George Orwell (2) parece describir en su obra 1984, publicada en 1949, una alegoría del comunismo estalinista mediante una sociedad futurista, totalitaria y dominada por un partido único y el Big Brother. Aldoux Huxley vislumbró ya en 1932 mediante su obra Un mundo feliz la fertilización in vitro y una sociedad dividida en castas genéticas y narcotizada con la droga soma. Ambos autores sólo proyectaron al futuro un pesimismo común de su época: no bien occidente salía de la segunda revolución industrial y ya emprendía dos guerras mundiales. Orwell y Huxley se anticiparon pero proyectando mucho de su tiempo: los visionarios no adivinan el futuro sino lo vislumbran a partir de su presente.

III

Clasificaciones espaciales

Las clasificaciones espaciales como referencias merecen otro desarrollo. Hasta la mayor de nuestras ficciones traslucen algo de nuestro lugar de origen. Si somos por ejemplo peruanos, para describir de forma creíble aun el planeta Marte, quizás lo asociaremos con un desierto conocido, como el de Nazca en el Perú. Volviendo a los ejemplos de Orwell y Huxley: serían interesantes trabajos que estudien qué tanto influyeron en ambos escritores la Inglaterra en que vivieron en sus sociedades futuristas. Ni qué decir de ficciones inspiradas en experiencias personales, que siempre estarán impregnadas de algo del lugar donde ocurrieron; de nuestro ambiente mediato o inmediato: alguna expresión, una comida, una vestimenta, nuestra idiosincrasia, detalles que quizás no revelen nuestra localidad o ciudad, pero ¿nuestro país, región o continente? Incluso, aunque logremos suprimir toda referencia de nuestros orígenes en una ficción, ésta será siempre mejor entendida dentro del lugar donde la escribimos. Es más, dos ficciones igual de fantásticas y atemporales revelaran cosas muy diferentes sobre las intenciones de sus autores, según los orígenes de éstos. Esto nos dice qué tanto nos marcan las coordenadas espaciales, una de cuyas mayores expresiones sería la nacionalidad. Y esto nos remite al tema de las literaturas nacionales y a su supuesto fin...

IV

Las literaturas nacionales

El fin de las literaturas nacionales es tan temerario como el de las nacionalidades, que ya dijimos que son referencias importantes para entender, en general, a toda persona y, en especial, a un escritor y su obra, por más cosmopolitas que éstos últimos se consideren...

Imaginemos algunas sociedades futuristas donde los Estados queden hipotéticamente obsoletos. Quizás la Globalización obligue a los pueblos a otras formas organizativas diferentes a los países, como bloques regionales o continentales. Quién sabe si vivamos en una sociedad tan alienada por los ordenadores que la única realidad que conozcamos sea la virtual; sociedad como la sugerida por el inglés Michael Frayn es su novela Una vida muy privada, publicada en 1968, donde los hombres están tan aislados que su principal forma de comunicarse es mediante pantallas interactivas... Estos pronósticos se los dejaremos a los futurólogos o novelistas de Ciencia Ficción, pero los aludimos porque, aun cuando vivamos en una civilización utópica cuya única realidad conocida sea la virtual, siempre tendremos la conciencia de esas coordenadas de ubicación de espacio (y tiempo); de que físicamente yo estoy acá y tú estás allá; de que finalmente pertenecemos no a una comunidad virtual sino a una real, cohesionada por una identidad y cultura cuyas mayores expresiones estarían en la idea de nación (cuya diferencia con Estado la analizaremos después). Y esto será así salvo que dejemos de ser humanos o, lo que es casi igual, que vivamos en una sociedad tan absorbida por la realidad virtual, como en la película Matrix, que en los pasaportes ya no figuren nuestros países sino las salas de Chat que más visitemos, en cuyo caso ya sufriríamos niveles patológicos de de alienación.

Pero mientras esas utopías futuristas y afiebradas no existan todavía, una de las coordenadas espaciales más importantes seguirán siendo las nacionalidades para entender a los autores y a la Literatura, que finalmente estudia personas, como ya apuntamos. De allí que las literaturas nacionales mantengan su vigencia.

Talvez el debate sobre el fin o no de las literaturas nacionales reflejaría las tensiones entre identidad nacional y Globalización; tensiones cuyas facetas son tan diversas como la económica, política, lingüística y literaria, entre otras.

En su faceta económica, por ejemplo, Colin Hines, ex jefe de la sección de Economía Internacional de Greenpeace, propone en su obra Localización: Un manifiesto global la idea de Localización como alternativa a la Globalización (3).

En su faceta lingüística, por ejemplo, el lema del Tercer Congreso de la Lengua Española (4) fue Identidad Lingüística y Globalización (5).

En su faceta literaria tendríamos por ejemplo al debate sobre el fin o no de las literaturas nacionales.

Estos ejemplos sólo muestran las diversas facetas que tiene la tensión entre identidad nacional y Globalización. Tensión que suele resolverse negativamente: sea globalizándonos pero perdiendo nuestra identidad nacional; sea radicalizando nuestro nacionalismo pero aislándonos del mundo para que nuestra identidad no sea absorbida por la monstruosa Globalización. Tensión que también puede resolverse positivamente: la mejor forma de globalizarnos es siendo nacionalistas, no conformándonos pasivamente sólo con que el mundo nos empape con su cultura, sino también empapándolo con la nuestra, en un enriquecedor proceso de retroalimentación... Esta solución podría dar una clave que ilumine el debate sobre el fin o no de las literaturas nacionales.

Aun en estas tensiones habría que diferenciar la idea de Estado (la estructura) y la de nación (el espíritu de esa estructura). La Globalización podría afectar eventualmente la soberanía de los Estados (las estructuras), pero no necesariamente a la nación (el espíritu), mucho más profunda porque refleja de un pueblo su identidad y cultura, que están más allá de toda estructura... De allí que las naciones siempre puedan preservarse dependiendo de cómo se resuelva dichas tensiones entre identidad nacional y Globalización, aun cuando ésta última, como repetimos, reformule radicalmente nuestra concepción de Estado y soberanía. De allí la importancia de las literaturas nacionales, sin que por esto debamos caer en chauvinismos o nacionalismos exacerbados...

El Internet o las nuevas tecnologías de la información, que indudablemente influyen en la dinámica de la Globalización, nos hace sentir con gente de lugares lejanos más cerca que nunca y nos tentaría a pensar que acaso las fronteras ya hayan quedado obsoletas tanto como las literaturas nacionales; tentaría aun a muchos escritores a sentirse globalizados para, como latinoamericanos por ejemplo, no ser siempre encasillados en el Realismo Mágico, pero acaso ser globalizado equivaldría a ser de todos lados y de ninguno: si soy de todos lados de dónde soy y quién soy finalmente... Estos desarraigos siempre generan crisis de identidad, identidad cuyos orígenes no la definen pero ayudan a entenderla mejor...

Los tiempos pueden cambiar pero hay cosas que nunca cambiarán: si algo es común al cavernícola o al hombre globalizado es ese sentido de pertenencia a la cueva o al país que los vio nacer. Por tanto, al estudiar finalmente a las personas y sus obras, la Literatura siempre necesitara entenderse dentro de unas coordenadas espaciales (además de las temporales), que por ahora siguen teniendo una de sus mayores expresiones en la nacionalidad, que ya sugerimos que está más allá de lo consignado en un pasaporte. Y eso será así mientras el mundo no cambie tan radicalmente que vuelva obsoletos a los Estados, fronteras, aduanas y pasaportes. Pero aún así siempre surgirán otras formas organizativas y el mono desnudo que llevamos dentro siempre reclamara un sentido de pertenencia a un lugar de origen; sentido de pertenencia que por ahora tiene en las nacionalidades su expresión más importante tanto para las personas como para la Literatura, aun cuando a veces no se sepa resolver la ya mencionada tensión entre identidades nacionales y Globalización...

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Bibliografía

(1) Grupo Reforma, Ciudad de México (21 de agosto del 2005). Dada la antigüedad de este artículo ya no pude hallarlo en el enlace original de este diario mexicano; no obstante, dicho texto lo encontré reproducido en el siguiente blog

(2) Para analizar el contexto en que Orwell escribió 1984 sugiero Cfr: 1984, de George Orwell de Juan Manuel Santiago

(3) BBC de Londres. Cfr: Localización versus Globalización (6 de septiembre de 2003).

(4) Celebrado en Rosario, Argentina, el 17 y el 20 de noviembre del 2004

(5) BBC de Londres. Cfr: La globalización afecta el idioma (15 de noviembre de 2004). Entrevista de Martín Murphy a Pedro Barcia, anfitrión de dicho congreso y entonces presidente de la Academia Argentina de la Lengua.

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Este artículo fue originalmente publicado en la Revista Letralia en la edición del 19 de Diciembre del 2005

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sábado, octubre 04, 2008

¿Percibir más allá de la consciencia?

Fuente: Allocine.fr

Estamos en 1968. Dorothy Retallack, organista y soprano norteamericana, realiza en su habitación un experimento que durará ocho semanas: a unas plantas las divide en dos grupos y enciende paralelamente dos radios, la primera sintoniza música clásica y la segunda Rock. 

¿Los resultados? Las plantas expuestas a la música clásica crecieron en dirección al aparato y las expuestas al Rock lo hicieron en dirección opuesta. 

II 

Aun cuando no puedan pensar (al menos hasta donde yo sé), si las plantas no son precisamente objetos inertes y hasta manifiestan mayor predisposición o rechazo a ciertos géneros musicales, entonces con mayor razón nosotros los humanos deberíamos conservar algunas facultades todavía latentes incluso en los más severos casos de inconsciencia (como el coma); facultades que nos harían quizás ya no sentir pero sí siquiera absorber como esponjas del mundo exterior estímulos diversos tales como la calidez o la frialdad de los demás; estímulos que en tal estado siempre interiorizaríamos aunque por formas todavía muy enigmáticas para quienes suelan ser muy cerebrales incluso para entender los afectos.

III 

Y ¿a qué vienen tantas reflexiones sobre estas percepciones más allá de la consciencia? No he sido influenciado por lecturas ni metafísicas ni vinculadas a fenómenos paranormales o extra sensoriales. He sido influenciado más bien por una película muy entrañable que ya tiene algunos años pero que vale la pena analizarla; película donde existen protagonistas que no necesitan de experimentos científicos ni teorías rebuscadas para comprender algo muy sencillo, esto es: aun cuando adolezca de un mal como el Alzheimer, un ser querido merece gestos que siempre podrá disfrutar de una u otra manera, y para tales efectos cualquier esfuerzo nunca será vano. 

Y ¿la cinta en cuestión?, El hijo de la novia (Argentina, 2001). 

IV 

Por su temática, esta producción hubiera sido perfecta para dedicarla a toda la familia; sin embargo, los guionistas quizás prefirieron un cuadro plagado de claroscuros, para que el amor filial y familiar se libraran de lugares comunes y de resabios empalagosos y tuvieran planteamientos apelantes incluso dentro de las relaciones más disfuncionales y dentro de un público más maduro y curtido.  

No obstante, si habrían tenido estas pretensiones, dichos guionistas bien pudieron haber utilizado medios distintos de aquellos como ciertos exabruptos o como expresiones algo bruscas que dificultan a este film volverse familiar en un sentido estricto y que causarían interferencias en la recepción del mensaje por un público infantil (aunque sobre este punto podría hacer concesiones y ya seguiré profundizando) 

No obstante, si estamos en nuestros treintas o cuarentas, tal vez requeriríamos de un argumento no como los de la factoría Disney sino como los de esta cinta, la que es sublime pero que está sazonada con unas bien calibradas dosis de banalidad y de aspereza y de humor, para salvarnos sí de sensiblerías pero no de mirarnos mediante los ojos paternos y maternos con un tierno remordimiento que vuelve inevitable cierto nudo en la garganta. 

Definitivamente: esta historia nos obliga a un balance sobre nuestra vida para interrogarnos ya a cierta edad qué tanto a nuestros progenitores los hemos hecho sentirse orgullosos o defraudados en sus expectativas (en parte, este film bien podría interpretarse como una crisis de los cuarenta aunque desde la óptica de los padres; como una forma de medir el éxito o el fracaso de una vida adulta teniendo como referente no a la sociedad sino a la familia: escrutinios difíciles no tanto por drásticos como por conmovedores). 

V 

Hablo de un cuadro plagado de claroscuros por diversas razones: por un lado, el argumento y los sujetos resultan muy humanos justamente por ser a la vez afectuosos y rudos y cómicos y dramáticos; por otro lado, existen en los libretos líneas enternecedoras pero alternadas con otras algo zafias por estar matizadas con el típico desenfado bonaerense. 

Aunque tampoco se llega a abusar de estos recursos, mérito que yo atribuiría en parte a una edición muy hábil para equilibrar facetas diversas y hasta contradictorias en personajes cuyas irreverencias nunca opacan a sus virtudes y contribuyen más bien a un aire de localismo y de autenticidad. 

VI 

Por ejemplo, Rafael (Ricardo Darín) es hosco y agresivo, el típico porteño barrial que emocionalmente sigue siendo un muchacho matoncito pero que cronológicamente ya está en los cuarentipocos, rasgos más marcados aún por un constante estrés. 

Sin embargo, precisamente por esas imperfecciones, en él el cariño y la lealtad son más connaturales pero no siempre tan evidentes… Rafael nos brinda los mismos sentimientos encontrados que un Pedro Picapiedra contemporáneo, a quien increparíamos aunque disculpándolo y comprendiéndolo y hasta teniéndole simpatía. 

Al parecer, nuestro sujeto anteriormente habría sido considerado un bueno para nada (esto lo percibimos en alguna parte del film). Empero, en algún momento, cuando ya un jovencito precisamente no era, él empezó a conocer un relativo éxito, innovando el restaurante familiar (el cual posee finanzas algo desorganizadas, aunque conserva cierta clientela y cierto atractivo para compradores con mayor peso en el mercado, aspecto en el que la crisis económica argentina bien podría ser un telón de fondo).  

Entonces, al fin, este personaje creyó que algún logro podría exhibir a su madre, Norma (Norma Aleandro), quien no obstante ya no pudo gozarlo, pues empezó a padecer el mal de Alzheimer

VII

Aunque en su vida personal, Rafael es más bien mediocre a todas luces: tiene ya un divorcio a cuestas y no asume un gran compromiso en su nueva relación con Naty (Natalia Verbeke). Y si se esmera en atender a su hija, Viky (Gimena Nóbile), es acaso porque por el afecto de la niña está compitiendo también la ex esposa, Sandra (Claudia Fontán). 

Nuestro personaje no es malo, pero tiene una vida tan desordenada como sus finanzas y se siente desbordado por las preocupaciones, y de allí que no tiene cabeza para aquilatar a su familia y para corresponder a todo el afecto que le brindan. En otras palabras, él no se niega a dar afecto, pero no se posee a sí mismo y está fuera de sí por presiones diversas, y quien no se posee lo suficiente no puede entregarse lo suficiente a los suyos. 

No obstante, Rafael siente cuestionada su vida sentimental por un gran referente: su padre, Nino (Héctor Alterio) 

VIII

Nino interpela a su hijo no recriminándolo sino dándole un ejemplo discreto: él insiste en acudir a un geriátrico para ir a ver diariamente a su esposa, aun cuando ella no tiene cabal conciencia de quién la está visitando. 

Sin embargo, el anciano guarda un cierto remordimiento. 

En su juventud, asumió ciertos ideales que le impidieron aceptar el matrimonio religioso. ¿Un agnóstico? ¿Un librepensador con visos anticlericales? Este punto no queda del todo esclarecido. En todo caso, él convivió muchos años con Norma sin haberla desposado por la Iglesia. 

No obstante, ya en los últimos años de su vida, Nino va vislumbrando más claramente cuánto debieron haberlo amado, para que su pareja renunciara a la máxima ilusión de cualquier chica de barrio: dejar su casa estando vestida de blanco. 

Por tal motivo, el anciano tiene ese peso en su conciencia y desea resarcirse casándose con ella. Empero, Rafael se opone: que su madre ya ni cuenta se dará de esas nupcias; que su padre mejor invierta su dinero en pasearse por Italia… 

Pero Nino está dispuesto a hacer esa inversión pues tiene un pálpito: en algún remoto rincón de su mundo interior, Norma disfrutará de ese matrimonio, aprehendiéndolo si no por la inteligencia sí por alguna de esas facultades siempre latentes aun en plena enajenación mental; facultades que ya sugerí al principio y con las que aquella mujer pareciera seguir reconociendo a sus seres queridos. 

Al menos, dada su magnífica actuación, la Aleandro persuade hasta al más escéptico de una realidad, a saber: el discernimiento puede haberse perdido, pero el corazón siempre seguirá latiendo e impregnando e impregnándose de cariño mientras haya vida. 

Y Nino no necesita de argumentos médicos o científicos para saber todo eso. Simplemente lo sabe… Y eso lo lleva a realizar cualquier sacrificio para conservar la ilusión de unas nupcias en la tercera edad. 

Y él ¿conseguirá formalizar su relación? ¿La Iglesia consentirá ese matrimonio a pesar del estado de ella? Rafael ¿logrará convencerse del presuntamente descabellado proyecto de su padre? Si no han visto este film, les dejo estas intrigas… Y si ya lo han visto, vuelvan a intrigarse… 

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Bibliografía 

El hijo de la novia. Guión de Juan José Campanella y Fernando Castets. Dirección. Juan José Campanella. Actuaciones. Ricardo Darín, Héctor Alterio, Norma Aleandro, Eduardo Blanco, Natalia Verbeke, Gimena Nóbile, David Masajnik, Claudia Fontán, Atilio Pozzobón, Salo Pasik, Humberto Serrano, Fabián Arenillas. Pol-Ka Producciones, Patagonik Film Group, Jempsa y Tornasol Films, 2001. 

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Sobre Dorothy Retallack y su experimento con las plantas, la información consultada pertenece a la siguiente fuente: 

« ¿Las plantas sienten?».Perú 21 [Lima] 9 de Octubre del 2006. 

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